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'Buen viaje', una historia de los tripis a través de experiencias de famosos

Carrie Fisher, la princesa Leia de Star Wars, cuando se ponía de tripi en Central Park después de su trabajo con George Lucas, veía que las bellotas de los árboles empuñaban sables láser. La actriz Rosie Pérez logró quitarse la sensación de culpabilidad que le había inculcado la educación católica y le atenazaba tras una experiencia con LSD, a Sting le cayó sangre en la cara al mirar al cometa Halley puesto de tripi... Diferentes artistas y personalidades hablan del LSD en un documental de Donick Cary, ex guionista y productor de los Simpson

27/06/2020 - 

MURCIA. Es la parte más interesante y también más emocionante de este documental, Have a good trip: adventures in Psychedelics. Cuando Carrie Fisher irrumpe en pantalla para contar su relación con las drogas alucinógenas. La actriz que interpretó a la princesa Leia en Star Wars fue entrevistada por Donick Cary poco antes de morir en 2016. Ya por los libros de memorias que había publicado, era conocida su afición por estas drogas. 

En Mi vida en esta galaxia (Babel Books, 2010), se mofaba de Cary Grant por haber tomado LSD "bajo supervisión médica". Sin embargo, la madre de Fisher llamó a al actor para pedirle consejo cuando se enteró de que su hija tomaba tripis -pensaba que era adicta al ácido, como si eso fuera posible-. Tuvieron un cara a cara de una hora para tratar el asunto, aunque lo dedicaron a cotillear sobre la supuesta bisexualidad de Chevy Chase, con el que ella estaba rodando en ese momento. 

En este documental confiesa directamente sus experiencias, por las cuales su madre se preocupó tanto, sin darle importancia a la droga realmente problemática, los opiáceos, a los que sí que era adicta. Aquí Fisher dice sin ambages: "Nunca tuve ningún mal viaje, al contrario, todo fue un viaje largo y fantástico". Le gustaba tanto ponerse que se procuraba ropa que pegase con el ácido, música e incluso hasta el maquillaje. Para ella era "como un ritual". 

La primera vez que escuchó hablar de ácido fue a John Belushi. Fue en una época en la que las drogas para ella no eran un problema, antes de meterse en la heroína. De hecho, reitera "sería difícil engancharse al ácido, nadie se vuelve adicto al ácido". En su caso, le gustaba elegir lugares en el mundo en los que ponerse y viajaba a ellos, ella sola, para hacerlo, sobre todo sitios donde nadie pudiera reconocerla. 

El más divertido de estos viajes es uno en el que estaba en una playa completamente colocada, cuando se acercó un autobús, fue hacia él caminando viendo sus alucinaciones en topless, y resultó que era el transporte de turistas japoneses a sus hoteles. Estaban alucinando todos más que ella. Se habían encontrado a la princesa Leia semidesnuda sonriéndoles llena de paz y tranquilidad en mitad de una carretera. Tampoco está mal cuando habla de sus viajes en Central Park, en el que las bellotas de los árboles la reconocían y se iban hacia ella blandiendo sables láser. 

Luego comenta que tomando LSD era la única forma de la que se sentía normal, sufriendo como padecía un trastorno bipolar. Un enfoque que aprovechan otros testimonios de psiquiatras para reivindicar esta sustancia como método terapéutico, algo que debería ofrecerse siempre con más de una opinión. Aquí son más bien entusiastas. 

Lo que sí que se dan son numerosos consejos para evitar "malos viajes". Siempre estar en un lugar cerrado, pero con jardín para salir al aire libre. No hacerlo nunca con personas que no sean tus amigos. Ni siquiera amigos de tus amigos. En caso contrario, es más fácil tener malas experiencias y alucinaciones desagradables. Sobre todo si anímicamente uno no se encuentra bien, ese problema que le remuerde la conciencia puede salir a flote durante la experiencia convirtiéndola en algo espantoso. La otra cara de la moneda, si todo sale bien, pues aparte de una experiencia sorprendente sería, se comenta en la película, un mejor autoconocimiento que podría servir hasta para corregir otras conductas patológicas que nos hacen infelices. 


La actriz Rosie Pérez, por ejemplo, relata que en una noche de los 80 se fue con sus hermanas a un club nocturno. En la barra no vendían bebidas alcohólicas, solo una especie de zumos. Tomó dos y empezó a tener alucinaciones. Se puso a nadar en la pista pensando que sobre la tarima estaban las cálidas aguas del mar. Su hermana llegó gritando y le advirtió: "Tienes las tetas fuera". Le dio completamente igual, le pareció que estaban preciosas. "Me quedé flipando con su belleza y su tamaño". 

Pero al sentir que todo el mundo la miraba, le entró la paranoia. Se las intentó tapar y notaba cómo la grasa de los pechos se rebosaba entre los dedos. Finalmente, la llevaron a casa. Todavía no se había dado cuenta de que estaba drogada hasta que de una vez se lo dijo su novio. Su problema entonces fue que Dios la iba a castigar por haberse drogado. Y ahí estuvo el quid de su experiencia. Después de eso se dio cuenta de que necesitaba acudir a terapia para tratar su educación católica y el sentimiento de culpa que le provocaba. Al final le vino bien para deshacerse de algo que la atenazaba, sus creencias religiosas, y sacó algo positivo de todo aquello. 

No obstante, el documental no da para mucho más. Las experiencias de los famosos, con la excepción de Fisher, no tienen más validez que mil historias mil veces contadas en este sentido por personas que no son celebridades. Las animaciones y escenas dramatizadas con humor para parodiar los viejos anuncios de advertencia y acompañar la teoría y los testimonios pueden resultar un poco cargantes y poco serias. Aunque se trate de una droga recreativa, la información que se dé sobre ella merece el mismo rigor y seriedad que cualquier otra. Estigmatizar el consumo puede conducir a lo mismo que sacralizarlo. 

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