El festival South By Southwest de Austin estrena un documental sobre el influyente pensador canadiense
MURCIA. Le han llamado utópico, naif, ambicioso, audaz, amateur y arrogante. Él prefiere definirse como radicalmente optimista. Se llama Bruce Mau (Great Sadbury, Canada, 1959), es diseñador y quiere inspirar cambios en el mundo. El festival South By Southwest de Austin (Texas), que se celebra en formato online del 16 al 20 de marzo, acoge un documental que jalona su trayectoria, desde la creación de la plataforma de sostenibilidad global de Cocacola hasta repensar un plan de 1.000 años para La Meca; de trabajar con los mejores arquitectos vivos a diseñar un movimiento social de optimismo en Guatemala.
“Cuando la mayor parte de las personas piensan en diseño, les vienen a la mente smartphones elegantes, zapatillas lustrosas y sudaderas sobrevaluadas, pero es mucho más que eso. Tiene un papel elemental: ser un agente de cambio. Una de las mayores contribuciones de Mau a la cultura del diseño es que aboga por una visión ambiciosa a lo largo de su vida profesional”, esgrime durante la película la crítica británica Alice Rawsthorn.
El estudio fundado por el canadiense, BMD, ha diseñado alfombras, libros, estadios, marcas, ciudades, productos e instituciones. Entre sus clientes están Oprah Winfrey, Sixth Avenue, MTV y la Liga Nacional de Futbol Americano. Su equipo disponía de un kit de herramientas que aplicaba a todo su trabajo. Y esos principios son los que los directores Benjamin y Jono Bergmann van destilando a lo largo del documental.
Su primer diseño fue el de su propia existencia. Bruce nació en una ciudad minera de Canadá, donde la extracción de níquel cubría todo de polvo y oscuridad. En aquel desierto químico a escasa distancia del Polo Norte, donde en invierno se alcanzan temperaturas de 40 grados bajo cero, nada podía crecer. Su padre trabajaba en la mina, era alcohólico y violento. Como no había libros en la casa, la ventana al mundo era una televisión en blanco y negro. Allí, de chaval, proyectó su futuro en las imágenes de Exposición Universal de Montreal (1967).
“La vida es una bifurcación, puede ser accidental o diseñada. En el momento en que decides cómo quieres que sea, te conviertes en su diseñador, porque tienes un resultado en mente, una visión de futuro en la que trabajas para hacerla realidad”, argumenta Mau mirando al espectador.
Las entrevistas a cámara se intercalan con los paseos por el estudio del influyente creador, siempre jugando arriba y abajo con uno de esos muelles helicoidales de metal conocidos como slinky.
El canadiense es un pensador en los márgenes de las categorías, considerado por muchos como un visionario. Suyas son tanto creaciones como omisiones que han marcado a las generaciones posteriores. Ahí esta X, M, L, XL, un libro facturado junto el neerlandés Rem Koolhaas, clave para comprender un nuevo concepto de arquitectura, pero también su decisión de no meter mano a la imagen gráfica del MoMa, pues como transmitió a los responsables del Museo de Arte Moderno de Nueva York que lo habían contratado para el resideño, la que ya tenían era la imagen adecuada.
Bruce Mau cree que el diseño puede ayudar a resolver problemas y a partir de esa certeza ha desarrollado una carrera jalonada de lo que algunos consideran quimeras y otros, motivaciones.
“Cuando somos 7.000 millones de personas en el mundo, no podemos dejar las cosas al azar, porque si no diseñamos, diseñamos para el fracaso. La única forma de afrontar los retos en la historia de la humanidad es a través del hallazgo de las soluciones que necesitamos”, plantea el pensador.
Sin los galones que le validan, se le podría juzgar erradamente como un predicador, un mesías o un iluminado, pero proyectos inspiradores como los que ha desarrollado para La Meca y Guatemala dan cuerpo a sus palabras.
“Del mismo modo que es increíble en pulir y perfeccionar los detalles del pie de una fuente, puede aplicar la misma ingeniería y elegancia para resolver los mayores problemas en el planeta”, defiende el arquitecto danés Bjarke Ingels.
Hace tiempo que Mau sólo se implica en proyectos que puedan cambiar el mundo. Uno de los que más titulares ha arrojado fue el rediseño de la capital espiritual del Islam.
La ciudad natal de Mahoma empezó siendo un pueblo y sin prácticamente planeamiento urbanístico, se convirtió en una ciudad que acoge un peligroso flujo de millones de personas en un cuello de botella.
Al canadiense le propusieron un plan de 10 años para replantear la distribución del espacio y su respuesta fue que la Meca necesitaba un plan de un siglo. De modo que desde su estudio se diseñó un sistema abierto, a cuya implementación no podría afectar el desconocimiento de las nuevas tecnologías futuras.
El reto ingeniero lo afrontaron desde un punto de vista emocional. La idea era conectar al musulmán con su entorno físico. La frase que lo resumía era: “Cuando era niño, mi padre me trajo a la Meca y mi corazón omitió un latido”.
La entrada se replanteó partir de esa idea de descubrimiento y deslumbramiento. Se establecieron seis accesos basados en los pilares del Islam que permitían una nueva forma de mover y transportar a la gente. Su aplicación se ha ido posponiendo porque fue controvertido que el diseño lo firmara una persona que no profesará la fe islámica.
“Lo interesante es que con la ciudad que él visualizaba ha inspirado a otros muchos arquitectos”, valora el ingeniero jefe del proyecto Mecca, Hani Mahmassani.
En 2004, Bruce recibió una carta de la entonces ministra de Educación de Guatemala, María del Carmen Aceña, donde le pedía ayuda para insuflar positivismo en su pueblo. 36 años de Guerra Civil habían borrado la capacidad de soñar y la creencia en el futuro. El diseñador recogió el guante, aunque la misiva venía sin remite. Cuando sonó el teléfono, estaba a punto de irse de vacaciones con su familia. Cambió el destino y voló a la república centroamericana.
Lo primero que hizo fue tan sencillo como hermoso y eficaz, cambiarle el nombre al país con el añadido de una sola letra. Eliminaba el 'mala' aplicado por los españoles al nombre indígena de aquella tierra, guate, y pasaba a llamarla Guateámala.
Tras aquella llamada al amor al país, puso en marcha una exposición circular donde provocar el encuentro de las personas que ya estaban rediseñando la zona. La idea era inspirar a 1.000 personas en 10 días, pero 20.000 voluntarios se implicarán. Después se diseñó un programa para el último año del instituto.
Su trabajo levantó suspicacias entre ciertos sectores conservadores del país, que le acusaron de pertenecer a la CIA y forzaron a Aceña a renunciar. Aquella recriminación todavía despierta en Mau una sonora carcajada: “¡Pero si soy canadiense! Ni me va ni me viene la CIA”.
A pesar de que su trabajo fue truncado, el movimiento continúa. Más de un millón de estudiantes de entonces ya han alcanzado la treintena y son los que están cambiando Guatemala.
“Si eres diseñador tu responsabilidad es inspirar a la gente, y la inspiración viene de insuflar optimismo. Los diseñadores no tenemos el lujo del cinismo, nuestro compromiso es con el optimismo basado en los hechos. La forma en que cambiaremos el mundo es a través del liderazgo, el diseño y la inspiración”, clama Bruce Mau, un soñador que rehúye disciplinas y no se amilana ante ningún reto.