MURCIA. No sé si conocen la popular cerámica de Delft. Comenzó a desarrollarse a finales del siglo XVI en esta mediana ciudad surcada por canales, próxima al frente marítimo de los Países Bajos. Los especialistas destacan su esmaltado, pero cromáticamente se limita, en la práctica totalidad de su producción, al empleo del azul y el blanco en sus composiciones, lo que la hace, en este sentido, un tanto monótona. Sus piezas de bulto redondo tienen un mayor refinamiento y complejidad compositiva, aunque los motivos vegetales son bastante repetitivos. La azulejería tampoco es el colmo del virtuosismo, sinceramente. A pesar de ello, si comparamos los precios de esta manufactura en sus piezas de nivel medio y alto con las que se fabricaron en España desde la Edad Media hasta entrado el siglo XIX, no guardan equivalencia en función de los factores de calidad
En la feria más importante del mundo que se celebra anualmente en Maastricht es habitual la presencia varios comerciantes especializados en cerámica de Delft. Al contrario, la cerámica española que se ve en esta gran cita comercial de arte se limita a alguna pieza medieval de Manises, a alguna otra de Alcora de primer nivel, y poco más. Por supuesto no acude ningún comerciante especializado en nuestras manufacturas mientras que sí que lo hacen especialistas en la citada Delft o en otras como Compañía de Indias, Meissen o Sevres. ¿Porqué sucede esto? ¿es por un tema de calidad?. La explicación es muy sencilla aunque esconde un asunto más complejo y amplio: al menos en la actualidad, y en lo que a Delft se refiere, la afición coleccionista de esta clase de cerámica es claramente superior en número de coleccionistas y en el dinero que se está dispuesto a pagar por las piezas. Por cada coleccionista de cerámica de Manises, Talavera o Alcora en el mundo, hay cinco de Delft, y esto condiciona absolutamente el mercado por mucho que podamos defender el valor artístico de nuestras fábricas frente a las holandesas.
Sirva esta larga introducción para ilustrar una cita que se atribuye a Machado que viene a decir que “sólo un necio confunde valor con precio”. Y efectivamente es una cita muy cierta, y más si la aplicamos al mundo del arte y las antigüedades. Así, nos rodeamos de piezas depreciadas en el mercado puesto que su precio es considerablemente inferior a su valor, y otras a las que les sucede justamente lo contrario: su valor artístico es inferior, al menos así lo veo, que el precio que, en un determinado momento, se pide y se está dispuesto a pagar.
El del precio del arte es un asunto apasionante y complejo al que le dedico buenas horas tanto en la soledad de mis pensamientos como en tertulias con otros compañeros y clientes. El precio está regido por leyes implacables y en la mayoría de los casos funcionan como un reloj. Lo que no significa que estas reglas sean justas: el principio en el que se basan es conocido por todos y la gráfica es de las más sencillas que estudié en la carrera: cuando la demanda supera a la oferta los precios se disparan al alza y al contrario sucede cuando se invierten las premisas. En el mundo de las antigüedades, por ejemplo, la oferta siempre suele ser limitada por cuestiones que no hace falta explicar. De hecho, en ocasiones la oferta es más que limitada, exigua. Por esa razón el factor que hace que los precios suban o bajen es el número de coleccionistas que andan detrás de esas escasas piezas que circulan por el mundo y dado el carácter casi único de las obras si hay un grupo de coleccionistas dispuestos a pagar un alto precio esto produce automáticamente un incremento exponencial de los precios. En el sentido contrario, si por la razón que sea esta clase de piezas pasan de moda y los coleccionistas desaparecen los precios se desmoronan.
Con ello vamos al primer mito que conviene desmontar de una vez por todas: la cotización del arte y las antigüedades no es una gráfica eternamente ascendente, aunque todavía existan por ahí quienes les intenten convencer de lo contrario. Parece algo de una lógica aplastante, pero todavía me encuentro con personas que cuando se disponen a vender alguna pieza de su colección defienden que el arte siempre es un valor al alza y que comprar esta clase de obras o piezas son garantía de revalorización futura asegurada. Falso. No existe ninguna inversión sobre el planeta tierra de la que estemos seguros que su cotización va a subir siempre y en todo momento. Recuerdo por aquellos años de la burbuja inmobiliaria cuando compulsivamente salían en los medios de comunicación personajes relacionados con aquel mercado, en buena parte artificial, repitiendo como un mantra esa cantinela de que “las viviendas nunca bajan”. No creo que falta que les describa lo que iba a suceder a penas un par de años después.
