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‘Eros ha muerto’, la continuidad de los dioses en el espejo de Pilar Pedraza

La escritora, referencia incontestable de lo fantástico en nuestro país y más allá, publica en Valdemar una colección de relatos impíos que comparten herida de la flecha del dios arquero alado.

23/12/2019 - 

MURCIA. Despanzurrado en medio de la calle, el niño dios es una macabra atracción para los viandantes y también una advertencia de soslayo: es el ocaso de las divinidades familiares tal y como las conocíamos, el antiguo panteón ha abandonado los fastos de ayer para sobrevivir en un mundo descreído y hostil. Los mitos vivientes no se destruyen, se transforman: las historias adaptan los contornos de sus protagonistas, practican ciertas modificaciones en sus argumentos. Como los genes egoístas, avanzan empleándonos a los cárnicos como vehículo, sin más: no hay otra trascendencia que la del sálvese quien pueda, la supervivencia del mejor adaptado, no del más fuerte, como se dice tanto y tan erróneamente por ahí. Quizás un entorno privilegie al más débil porque necesita menos alimento. Algo parecido pasa con los dioses: es posible que con la Navidad a la vuelta de la esquina no sea lo más oportuno recordar que Jesucristo es, cuanto menos, la evolución de una misma creencia a través de las épocas, o viéndolo desde otra perspectiva, una perspectiva mucho más divertida: Jesucristo sería una entidad cósmica a la cual fuimos dándole distintos nombres, motivaciones, y afiliaciones para hacerlo comprensible y apropiado para nuestras motivaciones y afiliaciones, pese a que la criatura, solar y antes lumínica, se solaza en su existencia sin límites pensemos que es una temible zarza ardiente, un espíritu huracanado y vengativo o un sacrificado señor barbudo que se desvivió tanto por nosotros que incluso se dejó torturar de la peor forma posible. Dentro de unas décadas, el nazareno se habrá convertido en un postjesucristo, habrá abandonado su carcasa cristiana y mientras la vieja religión naufraga en sus propias contradicciones, el ser ancestral que la habitaba, cual cangrejo ermitaño, se habrá instalado en otra casa de la fe. 

Con el cursi hasta decir basta Cupido del que tanto abusan nuestros centros comerciales ha pasado algo parecido, pero quien mejor lo explica es la escritora Pilar Pedraza en este Eros ha muerto. Relatos impíos que ha publicado Valdemar, y que es muchas cosas, empezando por un libro fantástico fantástico, y siguiendo por una ventana abierta discretamente en los palacios del Olimpo desde la que los lectores mortales nos asomamos al paraíso con ánimo voyeurístico y un poco lúbrico también: en realidad acceder accedemos a través de un magnífico espejo del que nos habla la autora, que es capaz como nadie de superponer mundos de tal forma que uno se rinde a su imaginación y solo puede decir: sí, así es como debería ser si es, así pueden los dioses vernos y desplazarse transdimensionales, así deben materializarse a través de sus inesperados portales. Qué forma la de la autora de describir estos movimientos, como la aparición de Tánatos: “Un joven esbelto de larga cabellera negra pasa por allí con una antorcha en la mano y se detiene un momento ante el grupo. Todos lo miran con terror, incluso la diosa [Vesta]. Es Tánatos, el gerente de la muerte sin dolor, hijo de la Noche y hermano del Sueño. -Por piedad, Eros —dice con cierta petulancia—, no nos cuentes una vez más que eres un dios primordial anterior a los Olímpicos y que provienes de un huevo cósmico puesto por la Noche y fecundado por el Érebo [...] No te vistas con negras plumas ajenas, propias de la oscuridad del inframundo como un servidor, o sea yo, que sí soy hijo de la Noche, siendo tú más bien luz que ciega los ojos de dioses y mortales; tú que, siendo ciego, actúas como si lo vieras todo [...] -Mi padre, descarado Eros —dice Tánatos recogiendo la antorcha que se le ha caído al suelo, provocando el deceso de un mortal— es el que tú dices que es tuyo: el negro Érebo, la Tiniebla”. 

Desde la ventana espejo de Pedraza podemos ver en este libro sobre todo a Eros, pero también a otros niños olímpicos como el par Anteros, el copero Ganimedes, el silencioso Harpócrates o Hebe, la niña mujer. Niños, a la terrible manera de ser niños de los dioses, que castigan y despedazan mortales antes siquiera de haber almorzado. El porqué de la mofa de Tánatos sobre Eros tiene un anclaje páginas atrás, cuando la narradora nos explica que Eros en efecto es un dios antiguo cuya misión no era enlazar los contrarios, como lo masculino y lo femenino, sino justo al revés: Eros se encargaba de mantener en buen estado la relación entre el erómenos -el amado, el efebo lampiño- y el erastés -el que ama, el amante maduro y barbudo, sabio y poderoso-. Cuenta Pedraza: “Dentro de la paideia o sistema educativo griego, la pederastia fue una institución que unía a dos o tres generaciones de jóvenes y adultos en una relación de amor erótico, protección y aprendizaje, hasta que al chico empezaba a salirle barba. Se casaba cuando ya había hecho el servicio militar. A partir de entonces, adoptaba a sus propios erómenos, en calidad de erastés”. Ese Eros que engrasaba lo que ahora nos parece una aberración total se convierte en las páginas de Pedraza en un joven canalla, peligroso, marrullero, rebelde y también despiadado, una divinidad alada y armada con un arco que con sus flechas con punta de oro enamora, y con las terminadas en punta de plomo induce el rechazo. El peligro está servido, la diversión también. 

Porque en los relatos que constituyen Eros ha muerto hay maldades como solo pueden protagonizar una banda de jóvenes prodigiosos e inmortales que recorren su universo sabiéndose prácticamente invulnerables, y para colmo, con la capacidad de jugar a su antojo con la trampa de lo que nos es bello, de la atracción y del deseo, como sin duda lo hace al mismo tiempo la autora, que por ejemplo, empieza así Erotomaquia, la segunda parte del libro: “Algo tengo en común con Edgar Allan Poe: la convicción de que lo más bello del mundo es el cadáver fresco de la amada muerta. No por ello dejo de ser feminista: una mujer no feminista es como un obrero que vota a la corrupta derecha. No, pero creo que las obras maestras del arte son intocables. Su género es ser sagradas. Solo serían misóginas si yo fuera victimista. Y basta ya de explicaciones. Intelligens intelligat”. Eros ha muerto, pero los dioses continúan: la continuidad de los dioses es cosa de historias especulares

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