AL OTRO LADO DE LA COLINA / OPINIÓN

Del clima, la ONU y otras culpas

Cuentan que Pedro para entretenerse y hacerse de notar fingió reiteradamente que venía el lobo, y al final cuando éste llegó nadie estaba preparado ni le ayudo. Esperemos que con los desastres climáticos no nos pase igual

17/08/2021 - 

MURCIA. Si usted está leyendo estas líneas, usted es culpable: sí, sí, usted, usted es culpable, usted está usando un medio digital tecnológico que consume electricidad, todo gracias al progreso tecnológico de Occidente con sus revoluciones industriales; además en un medio de comunicación social que hace uso de la libertad de expresión, porque usted disfruta de un Estado del Bienestar en un país democrático y de derecho, es decir, usted es culpable por ser lo que es, europeo.

¿Y quién dice qué es usted culpable por ser lo que es? Pues lo dice el último (de la pasada semana) informe (fruto de más de 14.000 artículos científicos) del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), ese ente creado por las Naciones Unidas, donde se afirma que el cambio climático es culpa exclusivamente del hombre; por supuesto, del hombre occidental se sobre entiende, porque China, por ejemplo, mayor país contaminante, el mayor emisor de gases efecto invernadero no se siente aludida ni es culpable de nada. Vamos, algo parecido con lo ocurrido con la pandemia, y cómo el bicho parece estar de capa caída, hay ya que buscar otro relevo atemorizador, como coincide mi amigo el Marqués de Foyos, y además las consecuencias de ese cambio climático “son irreversibles por siglos o milenios”.

Porque el cambio climático en la historia del planeta Tierra es algo obvio, con o sin intervención humana. Que el ser humano altera los ecosistemas es una evidencia a la cual no hace falta aportar muchos artículos científicos y argumentos. El Homo Sapiens con el paso del paleolítico al mesolítico y al neolítico, y el consiguiente sedentarismo, con la aparición de la agricultura y ganadería, el desarrollo de la civilización y la cultura urbana ha ido alterando su entorno.

La humanidad desde la revolución industrial está contaminando el planeta de una manera acelerada, a partir de la segunda mitad del siglo XX de forma geométrica, y ya exponencialmente por el despegue de la República Popular China como superpotencia mundial. Cuanto más desarrollo tengamos, más países progresen y se cumplan más los Objetivos de Desarrollo de la propia ONU, se consumen más recursos y por lo tanto el planeta se deteriora de una forma que aunque esa ONU, o al menos su IPCC, afirma que es de forma irreversible, esperemos que no la haga inhabitable.

Pero, según la tiranía del pensamiento único, la contaminación y la batalla contra ésta, para evitar el cambio climático, según dicen irreversible (ojo y soy de los que creo que hemos pasado algunos puntos de no retorno), parece ser responsabilidad sólo de los aproximadamente 500 millones de europeos de la UE+UK (el resto hasta 750, como son los rusos, no parecen tan mentalizados) porque para los otros más de 7000 millones de habitantes del mundo no parece ir con ellos o con sus gobiernos; aunque algunos sí se sientan afectados, como los habitantes de otros países avanzados y de la órbita occidental como Australia, Nueva Zelanda, Canadá, y también, aunque algo menos, los Estados Unidos de América, que serían otros 400, poca cosa. Pero aparte de estos países del entorno occidental, el sentimiento de culpabilidad de la Humanidad y la mayoría de la acción gubernamental (obras son amores y no buenas intenciones) de los casi 200 países, deja mucho que desear y parece que seamos nosotros, los europeos, los únicos que podemos evitarlo, algo que ya han dicho que es irreversible (IPCC dixit).

Por lo tanto este informe de Naciones Unidas sobre el exclusivo origen humano del cambio climático puede convertirse en una nueva excusa de ese mantra internacional de que somos culpables, los occidentales claro está, al igual que de la pandemia también somos en parte culpables (sobre todo la criminalizada hostelería y juventud) por nuestra forma de vida sociable, y por lo tanto se nos exige pagar una pena. 

¿Cuál es esa condena? Pues sí, esa que se imaginan, cambiar nuestra forma de vida (pura ingeniera social), acabar con nuestros hábitos de reunirnos con amigos y familias, nuestra cultura festera (sobre todo en España), nuestra gastronomía excesivamente cárnica (ya verán como algún vegano radical pronto creará el lema "muera la paella valenciana, viva el arroz a banda y la fideua”), querrán cambiarnos nuestra manera de disfrutar de la vida, nuestra forma de viajar; todo precisamente a los europeos, pues parece (como ya hemos dicho) que el resto de la humanidad no está tanto por la labor, será otra nueva excusa de esas organizaciones internacionales. 

