CARTAGENA (Efe).- El escritor zaragozano David Lozano ha reflexionado sobre la “hipocresía” que, en su opinión, se esconde en actitudes de “censura” como las que justifican el veto parental porque nunca se ejercen hacia la violencia, sino solo hacia aspectos que tienen que ver con la sexualidad.
El autor, especializado en literatura infantil y juvenil, ha lamentado que en sus libros, en los que el misterio suele jugar un papel protagonista, “puede haber un ingrediente de violencia, pueden morir siete personajes descuartizados, y ningún padre se quejará”, mientras que sí recibe críticas negativas si, por ejemplo, se narra una relación homosexual.
“Es curioso, la censura no se elige nunca hacia la violencia, sino que tiene que ver todavía con tabúes vinculados a la sexualidad”, ha manifestado en Cartagena, donde esta semana participa en varios encuentros con estudiantes en el marco de los Premios Mandarache y Hache de fomento de la lectura, de los que es finalista con su novela Desconocidos, con la que ya ganó el Premio Edebé de Literatura Juvenil.
Lozano se ha planteado si para asistir a los encuentros se habrá requerido a los lectores que elegirán la obra ganadora del certamen, de entre 12 y 15 años, la autorización familiar a través del denominado “pin parental”.
Esa actitud posesiva que observamos en muchas relaciones en edades cada vez más jóvenes demuestra que falta educación
La novela aborda uno de los temas que la ultraderecha considera polémico, el de la violencia de género, en este caso, a través de la protagonista, una adolescente que ha salido de "una relación tóxica” en la que era controlada por su pareja, a quien termina por denunciar por acoso y amenazas.
“Esa actitud posesiva que observamos en muchas relaciones en edades cada vez más jóvenes demuestra que falta educación (afectivo-sexual)", ha defendido, y ha subrayado que los adolescentes debe recibir en la escuela una formación “más allá de lo estrictamente académico” y que les muestre “otras realidades”.
“El acoso es violencia de género. La amenaza es violencia de género. Falta educación para que los jóvenes tengan claro que la pareja no es una cosa, no es de nadie, porque pensar que si una chica no es para mí, no es para nadie, también es violencia de género. La clave está en la formación”, ha destacado.
El también ganador del Premio Gran Angular en 2006 con Donde surgen las sombras y del Premio Edebé de Literatura Infantil con El ladrón de los minutos, aborda además en esta novela los riesgos que entrañan los contactos que se establecen a través de las redes sociales, incluso cuando se toman precauciones, como hace la protagonista del libro.
En su opinión, “la tecnología ha avanzado tan rápido que no hemos sabido gestionarlo” y tanto jóvenes como adultos cometen imprudencias al ofrecer datos y detalles de su vida a completos desconocidos.
“El móvil se ha convertido en un accesorio demasiado familiar y se nos olvida que su uso también implica riesgos”, ha destacado y ha puesto de relieve que no solo son riesgos en las relaciones personales, sino también en la vida privada y el ocio.
Como ejemplo, ha señalado la manera en que el móvil suele afectar al hábito lector, ya que su experiencia es que todos los niños disfrutan leyendo y dejan esa actividad en la adolescencia, frecuentemente en el momento en que adquieren su propio teléfono.
Lectura y móvil no son incompatibles, pero es un desafío que tienen padres y profesores el enseñar a gestionarlo
“Lectura y móvil no son incompatibles, pero es un desafío que tienen padres y profesores el enseñar a gestionarlo”, ha indicado. No obstante, sus novelas, con las que ha ganado numerosos premios (ya fue finalista del Premio Hache en 2015) son un claro ejemplo de que es posible atraer al público adolescente hacia los libros, algo que él trata de lograr introduciendo un ritmo narrativo ágil para evitar perder su atención, porque “el lector joven tiene un inconveniente muy serio: es muy impaciente”, ha bromeado.
Aunque queda “mucha labor” por hacer para fomentar la lectura desde edades tempranas, Lozano ha reconocido el papel que se hace desde cada vez más centros educativos que apuestan por complementar la lectura de los clásicos con obras actuales con la que los adolescentes puedan sentirse identificados y atraídos.
“No soy contrario a que los adolescentes lean los clásicos, deben leerlos, pero en el aula, acompañados y guiados. Fuera de las aulas, hay que apostar por mostrarles el placer de leer”, ha concluido.