MURCIA. Atrás quedaron los roles tradicionales de masculinidad. Hoy los estereotipos aplicados a los hombres cisgénero remarcan cualidades, comportamientos e incluso gustos e intereses diferentes. Las sensibilidades varoniles enfrentadas a lo femenino señalan cambios que demuestran una evolución cultural. El autor Antonio J. Rodríguez investiga y profundiza en el tema desde su nuevo libro, La nueva masculinidad de siempre, a través de memorias razonadas del deseo sexual y de la deconstrucción del género masculino en el siglo XXI.
Cuando Alaska y Dinarama tocaron por primera vez ‘Un hombre de verdad’ en 1984 seguramente cada oyente construía una imagen diferente en su mente de la masculinidad perfecta. La carátula de aquél álbum, Deseo Carnal, una fotografía de Vallhonrat que hoy podría ser flyer de un club gay, reflejaba con ironía un concepto de masculinidad fabricada. Algo que se ha popularizado en las apps de búsqueda de sexo como los perfiles anónimos que buscan masc x masc. Hasta hace poco, el hombre ideal era un macho simple, bruto, sin rasgos de feminidad, sin pluma. Atributos que no se podían elegir al nacer, pero sí imitar. La bestia protectora seguía el patrón clásico frente a una nueva mujer: sofisticada, compleja, empoderada y con carácter. El arquetipo cultural de padre protector, de King Kong, hoy ha derivado hacia un comportamiento masculino tan adoptable por hombres como por mujeres.
La virilidad milenial es necesariamente más queer, porque ya no hay miedo a la confusión. La homofobia congénita a las sociedades con fundamentos religiosos perdieron una de sus primeras batallas cuando, en 1994, el periodista Mark Simpson acuñó el término metrosexual y dio vida a una nueva libertad masculina. Y así, la realidad actual se modula hacia otros derroteros. El cuidado de la imagen personal, la depilación, la estética y el maquillaje, o el atrevimiento con tendencias de moda cada vez más personales y genderless han creado un prototipo de hombre estéticamente diferente, que se reproduce lógicamente en cambios identitarios, en el carácter, y en la forma de mostrarse en sociedad. El hombre de hoy, sea heterosexual o homosexual, puede tener pluma o no, puede desear sexo con hombres o con mujeres, puede mostrarse sensible y cariñoso. Porque desde hace un tiempo los futbolistas también lloran, dan besos a otros hombres, se depilan y se tiñen el pelo.
Al hilo de todo esto, el periodista Antonio J. Rodríguez (1987), se postula como un nuevo ideólogo de la llamada Generación Y, la saga milénica. En su anterior trabajo, la novela Candidato, destrozó cualquier atisbo de ideologías noucentistas y disparó contra con la política actual de los bloques desde una ficción que destripaba las campañas electorales y dirigía una comedia sobre nuevos partidos; aquello de cuanto más alto subas, mayor será la caída. Un relato que incluía sextapes, debate feminista, el deseo y la erótica del poder como puntas de lanza. Una rebelión contra el sistema capitalista que ahora lo dedica a asuntos de género.
En su nuevo ensayo, publicado por Anagrama, Rodríguez aprovecha la necesidad imperante de acabar con los estereotipos de hombre y mujer para hacer un estudio pormenorizado de los satélites que han interactuado en la nueva galaxia de géneros y sexualidades desde un punto de vista sociológico. La nueva masculindad de siempre deconstruye al hombre y lo destripa, reafirma la muerte de los géneros y dibuja una realidad nueva. Arruina el heteropatriarcado mediante un montón de factores que lo han destruido: el feminismo, el capitalismo, la globalización, la violencia de género; pero también el paso del tiempo, la diversidad cultural y el traspaso generacional.
