Mal hemos empezado el año, con frío en los pies, abatimiento y sin poder pisar los bares por la tarde. La peste sigue sin dar tregua; los hospitales se colapsan y las empresas cierran o se vacían de trabajadores. China, origen del mal, hace caja con el dolor del mundo. Sus gobernantes se merecen otro Núremberg
MURCIA. Si uno de mis preciados lectores —a los que mimo como a los hijos que no he tenido— me conociera, no advertiría en mí ningún atisbo de entusiasmo por la globalización.
Me podéis llamar proteccionista, populista o incluso palurdo de la España profunda, pero, por mucho que lo he intentado, nunca alcanzo a entender los supuestos beneficios de la globalización. Al contrario; desde que tengo noticia de ella, y de eso hace más de veinte años, he visto cómo la industria nacional se reducía a escombros y el pequeño comercio era asediado, en condiciones de desigualdad, por las grandes superficies y las plataformas tecnológicas, sin que las administraciones hicieran nada efectivo por defenderlo, más allá de distraernos con proclamas voluntaristas.
Mientras los globalistas cantaban las virtudes del nuevo orden económico, España se convertía en un país de almacenes, limitado a vender lo que otros fabrican, en el que ser camarero o albañil eran las opciones laborales más a mano, hasta que todo se vino abajo.
Es comprensible de los señores atildados del Ibex 35 defiendan la globalización en nombre del libre comercio, entelequia de la que todos hablan pero nadie ha conocido, pero no esperen que un pobrecito escribidor como yo abrace esta causa. Mi ingenuidad, que es mucha, no da para comulgar con las ruedas liberales.
La globalización es un cuento chino en el que ganan los chinos pero no solo ellos. Ganan también el resto de países asiáticos, los banqueros de Transilvania, el calvo de Amazon y los fascistas de bueno rollo de Silicon Valley, imperialistas que se han propuesto dominar el mundo, empezando por las mentes de los más jóvenes.
Ahora se dice que la peste china frenará la globalización. Lo dudo. Puede que así sea con las personas pero no con las mercancías. Los ganadores de la globalización serán todavía más fuertes. El virus les ha ofrecido la gloriosa oportunidad de acelerar la transformación de la economía mundial al servicio de sus intereses. Necesitaban diez años para hacer el trabajo sucio y les bastarán dos.
"Pese a que el origen del virus estuvo en China, casi nadie se atreve a denunciarlo, mucho menos gobiernos europeos como el nuestro, que vive de sus préstamos"
Por eso los chinos, los grandes beneficiados de la mundialización, se ríen y hasta se lo pasan bien. "Tenemos derecho a disfrutar", gritaban algunos jóvenes de Wuhan, confundidos entre una multitud que celebraba el Año Nuevo. "Tenemos derecho a disfrutar". Habéis leído bien. Ellos disfrutaban obscenamente, y las calles y las plazas de la vieja Europa estaban vacías y sus hospitales llenos de moribundos por culpa de un virus que tuvo su origen en Wuhan por causas naturales o por obra del hombre. Durante semanas el Gobierno chino, que conocía la existencia del mal, permitió la salida de aviones del aeropuerto de Wuhan al resto del mundo, mientras la OMS miraba hacia otro lado. Wuhan, además, alberga uno de los laboratorios de virología más avanzados de gigante asiático.
Pese a estar acreditado que el origen de nuestra tragedia estuvo en China, casi nadie se atreve a denunciarlo, mucho menos gobiernos europeos como el nuestro, que vive de sus préstamos y le facilita la entrada en el capital de las empresas españolas. Cuidado con mentar la bicha. Si hablamos de la 'peste china' o del 'virus chino', nos acusan de alentar la xenofobia y el racismo. Nada más falso. ¿Es racista decir 'gripe española', que además no era española sino de Kansas?
No tengo nada en contra de los chinos —tan admirables en algunas cosas, como su laboriosidad—, pues sé distinguir entre un pueblo y su Gobierno. Pero el Ejecutivo comunista de Xi Jinping está aprovechando la pandemia para erigirse en primera potencia del mundo. ¿Ha recurrido a la guerra biológica?, como le oí decir a una anciana en la cola de una administración de lotería de Benidorm, en la calle Tomás Ortuño. Puede que nunca lo sepamos.
Si los gobiernos y los medios informativos se callan para no molestar a la tiranía amarilla, unos pocos locuelos sí lo hacemos, aunque suponga una temeridad. Por mucho que le duela a la Embajada de China en España, por muchos comunicados que emita lavando la imagen de un régimen totalitario y brutal, y aun a riesgo de que la Banda de los Cuatro me parta las piernas por escribir esto, yo defenderé, tirando del carrete de la ingenuidad, un nuevo Núremberg para los dirigentes que permitieron la expansión de una peste que ha provocado el colapso de Occidente.
Esta es la verdad que se pretende ocultar: que mientras nosotros somos los protagonistas de una crónica escrita con la tinta de la muerte, el dolor y la pobreza, con economías que tardarán en recuperarse al menos un lustro, ellos celebraron el Año Nuevo sacando pecho, ajenos a la tragedia que sus mandatarios han provocado.
Para acabar este artículo, escrito con cariño y admiración hacia el pueblo chino, primera víctima de sus gobernantes, tomo prestada la frase que Ramón Serrano Suñer pronunció ante los brigadistas que marchaban a combatir al Ejército rojo en 1941. "¡Rusia es culpable!", exclamó el cuñadísimo de Franco. Donde él dijo "Rusia", yo escribo "China". China es culpable, no el único pero sí el principal culpable de que el mundo que conocimos ya no exista y yo no pueda merendar en Valor.