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crítica de cine

'El oficial y el espía': Un irrefutable Polanski

3/01/2020 - 

VALÈNCIA. El texto que escribió Émile Zola para denunciar el caso Dreyfus a través de los medios de comunicación, el mítico J’accuse…, ha servido a lo largo del tiempo para expresar la repulsa contra las injusticias ejercidas desde el poder. 

En 1894 se acusó al capitán Alfred Dreyfus de alta traición. Tenía 35 años y era de origen judío alsaciano. No había pruebas contra él, pero resultó más fácil incriminarlo que averiguar la verdad. Se necesitaba un culpable y resultó un excelente chivo expiatorio. Fue condenado a cumplir cadena perpetua en la isla del Diablo, en la Guayana francesa, y allí probablemente hubiera muerto de no ser porque, unos años más tarde, el coronel George Picquart, nuevo responsable del Servicio de Información, descubrió un telegrama que dejaba claro que las pruebas contra él eran falsas, evidenciando un complot por parte de las autoridades para ocultar su ineficacia y poniendo de manifiesto su antisemitismo. El descubrimiento condenó a Picquart también a ser denigrado y solo contó con el apoyo de los intelectuales que, como Zola, decidieron intervenir en el asunto, destapando el entramado a la opinión pública.  

El caso Dreyfus ha sido llevado al cine en numerosas ocasiones, las primeras muy cercanas a la época en la que tuvo lugar, como la pieza que firmó en1899 George Mélies titulada El proceso Dreyfus. Ahora Roman Polanski se basa en una de las muchas novelas escritas sobre el tema, la de Robert Harris (al que ya adaptó en El escritor) para componer El oficial y el espía, una minuciosa recreación histórica en la que el director se aproxima al caso desde la óptica del thriller detectivesco. 

Para ello utiliza la figura de George Picquart (interpretado por un magnífico Jean Dujardin) para introducirnos en toda esa red de mentiras que esconde un gobierno regido por la opacidad y las mentiras. El director utiliza el puntillismo para ir construyendo poco a poco la intriga a través de cada pequeño detalle. Así, acompañamos a un personaje en su particular viaje hacia el descubrimiento de cada una de las claves del complot, desde sus primeras sospechas, hasta llegar a los responsables, pasando por juicios, duelos, condenas públicas y privadas. Es un cambio en el punto de vista con respecto al relato tradicional que siempre ha situado a Dreyfus en el foco. La historia no se explica a través del inocente, sino de la persona que luchó para desenmascarar la verdad dentro de un sistema antidemocrático que se adscribe al Antiguo Régimen. 

El director siempre ha sido un experto a la hora de desvelar aquello que se esconde más allá de las apariencias y de mostrarnos su lado más turbio. En esta ocasión utiliza una puesta en escena de lo más concisa y pulcra para ir introduciéndonos en un universo lleno de mentiras y traiciones. Y lo hace, como suele ser habitual en su filmografía, a través de la figura de la víctima y del verdugo y de los conceptos de verdad y mentira, de inocencia y culpabilidad, de bien y mal, de obsesión y de mentira. 


Han sido muchas las voces las que han intentado establecer un nexo entre el sentido de esta película y la situación del propio Polanski, figura profundamente demonizada después de las acusaciones por violación removidas tras el Me Too. 

Puede que sea su particular forma de reivindicar su inocencia y de paso cargar contra los linchamientos mediáticos de nuestros días, contra el odio y la intolerancia que generan, pero lo cierto es que la historia del Caso Dreyfus también contiene otras implicaciones personales, como es el antisemitismo que le dio origen, un tema que ha abordado en muchas de sus películas como exorcismo personal. 

El oficial y el espía entroncaría en espíritu con sus películas históricas, con El pianista y Oliver Twist, aunque en este caso domina la frialdad escénica, la meticulosa recreación histórica como si se tratara de un calco analítico. La sobriedad ceremoniosa domina la función, pero resulta realmente apasionante introducirnos en el juego que plantea, como si poco a poco fueran cayendo capas y más capas de mentiras hasta llegar al meollo de la cuestión. La acción transcurre en despachos, es espacios cerrados que simbolizan esa opresión que sufre el protagonista, asfixiado en medio de un entorno hostil y repleto de podredumbre moral. 

El oficial y el espía es una obra clásica irrefutable, con un dominio de las acciones, de los tiempos y de los personajes solo propios de un maestro, en la que todo está perfectamente medido y ejecutado. Estamos frente a una obra marcada por el rigor, seca y precisa, incisiva y punzante a la hora de diseccionar no solo cada escena y sino también de hablar de temas como la manipulación de la información, el odio racial o un poder que genera monstruos. 

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