LAS SERIES Y LA VIDA 

'El ferrocarril subterráneo' reescribe la historia de Estados Unidos

26/06/2021 - 

MURCIA. Cuando, en la primera secuencia de Watchmen, vimos cómo la población negra de Tulsa era exterminada, muchas tuvimos que acudir a internet para averiguar si aquello era ficción inventada para la serie o la recreación de algún suceso real. Y descubrimos que fue realidad: se trataba de la masacre racial de Tulsa de 1921. También cuando, en relación a algunos acontecimientos de la segunda temporada de El cuento de la criada, se habló de su inspiración en algo llamado “el ferrocarril subterráneo”, nos pasó lo mismo, vuelta a internet a ver qué era aquello. En ambos casos descubrimos lo poco que sabíamos de la historia de la población negra en Estados Unidos, más allá de ser conscientes del periodo de la esclavitud y de algunos nombres y acontecimientos sueltos aquí y allá, especialmente a partir de los años 60 del siglo pasado.

El racismo es estructural en Estados Unidos, como desgraciadamente se constata día a día y, por lo tanto, tiene una larga historia y una base muy profunda. Una historia y una base que, en los últimos años, y con más fuerza desde el Black Lives Matter, artistas y cineastas están exponiendo de modos distintos y de formas muy creativas, con obras que no se limitan a su condición de denuncia o a la militancia, sino que suman a ella un alto valor artístico.

Las sorprendentes incursiones en el terror y el fantástico de Jordan Peele en Déjame salir (2017) y Nosotros (2029), o la de Steve McQueen con Lovecraft Country (2020) cambian el punto de vista y los protagonistas y consiguen hacernos conscientes de los mecanismos del racismo y la discriminación jugando con los tópicos del género. Otras obras cuentan lo que permanecía oculto, como en la serie de McQueen Small Axe (2020) o Da 5 Bloods: hermanos de armas (2019), de un veterano en estas lides como Spike Lee. Todas ellas están revelando al mundo el legado de la población negra y haciéndola presente. También Nola Darling (Lee, 2017), Una noche en Miami (Regina King, 2020), Así nos ven (Ava DuVernay, 2019), Falcon y el Soldado de Invierno (Malcolm Spellman, 2021), Exterminad a todos los salvajes (Raoul Peck, 2021), etc.

Y ahora ha llegado una pieza sobresaliente, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, dada su envergadura estética y narrativa. El ferrocarril subterráneo (Amazon Prime Video) es una serie creada por Barry Jenkins, director de Moonlight (2016), ganadora del Oscar a la mejor película. Está basada en la novela homónima de Colson Whitehead, publicada en 2017 y galardonada con el Premio Pulitzer y el National Book Award. 

El ferrocarril subterráneo fue una gran red clandestina que, hasta la abolición de la esclavitud en 1865, organizaba en Estados Unidos la huida de los esclavos desde los estados del sur a los del norte o a Canadá. Se calcula que unas 100.000 personas lograron escapar por este medio. No era un ferrocarril real, sino una red de gente compuesta por población negra, liberada o no, abolicionistas y también bastantes indígenas, que utilizaban, metafóricamente, la nomenclatura del ferrocarril: tenían estaciones, maquinistas, pasajeros o jefes de estación.

Sin embargo, la serie, como la novela, opta por convertir el ferrocarril y las estaciones en algo real que, además, va creciendo conforme la serie avanza. Esto introduce un elemento de orden fantástico, algo así como de realismo mágico y, en ocasiones, de carácter onírico o surrealista. Es un anacronismo, puesto que los sucesos son bastante anteriores a la llegada del ferrocarril. Pero, contrariamente a lo que pudiéramos pensar, no le quita un ápice de veracidad a la revisión de la historia que la serie propone.

En la serie seguimos a Cora (magníficamente interpretada por Thuso Mbedu), una joven esclava que escapa, a través de dicha red, de una plantación. Y seguirá escapando a lo largo de toda serie, centrando cada capítulo en una etapa del camino que recorre la protagonista, desde Georgia hasta Indiana, pasando por Carolina del Sur, Carolina del Norte y Tennessee, más algún episodio dedicado a algún otro personaje. De esta forma, aunque se trata de un relato con continuidad, en realidad cada entrega, que puede ir de los 20 a los 77 minutos, forma una unidad y requiere de planteamientos estéticos y narrativos diferentes.

Y todo ese recorrido permite no solo revisar la historia, contar aspectos que no conocíamos y realidades de las que éramos conscientes, sino también deconstruir algunos de los mitos que la historia y la cultura han creado. El deslumbrante capítulo que transcurre en Tennessee es un buen ejemplo, con su tratamiento del paisaje totalmente a la contra del imaginario creado por el western, el relato fundacional de la nación americana. También la forma en que se presentan algunas comunidades de granjeros y agricultores está muy lejos de la imagen mítica de ese relato, el de la conquista del territorio, la batalla entre lo humano y lo natural, el proceso de urbanización y posesión de la tierra que tanto la literatura como el cine han fijado.

En general, ya les aviso, la serie resulta muy dolorosa de ver. Y esto no deriva solo de lo que cuenta, la crueldad e inhumanidad del supremacismo blanco, también de cómo lo cuenta. Lo que no deja de ser sorprendente, teniendo en cuenta la belleza de las imágenes. Pero, ay, esas secuencias con una cámara que no deja de moverse entre los personajes y en torno a ellos en travellings sinuosos cuando no circulares y que acaba resultando amenazante. Muchas veces no hay distancia entre nosotros y los personajes, porque la cámara está pegada a ellos. Los recorridos sobre los rostros de los esclavos, ellos y ellas de pie formando un grupo, de frente a nosotros: parece que estamos mirando directamente al pasado y esto nos coloca en un lugar muy incómodo, es imposible sostener su mirada. También la duración de muchos planos se alarga de forma deliberada para crear desasosiego, lo que conlleva una dimensión política puesto que nos descoloca al hacernos conscientes, precisamente, de nuestra propia mirada y posición. Mención especial al director de fotografía, James Laxton, colaborador habitual del director.

La magnífica banda sonora de Nicholas Brittell, usual compositor de las obras de Jenkins es un factor decisivo en nuestra incomodidad. A veces consiste solo en ruido, a veces son pocas notas que tiñen la imagen de amenaza. Todo un ejemplo a seguir en unos tiempos que imponen el uso de la música de forma inmisericorde en la mayoría de relatos audiovisuales. ¿No tienen a veces la sensación, en muchas películas y series, de que molesta? ¿De que no les deja ver? Pues aquí es todo lo contrario.

En fin, que aunque duele, hay que verla. Sosegadamente si es posible, cuesta respirar después de algunos capítulos. Al final, la metáfora del ferrocarril subterráneo acaba convertida en un emblema de la propia historia de la población negra. Una historia efectivamente subterránea, que ha circulado por fuera de las vías convencionales y oficiales y que, aunque se haya negado durante mucho tiempo, está en el sustrato de la creación como nación de Estados Unidos. Y que ahora se está contando desde la excelencia artística.

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