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Chuck Schuldiner, padre de una de las expresiones artísticas más singulares de los 90: el metal extremo

Este año 2021 es el 20 aniversario de la muerte de Chuck Schuldiner. Cuando tenía 9 años, vio como murió su hermano mayor. Sus padres, para compensarle, le compraron una guitarra. Nunca volvió a separarse de ella. Por el camino, fue el gran padrino del género Death Metal, pero siempre tuvo una visión alejada de la ortodoxia. Sometió su música a una evolución constante y su legado se cuenta por clásicos. Uno de los músicos más importantes de los 90 y, paradójicamente, menos conocido.

20/03/2021 - 

MURCIA. Basta ya de onomásticas predecibles. Arriesguemos un poco. Este 2021 se cumplen treinta años de un suceso que revolucionó la incipiente escena del metal extremo. Los Death, uno de los grupos creadores del sonido y género que lleva su nombre, para algunos los auténticos padrinos, evolucionaron. Cambiaron de tercio. Hicieron otra cosa distinta. 

En los 80 el speed metal y el thrash habían evolucionado lo suficiente para llegar a una cosecha de grupos, la mayoría de ellos de Florida, que habían configurado un nuevo subgénero dentro del metal. Con Death a la cabeza, Morbid Angel, Obituary, Deicide y unos cuantos más pusieron a prueba los tímpanos de los aficionados llevando el sonido a lo más alto y rápido posible, con voces abyectas, aberrantes, desagradables en grado sumo. ¿A quién le podría gustar eso? Básicamente, a los locos. Pero no éramos pocos. 

Cuando esta escena se consolidó, junto a la de los escandinavos y los ingleses fundamentalmente, -aunque hablamos de un género que tuvo representantes en todo el mundo al mismo tiempo debido al tape-trading (intercambio underground de cassettes)-, aparecieron los fans especializados y miles de grupos, en un crecimiento exponencial, trataron de hacer lo mismo. La mayor parte de las veces, con escasas variaciones. Por eso, cuando en octubre de 1991 apareció Human (espero que la Unión Europea cuando se cumpla el aniversario dentro de unos meses lo celebre con fuegos artificiales y un espectáculo de luz y sonido en un estadio), el cuarto álbum de estudio de los Death, se generó una gran controversia. Para los seguidores más duros del sonido más duro, se habían vuelto heavys. 

En realidad no podíamos decir que se hubieran vuelto heavys al uso, pero sí que habían introducido elementos jazzísticos en su sonido dando una importancia a la parte melódica que se conoce que enfrentaba a muchos fans con facetas de su interior absolutamente desconocidas, como su sensibilidad, de las que no querían saber nada. Pero de poco sirvió invocar la ortodoxia. Death nunca dejaron de evolucionar, buscaron al gran público en cada disco sin salirse de sus premisas, pero abriéndose. Y la escena de metal extremo, al mismo tiempo, se llenó de pianos, teclados, violines, voces femeninas, incluso sopranos (busquen Visceral Evisceration), guitarras acústicas y propuestas que, en general, dicho mal y pronto, mezclaban música normal con blasting (pegarle al tambor que ríete tú de Calanda) y voces del averno. 

Seguir haciendo lo mismo toda tu vida una vez que has dado con la fórmula es muy lucrativo y te convierte fácilmente en leyenda, que se lo pregunten si no a Los Ramones, AC/DC o Iron Maiden. Chuck Schuldiner, sin embargo, no estaba por la labor. Su música era una búsqueda continua y eso le llevó a traicionar a sus fans permanentemente. Hasta fue un escándalo que apareciera con una camiseta con gatitos en la época de las escenas de mutilaciones y logos ininteligibles. Personalmente, creo que en el metal extremo se alcanzaron diferentes cánones consolidados entre 1994 y 1997  que, desde esas fechas, se convirtieron, para los cuarenta millones de grupos de todo el mundo que se habían multiplicado como champiñones, en meros ejercicios de estilo con variantes poco apreciables y, encima, mucho teatro y parafernalia. Ni siquiera los grupos pioneros tienen más de tres discos extraordinarios. Y no pasa nada. No es raro. Le pasó lo mismo al punk, desde el 81 se han dedicado a ese género genuinos imitadores, como los Cruz y Raya en su negociado. La creatividad explota, florece y luego los pétalos se marchitan y se acaba la historia. En toda expresión artística es igual y el metal extremo no iba a ser menos. Pasada la oleada original, solo queda gente disfrazada. 

