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Los recuerdos no pueden esperar

Buenas noches, Andy: cuando Lou Reed se despidió de Warhol

19/04/2020 - 

MURCIA. La inesperada muerte de Andy Warhol en febrero de 1987 dejó en blanco una serie de posibles capítulos en la obra y vida del artista que, de haber tenido lugar, habrían resultado muy interesantes. Cabe, por ejemplo, preguntarse si alguna vez habría logrado reconciliarse con Lou Reed. Que esto se diera no parecía fácil, pero la historia ha demostrado que, para que algunos reencuentros se produzcan, solamente se necesita algo de paciencia. Reed conoció a Warhol en 1965, cuando él y su grupo, pasaron a formar parte de su entorno artístico. The Velvet Underground ampliaron y enriquecieron los confines de la galaxia warholiana durante los dos años que duró aquella unión, añadiéndole sonido a un mundo basado casi exclusivamente en las imágenes. Reed también sintió a Warhol como a un maestro, el más importante que tuvo junto con el escritor Delmore Schwartz. Aprendió muchas cosas del pintor. Una de ellas fue cómo comportarse cuando se es una estrella que proyecta una luz demasiado turbia. Este también le facilitó el acceso a una filosofía -estática, contemplativa, profundamente superficial, que diría el propio Warhol- y a unos personajes -la fauna que poblaba la Factory- que fueron fundamentales para consolidar su canon poético y literario. Los desencuentros personales y profesionales entre ambos afloraron en 1968 cuando Reed le comunicó al artista que ya no lo quería como mánager. A pesar de ello, ambos mantuvieron la amistad hasta que, en algún momento de mediados de los años ochenta, Reed dejó de dirigirle la palabra tras oír de su boca un comentario irónico que por lo visto colmó su paciencia. 

La amistad a lo largo, que dijo Gil de Biedma, no es un bien fácil de preservar. Cuando se trata de artistas y de seres humanos tan complicados -habitualmente ambas cosas van juntas-, resulta aún más difícil lograrlo. En el funeral de Warhol, Reed se reencontró con su socio en la fundación de Velvet Underground, John Cale, otra víctima de la política de despidos de Reed. Llevaban casi 20 años sin trabajar juntos, aunque nunca seguían coincidiendo en los clubes neoyorquinos. Billy Name, viejo camarada de la Factory, aseguraba que fue él quien propició que ambos volvieran a hablar aquel día. Por su parte, Julian Schnabel, íntimo amigo de Reed hasta su muerte en 2013, les animó a volver a trabajar juntos para rendir así tributo al amigo fallecido. El fruto de esa colaboración vio la luz hace poco más de 30 años, el 11 de abril de 1990, bajo el título de Songs For Drella.

Songs For Drella es muchas cosas a la vez, todas ellas partes lógicas y naturales de una misma historia. Marcó la reunión de dos talentos que en 1965 revolucionaron la manera de hacer rock & roll otorgándole una sonoridad agreste, un espíritu vanguardista del cual la música pop carecía. Ese sonido lacerante, obsesivo, ninguneado en su momento, pero decisivo para muchas de las cosas que ocurrieron en la música pop a partir de 1967- algo que incluye tanto a Bowie como a Patti Smith o Sonic Youth- volvió a prender como la gasolina en el momento en el que Reed y Cale se citaron para ensayar. A partir de unos bocetos instrumentales del segundo surgieron una serie de canciones interpretadas exclusivamente por ambos: la guitarra y la voz de Reed, la viola, los teclados y la voz de Cale. No hacía falta más. Y aunque el malestar entre ellos comenzó casi en el mismo momento en el que se juntaron de nuevo -ninguno de los dos es un espíritu fácil, aunque en ese aspecto, Reed fue siempre el más volátil-, se las apañaron para componer y grabar este clásico que, debido al ciclón de egos, apenas llegó a los escenarios. El último de esos pocos conciertos se celebraría el 15 de junio en Versalles, París. Fue el broche de la inauguración de una exposición sobre Warhol, y, dado el contexto, la interpretación alcanzó cotas de emoción tales que consiguió lo imposible: al acabar, Reed y Cale regresaron al escenario acompañados por Sterling Morrison y Moe Tucker los otros dos miembros originales de Velvet Underground. Fue un acto espontáneo para el cual no hubo ensayos ni preparativos -mi debut para Cultur Plaza, hace casi cinco años, fue precisamente contando mi experiencia como testigo de aquel momento-, y sin embargo, les bastó tocar una canción para revivir con fidelidad lo que habían sido. En 1993, tres años después de aquel improvisado reencuentro, el grupo se reuniría oficialmente para dar una única gira.

Lou Reed y Andy Warhol

Las letras que Reed escribió para Songs For Drella nos presentaban una visión íntima de un personaje público a la vez que polémico, la primera gran estrella surgida de la pintura después de Salvador Dalí. Tal y como manifestó Reed en las entrevistas promocionales del disco (tuve la ocasión de hablar con él cara a cara el 30 de abril de 1990, en Madrid; fue la primera vez que entrevisté a mi ídolo de la adolescencia), a raíz de la muerte de Warhol habían empezado a escribirse cosas bastante feas sobre él. Se puede decir que algunas de ellas se las buscó él mismo, ya que estaban relacionadas con la edición de sus Diarios, una apabullante recolección de detalles, pensamientos e indiscreciones que hicieron las delicias de la prensa sensacionalista. Reed, que se contaba entre los agraviados por aquel libro, sentenciaba en una de sus letras que los Diarios “no eran un epitafio digno”. Fue esa una de las razones por las que se hizo Songs For Drella. Para que dos importantes voces que habían tenido un lugar privilegiado en la vida del difunto pudieran plasmar su visión de él. Y así lo hicieron, convirtiendo a Warhol, con la legítima autoridad que les otorgaba el haberse formado y el haber colaborado con él, en narrador omnisciente de su propia historia, rememorando su llegada a Nueva York desde su Pittsburgh natal, expresando su necesidad de transformar el arte y adaptarlo a una nueva realidad histórica, disfrutando al hacer de la frivolidad un escudo para protegerse de un mundo que acabo contagiándole también su crueldad. 

El único momento del disco en el que la voz de Reed, autor de las letras, reemplaza a la del protagonista, es la canción final. Hello, It’s Me (Hola, soy yo) evoca la despedida que nunca pudo ser, tan triste y redentora como solo puede serlo semejante circunstancia. Hello, It’s Me es una canción que se vale de muy poco para construir su belleza. Ofrece, con gran economía de versos, el antídoto para la confusión que provoca la imposibilidad de reencontrarte con alguien que fue importante y decisivo, alguien a quien te unen tantas cosas, aunque entre ellas también se incluyan heridas que nunca llegan a sanar. “Bueno Andy, me parece que hemos de marcharnos / Espero que de alguna este pequeño espectáculo haya sido de tu agrado / Sé que ha tardado en llegar pero sólo sé hacerlo de esta manera / Buenas noches, Andy / Adiós, Andy”. Esa capacidad de atrapar emociones tan complejas en unos pocos versos fue uno de los dones de Lou Reed.

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