MURCIA. Mi amigo Mané Cuadrado me envía un mensaje en el que me cuenta que, escuchando It’s a sin (Es pecado) de Pet Shop Boys, se ha acordado del día que nos cruzamos con Neil Tennant por Valencia. Sucedió poco después de acompañar al aeropuerto a los Chico y Chica, que habían intervenido en un seminario para la Facultad de Económicas que Mané organizó junto a Joey Demento 14 años atrás. Es como si me estuviera contando un sueño porque no consigo visualizar nada de aquello. Sin embargo, sé que ocurrió. Pero cuando le contesto explicándole esto, me dice que mi falta de certeza le lleva a plantearse si no lo habrá soñado. No es la primera vez que alguien me cuenta una vivencia compartida y es como si me estuviera hablando de un cortometraje que no recuerdo haber protagonizado. Me aterra no tener control sobre momentos que merecieron la pena pero que mi memoria ha borrado.
Leo el artículo que publiqué en esta misma sección el domingo pasado. No suelo leer las cosas que he escrito cuando ya están publicadas. Si ya están publicadas, ¿qué sentido tiene que vuelva a leerlas? Una vez se hacen públicos, los textos pasan a pertenecer a quien los lee. Pero ahora, a través de internet y las redes sociales, el autor recibe de inmediato un porcentaje, no sé si alto o bajo, de las reacciones que provoca lo que ha firmado. Se materializa una suerte de diálogo entre lector y autor. Escribes, compartes en redes y recibes un feedback que, al menos en mi caso, me hace recapacitar sobre lo que he escrito. En el caso del artículo del domingo 24, su final me da pie para escribir esto. Da igual en qué momento lo esté redactando, lo crucial es que tú lo leerás hoy, domingo 31 de enero, o cualquier otro día de tu vida, suponiendo que la navegación ciberespacial te conduzca alguna vez a él. En una entrevista reciente para Letras libres, Agustín Fernández Mallo -que el pasado noviembre publicaba el ensayo Wittgenstein, arquitecto, escrito en colaboración con Bernardí Roig y Fernando Castro Flórez- le contestaba a Jorge Carrión que “has de escribir para investigar tu propia poética y confiando en que esa poética posea la suficiente empatía como para conectar con un sector de lectores y nada más”.
Aquel artículo del día 24 concluía con la profunda sensación de desánimo que produce la ausencia de contacto físico. Existe el calentamiento global y ahora mismo, para quienes no tenemos pareja, existe el calentamiento individual. Necesito destacar esto porque creo que, en este Día del Juicio Final que se está haciendo tan largo, es un factor diferencial importante. El mundo se divide entre hombres y mujeres, ricos y pobres, gente con la que te acostarías y gente con la que no, y ahora también entre personas emparejadas y personas sin emparejar. La imposibilidad del roce con otras pieles terminará teniendo consecuencias en las manifestaciones artísticas del mañana, estoy seguro.
José Luis Grau y yo vivimos en El Saler, muy cerca el uno del otro. Somos muy diferentes y, sin embargo, nos parecemos mucho. Lo observo, lo escucho y es como si estuviera con una versión de cómo seré yo en un futuro no muy lejano. Las manías son vigas invisibles que apuntalan la vida de los solitarios. Actúan como un escudo protector que hay que saber desactivar cuando toca porque no siempre todo es peligroso o invasivo. La amistad con José Luis pertenece al haber de cosas positivas que va dejando la pandemia. Somos como Walter Matthau y Jack Lemmon a punto de actuar en una película cuyo guion también escribimos nosotros. Salimos a pasear y hablamos mucho, lo cual quiere decir que él habla, pero yo le pongo la cabeza como un bombo. Me expreso mucho mejor cuando escribo. Tengo la sensación de que hablando no hago más que liar las cosas.
Veo en Netflix Fragmentos de una mujer. El plano secuencia del parto es simplemente una obra maestra. Vanessa Kirby está soberbia, tanto que me olvido de investigar los motivos de por qué su cara me suena tanto. Viene bien recordarse a uno mismo que no hace falta saberlo todo en cualquier momento. Durante un intercambio de mensajes, mi amigo Xavi Ros me dice que es la actriz que interpreta en The Crown a la princesa Margarita de joven. Kirby está muy sexy en Fragmentos de una mujer, a pesar de todo el sufrimiento que acarrea el personaje. La tristeza no suele ir asociada al atractivo sexual. No entiendo el porqué.
Marta Sanz publica un post en Instagram en el que se muestra especialmente abatida. Le escribo un comentario optimista. Aunque se esconda, el optimismo suele dejar un rastro, aunque sea muy endeble. Para poder dar con él no hay más que concentrarse. Es como esas anécdotas de las que formo parte, pero no logro recordar, o como cuando buscas un libro o un disco en unos estantes abarrotados de discos o libros. Sabes que lo que buscas está ahí pero no consigues verlo. Yo le decía a Marta que era optimista a pesar de que siempre tengo el nivel ideavilariño muy alto. Lo suficiente como para llamar a esta columna Todo da lo mismo y dedicarme desde hace 22 domingos a fabricar el antídoto a mi propio pesimismo. Ahí está José Luis para ilustrar eso a lo que me refiero. La manera en que puede surgir una amistad es casi tan asombrosa como aquello que puede llegar a ofrecernos. José Luis tiene una vida que bien podría ser una novela de John Irving o de Tom Spanbauer. Sus pinturas y dibujos hacen que los objetos vibren suavemente, como un diapasón. José Luis forma parte de los misterios de El Saler. Es un hombre muy atractivo; tiene el pelo del mismo tono blanquecino que los cumulonimbos, y un armario vacío donde coloca las cosas que va a dibujar. Algunas tardes me siento a escribir en el salón y veo la luz en su estudio. Salimos a caminar y hablamos de lo que ocultan los árboles, hablamos de que, a veces, es como si no existiésemos más que en esta playa.
Me pongo yo también a escuchar It’s a sin, la síntesis perfecta de lo que es pecar. Una canción, muy oportuna ahora que tocar a un extraño puede tener consecuencias dignas de salir en el Antiguo Testamento. Se me antoja perfecta como fondo para comenzar a leer el catálogo de la exposición Des/Ordre moral, que seguirá en el IVAM hasta el 21 de marzo, es decir, concluirá cuando la irrupción de la pandemia acabe de cumplir un año. Fui a verla con José Luis en algún momento de este invierno tan completito y variado. Él comentaba las fotografías de Wilhelm von Gloeden y yo las obras de los expresionistas alemanes del grupo Die Brücke que tanto fascinaron a Bowie cuando acampó en Berlín. El texto de Juan Vicente Aliaga, comisario de la muestra, explora el rastro que en el arte de la Europa de entreguerras iba dejando toda aquella manifestación sexual que no estuviese dirigida a la procreación. El día que fuimos al IVAM, un trabajador del museo me preguntó al entrar si yo era el autor de estos artículos y de la novela Lejos de todo. Desde aquí le envío un saludo y reitero mi gratitud por leerme.