Recuerdo un anticuario de Zaragoza que me dijo en una ocasión que era un error y una falta de ética vender a los clientes la falsa esperanza de que el arte siempre sube, porque cuando eso no sucedía desincentivaba a los clientes seguir comprando porque conducía al desánimo. En todo caso debíamos defender que toda pieza de calidad tiene un retorno económico que puede ser mayor, igual o superior al desembolsado. Por tanto que no se revaloricen en todo caso, no significa que suceda necesariamente lo contrario como una ley universal: por supuesto que con un buen asesoramiento se puede armar una buena colección que en buena parte se revalorice con el tiempo, pero es un absurdo pensar que toda inversión arte es garantía “per se” de ello, puesto que si así sucediera la demanda en este sector sería ilimitada, tendría cola en mi galería todas las mañanas puesto que todo hijo de vecino vendría a invertir hasta el último euro en este mercado. Si no sucede tampoco ni con los metales preciosos, el petróleo, las acciones o el ladrillo no encuentro razón para que deba suceder con el arte. Acercarse al arte por inversión pura y dura, sin tener conocimientos o estar convenientemente asesorado es un error enorme y garantía de estrepitoso batacazo.
Por ejemplo, el del arte contemporáneo es un mercado lleno de paradojas. No es esta una opinión sino una realidad. En primer lugar, debo defender que, si les apasiona una obra de arte contemporánea y pueden permitirse su adquisición, cómprenla siempre que su precio esté respaldado por un currículum. Disfruten la obra, apliquen parte del precio a su goce, y si el precio pagado fue mucho o poco lo dirá el tiempo. Piensen que hubo quien compró en su momento obra de Miquel Barceló antes de su eclosión a precio de artista que empieza, y otros que invirtieron una cantidad considerable en una promesa que se quedó por el camino. No hay inversión sin riesgo. Es cierto que una de las diferencias entre la cotización del arte contemporáneo y del antiguo es que en el primero de los casos los precios pueden sufrir subidas muy considerables en un periodo relativamente corto de tiempo, aunque también bajadas. El mercado de arte antiguo es más estable en los precios, pero las fluctuaciones son menos bruscas. Digamos que es a largo plazo. El arte antiguo
Como no hay que confundir valor con precio, no hablare del primero sino del según, y como se sabe, en el mundo del arte contemporáneo se producen grandes cotizaciones de artistas con una carrera todavía breve. Obras de treintañeros que alcanzan grandes cifras en ferias e incluso en las subastas, que nos pueden conducir a sacar conclusiones equivocadas puesto que es todavía un interrogante si esa cotización se mantendrá sólidamente en el futuro. De hecho, en ese mercado se han dado tan celebradas como artificiales subidas de cotización motivadas por compras masivas detrás de las cuales había un influyente marchante y descalabros de esos mismos artistas ante la salida en tromba a subasta de un elevado número de obras suyas.
Todo un artículo habrá que dedicar a otro factor: el geográfico. Los países emergentes en los que han proliferado grandes nuevas fortunas han visto incrementada la demanda de arte originario de los mismos que en su día fue expatriado. Por esta razón hemos sido testigos en los últimos años de un considerable incremento de precio tanto de las obras coloniales como las de oriente. Recientemente también se está detectando alza en el precio del arte del Próximo y Medio Oriente o incluso europeo con temática islámica.
En definitiva, el precio de una obra es el resultado de una amalgama de factores que determinan su tasación: la autoría indubitada y la apreciación de ese artista en un momento determinado, el contexto geográfico, la celebración de alguna exposición publica importante o publicación dedicada a éste, la calidad intrínseca de la pieza, el tema su catalogación previa, la etapa a la que pertenece dentro de su producción, el estado de conservación o un factor externo tan importante como la situación económica de un país, la fiscalidad etc.