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LA OPINIÓN PUBLICADA / OPINIÓN

El Brexit se hizo carne  

2/02/2020 - 

La relación del Reino Unido con la Unión Europea siempre ha sido tortuosa. Durante años, el Reino Unido tuvo vetado el acceso a lo que entonces se llamaba CEE (Comunidad Económica Europea). El veto, ejercido por Francia y por su presidente Charles de Gaulle, se derivaba de la sospecha de que los británicos querían entrar como un caballo de Troya en la CEE: para asegurarse de que la cosa nunca funcionase del todo, siguiendo la histórica directriz de la política exterior británica al respecto de Europa: hacer lo necesario para que nunca hubiera una potencia hegemónica en el continente. Lo explicaban de forma inmejorable en la mítica serie de la BBC "¡Sí, ministro!" (1980-1984):

Así, el devenir de los británicos dentro de la Unión Europea siempre ha sido un "estar sin estar". Un estar lo menos posible, y que ponía en duda las directrices de la Unión Europea y cómo ésta se iba configurando. Y con razón, desde su perspectiva, dado que la UE se organizaba en torno a un claro polo de poder, sobre todo a partir de los años 90: Alemania, el país más poblado y la economía más poderosa de la UE. Frente a las pretensiones hegemónicas y homogeneizadoras alemanas, el Reino Unido siempre fue un vector que tiraba en sentido contrario, y que se resistía a participar en los espacios de integración, como la moneda única o el espacio Schengen. 

A pesar de estos antecedentes, la verdad es que casi nadie pensaba que el referéndum del Brexit de 2016 pudiera prosperar. David Cameron lo convocó como convocó el referéndum de independencia escocés de 2014: convencido de que lo ganaría sin dificultades. Y eso que dicho referéndum escocés ya había supuesto un claro aviso de que montar referéndums con cuestiones capitales que das frívolamente por ganados supone jugar a aprendiz de brujo. Porque, como puede deducirse de una pregunta con dos opciones, siempre existe la posibilidad de que el electorado se decante por la opción mala.

Y en esto que el Brexit triunfó (claramente, con un 51,9% de los votos y una elevadísima participación) y además lo hizo, pese a todas las alertas y comentarios posteriores en sentido contrario, respondiendo a la voluntad de los británicos, pues no es sólo que triunfase en el referéndum, sino que en los años sucesivos también han triunfado los que se han posicionado con mayor claridad a favor de impulsar definitivamente la salida de la Unión Europea, como el primer ministro británico, Boris Johnson. De hecho, el Brexit inaugura una serie cada vez más larga de victorias por sorpresa, por parte de candidatos o de portavoces que hacen de la retórica antiestablishment una de sus marcas de la casa, ayudados por las nuevas formas de difusión de los mensajes vía redes sociales y la falta de credibilidad de los grandes medios (muchos de ellos pro-establishment). Y la evidencia de que los caudillos antiestablishment provienen de él (como Trump, como Bolsonaro, como Johnson) no les ha restado un ápice de fuerza electoral.

Son abundantes los análisis (la mayoría, tenebrosos) sobre el futuro del Reino Unido post-UE, y no voy a abundar sobre ello. Sólo hay una cuestión a la que querría referirme, al respecto, y es el obvio problema que se abre ahora en este país con el encaje de Escocia. El referéndum escocés se basó, entre otras, en la poderosa premisa (enarbolada por los partidarios de seguir en el Reino Unido) de que una Escocia independiente no podría seguir en la Unión Europea. Dado que Escocia es la zona más europeísta del Reino Unido (precisamente, entre otros motivos, por contraposición al euroescepticismo de los ingleses), este argumento pesó, sin duda, en el sentido del voto de mucha gente. 

Se celebró el referéndum, la victoria del No (bastante clara, con un 55%) dejó claro que la independencia de Escocia quedaba muy lejos, y... Tan sólo dos años después, Cameron convocó otro referéndum que dio al traste con todo. Un referéndum que certificó la salida de la UE del Reino Unido, y con él de los escoceses, a pesar de que en Escocia había ganado claramente el Sí a la UE, con un 62% de los votos. No cabe extrañar que desde el nacionalismo escocés se exija ahora un segundo referéndum, una vez ha quedado claro que las premisas con las que se celebró el primero eran falsas: simplificando, Escocia votó Sí al Reino Unido para no salir de la UE, y sólo dos años después el Reino Unido obligó a Escocia a salir de la UE.

Las enseñanzas de todo este lío para España no son menores. Por un lado, reivindica en cierta medida el inmovilismo, en materia de montar referéndums, de Mariano Rajoy y de los gobiernos españoles, por contraste con el entusiasmo casi compulsivo con el que los convocaba David Cameron. Por otro lado, deja claro que no hay nada imposible: parecía inviable que un referéndum como el del Brexit pudiera ganarse por parte de sus partidarios; e incluso después, que pudiera llevarse realmente a cabo. Y también muestra que, al final, las mayorías pueden acabar tomando decisiones que ignoran por completo los derechos de las minorías, como es el caso de los escoceses. 

Son, todos ellos, argumentos que el independentismo catalán puede utilizar en su provecho, a pesar de que, por el contrario, si el ambiente internacional nunca fue demasiado favorable a propiciar un referéndum de independencia en Cataluña, visto lo sucedido con el Brexit y sus efectos "imprevisibles" (parece un poco ridículo tildar de imprevisible un referéndum que sólo podía tener dos resultados, pero es que la gente que lo convocó pensaba que, en realidad, sólo podía salir Sí a la UE), ahora lo será menos que nunca.

Finalmente, el Brexit nos demuestra que no hay nada inmutable. Tampoco la UE, pues el Reino Unido no era el único país insatisfecho con la arquitectura de la Unión. Italia, donde la inmigración y la moneda única son dos materias de discusión que fomentan el euroescepticismo, podría ser la siguiente parada. Y, sin Italia, habría que comenzar a plantearse si la UE, tal y como está montada (una estructura supranacional que deja sin autonomía en materia económica a los Estados y les obliga a aceptar trágalas como el euro, pero donde la cohesión política, cultural y social, continúa siendo muy débil), es viable. 

¿Y España? Por el momento, el Spexit es un escenario altamente improbable, pues en España sigue habiendo una clara mayoría proUE. En los últimos años han surgido partidos que, desde la izquierda (Podemos) o la extrema derecha (Vox), han puesto en duda algunos de los postulados de la UE. Pero son críticas deslavazadas y a menudo anecdóticas, derivadas de contextos muy específicos, como las dificultades para aplicar los cargos draconianos de sedición y rebelión allende nuestras fronteras. Sólo con eso no basta para soliviantar al público.

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