MURCIA. El policía que perdió al compañero y vive obsesionado por la pérdida, la madre o el padre coraje que venga la muerte de la hija, la cirujana martirizada por el recuerdo del paciente que falleció en la mesa de operaciones, el hijo que no supera el suicidio del padre… Todos ellos son tópicos narrativos que, desarrollados con mayor o menor fortuna, encontramos una y otra vez tanto en películas como en series, especialmente las procedimentales. La pérdida de un ser querido y la aceptación de la muerte, aspectos estos que, desgraciadamente tenemos muy presente en nuestros tiempos de pandemia, están en la ficción desde siempre porque, evidentemente, forman parte de la vida.
El dolor y el duelo constituyen un potente motor emocional de los personajes y vertebran muchas tramas, en muchos casos mezclados con el sentimiento de culpa, justificado o no. Y si la acción transcurre en un hospital, comisaría de policía, parque de bomberos o departamento forense, el cliché campa a sus anchas.
Sin embargo, en los últimos tiempos abundan las series en las que, desde muy diversos enfoques y evitando estereotipos, el duelo se ha convertido en el tema principal. Ya no se trata de que haya un personaje marcado por la pérdida, sino de que toda la historia y la propia esencia de la serie pivota en torno a esa cuestión. Me refiero a obras como Kidding, After life, Dead to me, DEVS, Sorry for your loss, El método Kominsky, Patria, la primera temporada de Fleabag, Undone, La extraordinaria playlist de Zoey, el capítulo “Ahora mismo vuelvo”, de Black Mirror, entre otras. Y podríamos incluir en este grupo a Patria que, más allá del relato sobre el terrorismo, se organiza en torno a los efectos de un asesinato y el modo en que se enfrentan a ese hecho los familiares y el entorno.
Hay muchas cosas diferentes aquí: ciencia ficción, drama, comedia, musical, suspense, realismo, fantasía. Padres que lloran a sus hijos e hijas (DEVS, Kidding), esposas a sus maridos (Sorry for your loss, Dead to me, Patria), maridos a sus esposas (After life, El método Kominsky), hijos e hijas a sus padres (Undone, La extraordinaria playlist de Zoey, Patria), amigas a amigas (Fleabag). Lo que no abunda, justamente, es el cliché. Más bien todo lo contrario: mucha originalidad. Son series singulares, inclasificables y de gran personalidad.
Dos de las más tristes, verdaderas apologías de la tristeza, realmente, las debemos, paradójicamente, a dos cómicos. Ricky Gervais ha creado una serie, After life, sobre un hombre tristísimo y enfadado con el mundo tras la muerte de su esposa. De realización sencilla y convencional, es su tono lo que destaca sobre todo lo demás, con su inesperada combinación de comedia y drama, ternura y sarcasmo, tristeza y alegría.
Por su parte, otro cómico, Jim Carrey, protagoniza Kidding, sobre un icono de la televisión infantil que debe continuar haciendo reír a los niños mientras llora la muerte de su hijo. Mucho menos convencional en su realización que la serie de Gervais, no en vano Michel Gondry es uno de sus directores, tiene, sin embargo, muchos de los elementos que hemos enumerado en After life, solo que aquí el tono y el humor no son amables; no hay placidez, sino más bien violencia y agresividad. Las mismas que hay en Dead to me con su humor tirando a negro, un poco en la línea de Mujeres desesperadas (que, por cierto, comenzaba también con un duelo, el de las cuatro amigas que han de digerir el suicidio incomprensible de una quinta amiga en el primer minuto de la serie), sobre la amistad entre una viuda y su nueva amiga, la mujer que mató accidentalmente a su marido. Y cuando el duelo se mezcla con la culpa hace imposible avanzar en la vida, como bien aprende, sufriendo, nuestra querida Fleabag.
La fantasía y la ciencia ficción también son herramientas para hablar del duelo. Es el caso de DEVS, la serie de animación Undone y el capítulo “Ahora mismo vuelvo”, de Black Mirror. En ellas, la imposibilidad de aceptar la muerte y afrontar el duelo abren la puerta a inquietantes reflexiones acerca de los usos de la tecnología y de nuestra capacidad para transgredir límites que puede que no deban ser traspasados. Un argumento clásico de la ciencia ficción.
Ya la pionera en esto de convertir el duelo, la muerte y la pérdida en su razón de ser derrochaba todas estas virtudes de originalidad y personalidad. Me refiero, claro está, a la gran A dos metros bajo tierra (Six feet under, 2001-2005), la extraordinaria serie de Alan Ball que fue capaz de convertir en protagonista a ¡una funeraria! (debió ser glorioso el momento en que ofreció semejante idea a los productores). Y seguro que están pensando en este momento en esa otra obra maestra que es la inolvidable The Leftovers (Damon Lindelof, Tom Perrotta, 2014-2017), cuyas tres asombrosas temporadas no hacen más que girar en torno al duelo y a las diferentes formas de enfrentar, individual y colectivamente, la pérdida de los seres queridos. Por cierto, otro escenario de ciencia ficción que sirve para hablar de las emociones y sentimientos más profundos del ser humano.
La ficción puede hacer algo que es imposible en la realidad: revivir a la persona amada y perdida. La aparición de fantasmas es muy habitual cuando hay personajes en duelo en cualquier serie, hasta el punto de que también se ha convertido en un cliché a veces muy molesto, por manido. No es el caso de las series de las que hablamos cuando visualizan al ser perdido a través de representaciones fantasmáticas o incluyendo elementos que hacen que esté presente.
Son remedos de quien no está y, al mismo tiempo, potentes recursos narrativos y visuales: el insistente fantasma del padre de los Fischer y los muchísimos espectros que acompañan a los vivos en A dos metros bajo tierra; los vídeos de la esposa muerta de After life, que permiten contrastar la vida y la alegría anteriores con la triste existencia actual de Tony; la gigantesca y turbadora estatua de la hija fallecida que preside el bosque donde tiene lugar DEVS; el hermano gemelo del hijo fallecido en Kidding, muy a su pesar; el fantasma de la esposa de Norman en El método Kominsky; los vívidos recuerdos de Fleabag sobre su amiga; las fantasías musicales de Zoey con las que revive a un padre moribundo; los delirios de la protagonista de Undone y, por supuesto, el androide del capítulo de Black Mirror, construido a imagen y semejanza del novio muerto pero que, ay, no es él.
¿Por qué ahora coinciden tantas series que convierten al duelo en el centro del relato? Sin duda, es otro nuevo indicador de la libertad creativa que han alcanzado. Pero tiene que haber más, no es una moda. ¿Se trata, tal vez, de la necesidad de contar y contarnos estas historias en un mundo que tiene casi prohibida la tristeza? Porque la tristeza está muy mal vista, incluso cuando está justificadísima: esto pasará, arriba ese ánimo, no te agobies, tú tranquilo, eso no es nada, te envío un emoticono, dame un like. Hay que ser siempre feliz o, mejor dicho, parecerlo, que el ser importa poco. Y, a veces, no se puede, qué le vamos a hacer.