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TODO DA LO MISMO

Igual que Jarvis, igual que yo

13/09/2020 - 

MURCIA. Se supone que un diario también ha de contar con quién se relaciona su autor. A quién ha visto. Con quién ha hablado. ¿Debería yo nombrar también a gente con la que solamente me relaciono a través de redes sociales? ¿Puede un diario ser únicamente el eco de algo que únicamente ocurre dentro de una mente? Dudar es mi deporte favorito. Dudar es uno de los motores de la creación porque si sólo vives entre certezas, para qué tomarse la molestia de decir nada. Jarvis Cocker -su grupo ahora se llama Jarv Is- publicó no hace mucho Must I Evolve?, una canción en la que se preguntaba si debía cambiar, si tenía que evolucionar, refiriéndose a sí mismo como un organismo primitivo recién salido del agua. Todas las canciones -y las novelas y los poemas- existen para que nos aferremos a ellos, para que cada cual los interprete a su manera y los adapte a sus circunstancias. El estribillo de la canción de Jarvis se repite en mi cabeza cada tanto: "¿Debo seguir igual? No, no, no"). Me hago la pregunta aunque ya sepa la respuesta; no es más que una especie de recordatorio caprichoso que se adhiere a la memoria a causa de una escucha reciente. Cuando el cantante plantea la cuestión, un coro femenino le contesta: yes, yes, yes. Cuando me formulo la misma pregunta, soy únicamente yo el que contesta. El presupuesto no me da para más.

Del disco Beyond The Pale (Rough Trade / Popstock!), que es el que alberga esta canción, la crítica ha dicho que es el mejor disco de su autor en mucho tiempo. Creo que lo que más me cansa de hacer crítica musical es tener que establecer este tipo de comparaciones y proclamaciones. Envidio la capacidad de cualquiera para para acordarse tanto de cómo es cada disco. Los álbumes -ciertas obras en general- ganan o pierden con el tiempo. Le ocurre incluso a los clásicos, álbumes que salieron hace ya lo suficiente como para poder juzgarlos con más perspectiva. La perspectiva es fundamental para apreciar realmente una obra. Cuando esta aparece hay que decir o escribir algo al respecto, pero no creo en esa urgencia, sobre todo aplicada a la crítica musical. He leído cientos de comentarios y apreciaciones hechas en el momento -alguno también firmado por mí- que apenas tiene validez hoy en día. Se han dicho multitud de estupideces sobre discos de Bowie, Lou Reed, Kraftwerk, The Strokes. Y me temo que se siguen diciendo cada vez que aparece un disco nuevo. El tiempo pone las cosas en su sitio y también las quita de donde no deberían estar. Lo que hoy nos parece maravilloso es posible que mañana no nos lo parezca tanto, y viceversa. Cuando era joven no pensaba así. Cuando no había internet ni redes sociales ni plataformas de streaming no pensaba así. Ahora que tenemos todo eso y muchas más cosas, pienso que gran parte de los escritos sobre música que existen son pura inercia. Si acaso sirven para insuflarle vida a una parte de la industria. Mientras, en las redes, unos aplauden y otros disienten y entre todos van creando una espiral en la que la obra comentada no es más que una excusa para que la gente opine y hable. Así pues, ¿tiene sentido seguir escribiendo sobre música? No tengo coro que me conteste. En mi caso, sería chulo cerrar un círculo y estudiar los discos que me gustan solamente por el placer de hacerlo, asombrarme y disfrutar de ellos a solas, no tener que compartirlo con nadie, con algunas amistades si acaso, como si se tratase de un secreto. Como cuando era un crío. Pero no tener que escribir más sobre el asunto.

Los tuits, lo mismo que los posts de Facebook, dicen mucho de quien los escribe, como lo dicen también las imágenes que eligen los usuarios de IG. Mi editor, por ejemplo, escribe unos posts en Facebook que son pepitas de oro. Víctor opina sobre cuadros y películas. Filosofa sobre el pajarito que se cuela en su jardín. Habla sin que le importe un pimiento si va a caer bien o no lo que dice. Desde que leo sus comentarios sobre cine, apenas leo crítica cinematográfica. Porque lo que escribe tampoco está necesariamente regido por la actualidad. Si a él, por ejemplo, le gusta Retrato de una mujer en llamas, yo la veo. Si dice que no le gusta Doctor Sueño, no la veo (aunque es posible que acabe viéndola sólo para ser plenamente consciente de que no debería haberla visto). El otro día publicó un post larguísimo sobre Hitchcock y sus supuestas perversiones, su relación con sus actrices y lo poco que se habla sobre la relación con sus actores. Y para esto se basaba en los planos que filmó de los cogotes de algunos de ellos. A veces leo los posts de mi editor, tan bien escritos, tan sólidos, tan honestos, y siento que soy yo quien debería sacarle libros de ficción a él, y no al revés. Gracias a él puedo hablar de otras personas en estos textos. De una al menos.

Esta semana se han ido a la Argentina (irse a la Argentina es la manera que tiene mi madre de decir que alguien ha fallecido): Simeon Coxe, de Silver Apples y la actriz Diana Rigg. A Silver Apples los descubrí en los noventa, cuando una serie de jóvenes músicos empezó a alabarlos como pioneros del rock electrónico. A Diana Rigg la veía de pequeño en la tele. Hace poco escribí un artículo para Plaza, hablando de Los vengadores. Fue el primer personaje que hizo kung fu en televisión. Y lo monos que llevaba le sentaban muy bien. No tenía ni idea de que era un personaje de Juego de Tronos.

Abro el buzón. Hay una postal. Una fotografía de Oriol Maspons. Detrás pone: "Hace mucho tiempo que no te envío una postal. Un abrazo". La firma y remite Xavi. Las únicas postales que recibo desde hace años son suyas. Cómo no apreciar a alguien que en un siglo como este se toma la molestia de escribir postales. De ir hasta el buzón y enviarlas.

Leo unas declaraciones de dos artistas a los que admiro y respeto y me asombra que lo que dicen guarde tantas similitudes. Ambos hablan con sensatez y humildad sobre la percepción que tienen de sí mismos en la actualidad. “Tuve mi momento y creo que lo hice bastante bien”, contesta Michael Stipe cuando le preguntan si echa de menos la proyección que causaba hace años, cuando REM era una de las bandas más importantes del planeta. “No intentaría comparar o contrastar al que soy ahora -a nivel musical o a cualquier otro- con el que era a los 35 años. Entonces acaparaba mucha atención. Ahora ya no estoy en esa posición; otros lo están. Y me alegro por ellos”. El Jarvis que llevo dentro aplaude con entusiasmo. En otro medio, Patti Smith declara: “No puedo funcionar pensando únicamente en lo que tiene incidencia en el mundo ahora mismo. Gente nueva, eso es lo que tiene repercusión. Yo ya no entro en esa categoría. Pero así y todo voy a hacer mi trabajo y a ofrecérselo a la gente por si le puede resultar de alguna utilidad”. Uno cambia y el mundo cambia también. Todo está en constante movimiento en nuestro interior y a nuestro alrededor. Cambiar implica saber dejar que nuestra mirada sobre el mundo se transforme. Quizá Hitchcock, además de perverso, era bisexual. Y Patti Smith y Michael Stipe asumen sin ningún tipo de pesar o trauma que pertenecen a un tiempo que ya es Historia. Igual que Jarvis, igual que tantas cosas, igual que yo.

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