MURCIA. Hace tres años tuve la suerte de presenciar una escena propia de otros tiempos: un amigo de Madrid se estaba haciendo retratar de cuerpo entero, en su propia casa y al natural, por un pintor de renombre venido expresamente desde Inglaterra y que entre sus retratados estaba la mismísima reina del otrora Imperio Británico. Durante el tiempo que durara su empeño, debido al considerable número de sesiones, estaría hospedado en un apartamento, propiedad del retratado, en la propia finca. Me llamó la atención la enorme colección de pinceles, de una longitud que sólo había visto en casas-estudio de pintores del siglo XIX, y también ese aspecto entre bohemio y aristócrata que lucía con colorido pañuelo sobresaliendo del bolsillo de una americana que no se quitaba para pintar. Ante todo, dignidad. Sin duda una escena de otra época que dudo vuelva a presenciar, porque, seamos claros: el siglo XXI ya no es tiempo para ir haciéndose retratos. Una pena.
El cuadro que hoy concita todas las miradas en el Museo de Bellas Artes de Valencia es un recién llegado por tiempo limitado. Se trata del fantástico retrato de Michele Marullo Tarcaniota, un humanista residente en Florencia, aunque de origen griego, pintado por Sandro Botticelli en el último cuarto del siglo XV. Dicen que Heini “el barón”, Thyssen afirmó en una ocasión que lo que más envidiaba de la colección Cambó es que nunca podría tener en su fabulosa nómina de cuadros un retrato de Botticelli. Se refería al que hoy tenemos en Valencia que fue adquirido por el político y financiero español Francesc Cambó en 1929 ya por entonces por una cifra fabulosa: 1,2 millones de pesetas. El catálogo de obras del artista no es amplio y los retratos ocupan una parte pequeña de esa relación, por ello el año pasado se subastó por nada menos que 92 millones de dólares Hombre joven sosteniendo un medallón en la subasta más célebre de las celebradas en la pandemia. El “cuadro del momento” en el Bellas Artes comparte miradas con la obra icónica del museo que no es otro que el autorretrato de Velázquez.
El más famoso y observado del mundo es el retrato de busto de una mujer envuelta en misterio en cuanto a su identidad, que cuelga de una de las paredes del Museo del Louvre, y el más fotografiado del Rijksmuseum de Amsterdam es una compleja escena pintada por Rembrandt, La ronda de noche, que contiene hasta 18 retratos costeados por cada uno de los retratados. Uno de los cuadros más importantes de la National Gallery de Londres, pintado por Hans Holbein en 1533, contiene el retrato de cuerpo entero de dos embajadores Jean de Dinteville y Georges de Selvey y, finalmente, el cuadro con mayúsculas del museo del Prado es otro retrato familiar que no merece mayor presentación, porque todos ustedes ya saben cual es. Algunas de las obras más caras jamás vendidas son también retratos de hombres y mujeres pintados en los últimos cincos siglos como los dos Rembrandts adquiridos, hace dos o tres años, por el Rijksmuseum y el Louvre “a pachas” debido al enorme montante de la operación (160 millones de dólares). Aunque lo dicho nos llevaría a concluir que es, por tanto, el del retrato el género más buscado y por tanto cotizado en galerías, anticuarios y subastas, la contestación estaría llena de “dependes”. Para que un retrato concite el interés debe reunir unas características muy determinadas, pues de lo contrario pasa a la cola de obras de arte verdaderamente interesantes. Los ejemplos son múltiples: pocos buscan un retrato masculino pintado por Sorolla o Pinazo, por muy excelentes retratistas que fueran: quien busca un Sorolla o un Pinazo, jamás busca un retrato. Los retratos del siglo XIX y XX para que tengan interés y, de ello, un precio a tener en cuenta, han de contener, a ser posible, un rostro femenino, y en este último caso, ser mujer atractiva, y vestir con cierto colorido y, a ser posible, lujo en los tejidos, peinado o joyas. Los retratos pueden estar en los dos extremos de una colección: ser las obras más preciadas por el personaje retratado y las historias que rodeen a la obra como las que les he citado al principio, o carecer por completo de interés comercial. La primera década del siglo XIX que coincide con el esplendor de ese estilo de corta duración llamado Imperio, marca el punto cronológico en que un retrato despierta el interés coleccionista o no. Un aceptable retrato del siglo XVIII y más si cabe del XVII, por no hablar del Renacimiento, tiene un valor sensiblemente superior a otro del XIX o XX de, incluso, mayor calidad.
La del retrato como género artístico es una historia llena de meandros en un río que, como el Guadiana, aparece y desaparece. Los primeros retratos se desarrollan en la antigüedad egipcia y persa en figuras escultóricas y monedas. Aunque el ser retratado es un privilegio sólo destinado a personajes verdaderamente importantes o ricos, no decae su práctica en formato escultórico o pictórico ni en Grecia ni en la Roma clásica, hasta su decadencia a partir del siglo IV. Merece la pena mencionar aquí los impresionantes retratos naturalistas, sobre tabla, de El Fayum hallados en un número cercano al millar, junto a las momias en el Egipto Romano, y que se pueden datar entre los siglos I al IV de nuestra era. A partir de ahí sobreviene un período de oscuridad y decadencia estilística y técnica, poco estudiado todavía, en la que el retrato constituye una auténtica rareza, sin que se recupere hasta el final del gótico, nada menos que diez siglos después, puesto que a lo largo de la Edad Media los intereses iconográficos son otros, como bien se sabe.
Es al final del gótico cuando la mirada se vuelve a dirigir al hombre y el retrato vuelve a emerger en los trípticos destinados a los altares de las capillas, más concretamente cuando los comitentes de las obras solicitan del artista, para eso pagan, compartir la escena con figuras propias de la iconografía cristiana. Ese es el comienzo de la época más esplendorosa para este género que transitará por el Renacimiento, Barroco, Neoclasicismo y Romanticismo hasta arribar con pujanza hasta el mismo siglo XX. En ese instante, sin que decaiga, es cierto que debe compartir popularidad con la fotografía, principalmente por lo económico que suponía, que permitió acceder a los estudios fotográficos de sus ciudades a gentes de casi todas las clases sociales. El siglo XX con la técnica fotográfica implantada, el retrato sigue siendo un signo de status económico e importancia social para quienes posaban para los artistas, frente a la fotografía, más popular y accesible. Hoy en día, el arte del retrato se ha visto relegado hasta niveles que no se veían desde siglos atrás. y mucho me temo que el retrato artístico será cada vez más una reliquia propia del pasado o una excepción en la producción de los artistas. El retrato requiere notable técnica pictórica, reposo, concentración … y clientes. Los dispositivos tecnológicos más que nunca permiten el “hazlo tu mismo” y el retrato pictórico no está ya entre las opciones más solicitadas. Téngase en cuenta que para que exista un retrato ha de haber antes un encargo. No es una opción destinar buenas horas de nuestro tiempo a posar, y el coste se puede destinar a otros menesteres propios de la vida moderna. El retrato da para mucho, así que habrá que hablar de retratos valencianos en el próximo artículo: sería injusto citar aquí un puñado y dejarse en la palestra otros tantos de especial relevancia: retratos en las paredes oficiales, en parques y jardines o recién adquiridos por museos…