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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Elogio del idiota

10/02/2020 - 

MURCIA. No somos conscientes de lo que significa que Iggy Pop todavía ande deambulando por ahí. Cuando otros artistas muy cercanos a él llevan años muertos, él sigue dando tumbos por ahí. Hace tan solo unos días fallecía Ivan Kral, que se dio a conocer tocando con Patti Smith y que también tocó para Iggy en su etapa new wave. Toda una época va llegando su fin, pero Iggy, ahí sigue, semidesnudo, haciendo de sí mismo día tras día, lo cual no es un trabajo fácil. Hace poco salía a la venta en España Til Wrong Gets Right, una recopilación de letras de sus canciones, acompañadas por alguna explicación del autor, comentarios de colaboradores y amigos, e ilustrada por jugosas fotos. Revisitando esos textos y viendo a Iggy en sus diferentes encarnaciones -el noble y descerebrado salvaje que le ladró al mundo al frente de The Stooges, el gamberro que se fue a Berlín con Bowie teñido de rubio platino, el rockero maduro que al fin se comió la ración del pastel del éxito que le tocaba-, no me cabe ninguna duda de que el motivo que hace de él un personaje único es el que menos festejamos. Ningún artista le teme tan poco como Iggy a hacer el idiota. En cada momento ha hecho lo que le pedía ese cuerpo que parece de goma, cuerpo que él se empeña en mostrarnos al natural, a no ser que la alfombra roja le imponga el uso de esmoquin. Ha sido valiente y también se ha equivocado. Ha sido un pionero y también se ha vendido barato. Ha sido todo lo que nunca fue Mick Jagger, y así le ha ido; y sin embargo, ha vivido para contarlo, no como Jim Morrison, uno de sus grandes ídolos.

Iggy ha hecho el idiota en público pero nunca le hemos visto sonrojarse por ello, porque sabe que esa faceta forma parte del lado casi infantil de su encanto. Así y todo, con los Stooges inventó una manera extrema de entender el rock & roll, proeza ésta que le ha valido el respeto de todas las generaciones de músicos posteriores, que saben que nunca ha habido ni habrá ya nadie como él. Hay una anécdota muy divertida en Til Wrong Gets Right, a cargo de Bowie, contaba a una revista como conoció a Iggy y a Lou Reed, dos de sus referentes. Fue una noche en el legendario -si alguna vez usas el adjetivo legendario o cualquiera de sus sinónimos, asegúrate de que el sustantivo esté a la altura de este club- Max’s Kansas City. Cuando Reed se percató de que el británico también estaba interesado en conocer a Iggy, le espetó: “No hables con él, es un yonqui”. Típico de Lou sacar a pasear de ese modo su lengua viperina; típico de Bowie sentir esa implacable necesidad de fagocitar aquello que admiraba ; y típico de Iggy ser el colgado de la fiesta, el bufón letal que terminaba siendo un dolor de muelas para cualquiera que estuviera cerca.

Lo maravilloso es que, paralelamente a su faceta autodestructiva, el tipo nacido como James Osteberg ha grabado discos que son obras maestras. Con Bowie como copiloto dio forma a The Idiot, álbum de 1977 que en justicia debería ser considerado como la tercera pieza de esa trilogía berlinesa de la que tanto se habla pero en la que se coloca un álbum grabado en Suiza que apenas tiene nada que ver con Low y “Heroes”. Tras aquel episodio de rock transmutado vino, de nuevo con Bowie como aliado, el increíble Lust For Life, que incluye la briosa canción homónima y la no menos recurrente ‘The Passenger’. Los discos que Iggy publicó entre 1978 y 1981 tienen muchas más perlas de lo que parece. Quizá porque se alejó un poco del rock & roll más suicida no sean lo más populares, pero lo cierto es que treinta años después es un placer escucharle cantar necesito más verdad, más inteligencia (jaja), más futuro / más risas (Jajaja), más cultura. Aunque él se queje porque se aburre, o proclame que necesita encontrar nuevos valores porque nada de lo que tiene a mano le viene bien, cada vez que escucho esas canciones sigo estando de acuerdo con él, cuarenta años después de la primera vez. Iggy podrá jugar el papel de idiota, pero de tonto no tiene un pelo. Vivirá en Miami en una mansión tirando a hortera, pero en Free, su último álbum recita poemas de Dylan Thomas y Lou Reed en. Es un tipo culto y cuando estás con él -le he entrevistado cara  a cara en dos ocasiones, y en otra hablamos por teléfono- es como si estuvieras con el amigo más gamberro de la pandilla. Iggy Pop carece de filtros, por eso a veces nos da la sensación de que es un pelín bobo. Pero de eso nada. Lo de llamar a aquel disco El idiota fue por la novela de Dostoyevski. Por cierto, la foto de ese disco, esa en la que Iggy imita el cuadro Roquairol de Erich Heckel, está sacada por Bowie aunque no aparezca acreditado en ninguna parte.

Iggy ha sobrevivido a todo y ahora es también una marca comercial, eso nos chirría un poco, porque se supone que los tipos como él han de malvivir para que nosotros disfrutemos de su integridad. Hace unos años, durante la rueda de prensa que dio en Madrid presentando una campaña para una bebida, dijo que por ese trabajo había ganado más dinero que en todas las giras que había hecho en su vida. Exagerado o no, es muy probable que no le faltaran motivos para aceptar una oferta que debió ser más que suculenta. Esto lo contó ante un reducido grupo de periodistas, y ya sin camisa. Una hora después, cuando fui a entrevistarle, también iba descalzo. Es muy difícil no convertirse en un cliché cuando tienes 70 años y llevas décadas y décadas subiéndote a un escenario e interpretando un papel tan reconocible. Pero a Iggy yo se lo perdono todo. Que haga el ganso en la última de Jim Jarmusch, que haga duetos con el primero que se lo pide. Le agradezco también que ya no nos enseñe la pilila a la mínima de cambio; que sea, además capaz de seguir abordando retos musicales que le aparten de su propia caricatura, y que se deje acompañar por tipo tan valiosos como Josh Homme. Es muy raro que Iggy grabe dos discos magníficos uno detrás de otro. Entre medio tiene que haber un bajó o algo decepcionantes. Eso también forma ya parte de su bagaje. Yo me quedo con el texto con el cual abre su libro de letras: “Estas son las palabras que me vinieron a la mente. Llegaron a pie, a caballo, en un Eldorado, en moto; tambaleantes, a punta de pistola en mi sien, a punta de pistola en mi vientre, con la aguja en el brazo, el porro en la boca, las pastillas en el torrente sanguíneo; pero no importa cómo llegaron, hicieron el puto trabajo. Hay profecías, idioteces, meticulosidad y delirios de grandeza. Su carga es pesada, me duele el cerebro. Sin embargo, son mi orgullo y alegría, y no hay más que decir”. Yo sí añadiría algo más, citaría a Juan Ramón Jiménez cuando dice que el rebuzno es el grito más sincero de la creación.

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