Entre las múltiples referencias filosóficas, literarias y artísticas que aparecen durante la hipnótica lectura de los epígrafes y bloques temáticos, Rodríguez aborda el amplio repertorio de cultura televisiva. Series como Padre de Familia, Los Simpson o Padre Made in USA han sido un puntal para el movimiento feminista, porque se burlan del paradigma donde el hombre sólo es «víctima y verdugo a la vez de una sociedad heteropatriarcal», subraya el autor. Quien además, se atreve a adentrarse en un terreno espinoso en nuestra civilización, como la visión religiosa de los estereotipos; la crítica feminista recurre comúnmente al binomio puta/santa, mientras que la contrapartida viril se posiciona en el arquetipo de padre/consumidor. Sobre este asunto Rodríguez desarrolla una teoría sobre las cadenas que conlleva la masculinidad en el mundo occidental.
Acuña un término para zanjar los postulados más tradicionales: el neomachismo. Y asegura que «a ojos del neomachismo es más importante señalar los atropellos cometidos en nombre de la igualdad que sus propiedades emancipatorias». Y es que ya apenas se escucha aquello de que el machismo es lo mismo que el feminismo; a todos los efectos nuestra sociedad ha asumido que el movimiento feminista es la búsqueda de la igualdad e incluye a todas las personas. “Si lo que conocemos como nuevas masculinidades se lee como una adaptación del liderazgo masculino a la edad del feminismo viral, el neomachismo busca seguir legitimando privilegios a la vista de todos”, considera Rodríguez.
Precisamente este mes, la prestigiosa editorial Condé Nast ha decidido que las veintiuna ediciones de todo el mundo de la revista GQ aborden este asunto bajo el lema Change is Good. “La masculinidad es un trabajo en progreso y el cambio es el camino a seguir”, subtitula para justificar la iniciativa. La edición española, dirigida por el periodista valenciano Daniel Borrás, ya había dejado claro que la masculinidad de hoy es otra cosa a través de artículos y editoriales de moda que enfatizan un lenguaje sensibilizado con la diversidad sexual, con los nuevos afectos hacia las mujeres que las distancian del objeto, y con los nuevos patrones de varón más feminizados.
El editor jefe de la revista, una de las cabeceras masculinas más prestigiosas del mundo, Will Welch, asegura estar “encantado de que mis compañeros y yo podamos alinearnos a nivel mundial y usar nuestra plataforma para abogar por un futuro más inclusivo y sostenible con un énfasis renovado en la diversidad, la igualdad de género, la sostenibilidad y la salud mental”, reza su manifiesto. Deja patente que las revistas dirigidas a hombres se han asociado a una idea caducada y que todo está cambiando. De hecho, no es nada desdeñable pensar que hoy una gran parte de los compradores de la revista son hombres gays y buscan otro tipo de contenidos.
En definitiva, el estereotipo masculino, a través de los textos más elocuentes de Antonio J. Rodríguez, queda relegado a una mera construcción social maleable a través de las circunstancias y los relatos que forman nuestra cultura social y visual. Episodios como el de la conciliación laboral o el significado de la incorporación de la mujer al mundo laboral suponen un eje de inflexión para desarrollar una nueva masculinidad, que no deja de ser diferente de la de siempre, porque “la mala noticia es que en un entorno laboral donde madre y padre trabajan, nadie cuida”. Durante los últimos años se ha escrito mucho al respecto del tema, e incluso desde que la teoría queer se ha intentado explicar la vertiente social de los géneros y sus confluencias a lo largo de la historia.
La lectura incluye muchas sorpresas, como una serie de crónicas o retratos recopilados desde diferentes geografías y hechos noticiosos tratados como microrelatos que invitan a analizar la masculinidad desde nuevos prismas. Así, el subtítulo de la obra, Capitalismo, deseo y falofobias cobra todo el sentido, para completar un manual de pensamientos que seguramente sentarán cátedra desde el terreno de las políticas de igualdad, y originan un complemento perfecto para cualquier estudio de campo de la sociología de los géneros. Sería un anexo fascinante para los volúmenes de la Historia de la Sexualidad de Foucault, que todavía aparece en la bibliografía de la mayoría de estudios sobre las particularidades de las identidades sexuales.