Lo vimos con lo ocurrido en la pandemia y la OMS, muy inspiradas y participadas por los contrapesos geopolíticos de Occidente, ya saben China y Rusia, así como de otras culturas (que gustan actuar de contracultura) para maniatar a nuestra forma de vida y escala de valores. Que no sé si es mejor que las otras, pero es la que tenemos, y por la que por cierto centenares de miles, por no decir millones, de seres humanos en todo el mundo se juegan la vida como emigrantes para venir a intentar disfrutar de ella.

Porque lo que yo por lo menos tengo claro es que hay que intentar minimizar el deterioro de nuestro planeta, contaminar lo menos posible nuestro ecosistema, por supuesto, pero manteniendo un equilibrio con nuestra forma de vida, más todavía si el resto de los pasajeros de esta nave espacial llamada planeta Tierra no nos sigue en nuestros esfuerzos, con lo cual nuestros propósitos serán irrisorios. Por lo tanto cabe pensar que además de actuar en mejorar la salud de la tierra o por lo menos no perjudicarla mucho más de lo necesario se debe trabajar por un plan B, si si un plan B alternativo o complementario al plan A que es impedir el cambio climático (por ejemplo acabando con las emisiones de gases de efecto invernadero), porque recuerden el cambio climático es irreversible.

Al igual que en la pandemia, que curiosamente se venía avisando desde hacía años en todas las estrategias de seguridad, tanto sanitarias como geopolíticas, como uno de los riesgos que iban a producirse y ¡o sorpresa!, a todos los gobernantes o a la mayoría les pilló de nuevas, afirmando que no se podía prever. Yo espero de esos responsables que ahora tengan un plan B, para el caso de que los graves eventos que se van a producir por el cambio climático lleguen, y no nos digan después de forma pusilánime que era imposible preverlo. Por no alargarnos mucho en estas líneas, de los riesgos a los que tiene que hacer frente este plan B entre los innumerables que hay, resaltaría dos, que yo llamaría existenciales, primero el riesgo ante el cambio climático de carecer de agua, y segundo los riesgos derivados de los eventos climatológicos extremadamente adversos.

La necesidad de contar con el oro azul, el agua, es un problema que está sobre el tapete, no solo a nivel local que es evidente sino también a nivel internacional, existen diferentes regiones en el mundo donde el acceso al H2O está provocando tensiones que pueden desembocar en conflictos. En España tenemos una mitad sur (sobre todo S.E.) en proceso de desertización, que requiere de un potente plan hidrológico en el que se establezcan todo tipo de acciones estratégicas, desde trasvases (nacionales e incluso internacionales) con la construcción o reactivación de importantes infraestructuras, hasta desaladoras aun siendo muy contaminantes y con un alto consumo eléctrico, con la consiguiente derivada de abaratar la electricidad, otra prioridad nacional que parece ha desaparecido de la agenda social de los que venían a rescatar a personas, pero el acceso al agua es algo vital, más aún ante el panorama futura de escasez y sequía.

En segundo lugar, el hacer frente a los eventos climatológicos extremadamente severos, que conllevaría un profundo análisis de riesgos, desde el estudio de las menguantes líneas de costas que puedan necesitar crear obras civiles al estilo holandés, a tener que inspeccionar los planes locales de seguridad (que en muchos casos ni existen) para estudiar zonas inundables, o mobiliario urbano que pueda ser afectado por vientos  huracanados, trombas o tornados, así como otro tipo de actuaciones en edificios y construcciones que pueden ser embestidas por agua o viento de forma catastrófica, pero claro todo esto supone trabajo, liderazgo y gestión pública, en colaboración con el sector privado, ¿será posible?.

Pero me temo que tras este informe, Occidente parecerá ser otra vez culpable, y a muchos les servirá otra vez como excusa para no hacer nada, y afirmar que como usted no apago la luz, no dejo de gastar, no dejo de consumir, no dejo de viajar, no dejó de usar y disfrutar de sus derechos y libertades, es usted culpable del desastre climatológico, al que parece que de forma irreversible vamos encaminados lamentablemente. Por eso cuando oigan a algún responsable local, nacional o internacional hablar del cambio climático, pregúntense cuáles han sido las medidas y los planes que ha desarrollado para minimizar sus efectos adversos, si tiene un plan B o no, porque si no lo tiene, ya sea por ignorancia o negligencia, no es un líder vocacional es más bien un político ocupacional.

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