Por todos estos motivos, es especialmente interesante el documental Death by metal de Felipe Belalcazar. Es una película que repasa la obra y vida de Schuldiner, pero su valor no solo se detiene en el trabajo que nos legó, tiene un importante valor sentimental porque el protagonista murió de un tumor cerebral cuando se encontraba a pleno rendimiento. Falleció cuando solo tenía 34 años. Una muerte, como todas las del cáncer, especialmente a estas edades, que solo pueden producir rabia e impotencia. Fue el 13 de diciembre de 2001, así que este año también recordamos ese aniversario. 

La biografía es impecable y muy graciosa. Chuck empezó a tocar en el garaje de su casa. Se habla del mencionado tape trading. Los chavales grababan sus ensayos en un radiocassette envuelto en una toalla y eso luego circulaba como reharsals. En Noruega hubo uno de estos, sin voz ni batería, la famosa demo de Thorns en la que se definió el sonido de guitarra de los miles de grupos de black metal que vinieron después que no veas si han dado guerra. Pero la parte graciosa no es esa. Es que en esas redes que se tejieron por correo postal, cuando luego quedaban para verse, unos señores de veintitantos que igual ya habían pasado por la cárcel, se encontraban con un niño. Estas cosas, doy fe, pasaban. También en España. 

Ese niño formó Mantas, a los que luego llamó Death, y su extraordinario debut Scream Bloody Gore es una de las obras más influyentes de las múltiples mutaciones que experimentó el metal por esas fechas. En mi opinión, en sus siguientes discos Leprosy y Spiritual Healing, se estancó (aunque son los favoritos de mucha gente) y llegó la hora del cambio. Como él mismo dice en entrevistas recogidas en este documental, quería ir añadiendo todo lo que iba aprendiendo, su experiencia vital, llegar a alguna parte desconocida que por descontado no era pasarse la vida haciendo siempre lo mismo que hacía con catorce años en el garaje de casa de sus padres. 

La sorpresa, sin embargo, te la llevas cuando aparece en escena Andy LaRocque, guitarrista de King Diamond. Le llamaron para hacer los solos de Individual Thought Patterns sin haber oído prácticamente el resto y el tío voló desde Europa para cumplir su misión. Este hecho no es que sea relevante por lo extraño del modus operandi, sino porque los solos que metió son, para quien esto escribe, los más sublimes de la historia del metal (entre otros, claro) Puedo hacerlos todos con la boca y, de hecho, hace un año había quedado en mi lugar de origen con amigos de hace tres décadas para volver a hacerlos juntos a capella con unos litros y la pandemia truncó estos, mis majestuosos planes de vida. 

Con su siguiente álbum, Symbolic, un servidor pudo verlos en la Sala Canciller de Madrid con el grupo español Canker de teloneros. Toda mi vida he recordado la figura hierática en mitad del escenario de Chuck soltando todas estas barrabasadas por el mástil de la guitarra. En el documental, su manager cuenta que cuando le descubrió le fascinó exactamente lo mismo. Como se mantenía quieto, firme, y pegaba alaridos mientras el público hacía mosh enloquecido. Solo podría añadir un detalle. Otra imagen que nunca me abandonará es que, al cantar, al gritar, le salían nubes de saliva de la boca que se le condensaban en el brazo y, mientras hacía esos solos imposibles, del codo le colgaban chorretones de babas. Adolescente como era, me pareció el colmo de la autenticidad. Hoy sigo pensando que todo el cuadro era acojonante. 

Detrás de él, a oscuras, que casi parecía Jabba the Hutt en la penumbra, estaba Gene Hoglan, posiblemente el mejor batería de metal extremo de todos los tiempos, aunque ahora está en Testament, un escalón por debajo en intensidad. En el documental, Hoglan habla del reverso tenebroso de Chuck. Era una persona extremadamente complicada y durante las giras les ponía las cosas difíciles. En una ocasión, a varios miembros del grupo se les ocurrió salir a tocar con Benediction su clásico Zombie Ritual y Chuck dejó de hablarles lo que quedaba de gira. Consideraba que estaban pervirtiendo sus creaciones. No fue el único pollo que montó, se las vio con manager, sellos, revistas y tour managers a partes iguales. Cuando tenía 9 años, su hermano Frank murió en un accidente. Sus padres quisieron compensar la pérdida comprándole una guitarra. No la soltó en su vida. Es probable que su relación con el instrumento fuese de carácter neurótico, de ahí esa personalidad chunga suya, lo que es seguro es que su legado, unos escasos ocho discos, es inmortal. El último, como Control Denied, se tituló The fragile art of existence. Nadie mejor que él pudo dar fe de ello.