Se cumplen veinte años de los atentados en los trenes de cercanías de Madrid. El peor atentado terrorista de la historia del país fue sucedido por tres días frenéticos, de gran intensidad y crispación, motivada por la cercanía de los atentados a las elecciones del 14 de marzo. Esos comicios, según las encuestas, darían como resultado un pequeño desgaste del Partido Popular, suficiente para perder la mayoría absoluta que obtuvo José María Aznar en 2000, pero que no pondría en riesgo su victoria electoral y la revalidación del Gobierno.
No es eso lo que ocurrió. A raíz de los atentados, y sobre todo de la lamentable gestión que hizo el Gobierno de Aznar de la información sobre los atentados, esos tres días vivieron un proceso acelerado de movilización de la opinión pública, que tuvo dos efectos principales: el primero, el incremento de la participación, concentrado sobre todo en la población abstencionista que tradicionalmente tendía a apoyar a la izquierda; el segundo, pequeños movimientos del voto de última hora, votantes que cambiaban de opinión en el último momento. Es difícil saberlo a ciencia cierta, pero dichos movimientos tendieron a beneficiar al PSOE, sobre todo por la vía de concentrar el voto de protesta de la izquierda en este partido ("vaciando" el granero electoral de Izquierda Unida, que sólo obtuvo cinco escaños), y también provocando algunos cambios de voto de PP a PSOE de resultas de la gestión de los atentados. Ésta encarnó muchos de los peores rasgos de la actuación del PP en su segunda legislatura, con mayoría absoluta: crispación, autoritarismo y una relación con la verdad en ocasiones peculiar, que llevaba a ocultar o a tergiversar los hechos con desparpajo.
El PP fue desalojado abrupta e inesperadamente del poder, por un cúmulo de factores entre los que la profecía autocumplida del propio Gobierno tuvo mucho que ver: tan preocupados estaban por la evidencia de que, si los atentados eran obra de Al Qaeda, el coste electoral sería tan grande que podría llevarse por delante al Gobierno, mientras que si eran obra de ETA la victoria estaba garantizada, que se operó como si esto último fuese la realidad, en la esperanza de que los resultados electorales acabasen por confluir con la "evidencia" de que la banda terrorista ETA "tenía que ser" la causante de los atentados.
En consonancia con lo anterior, una parte significativa del Partido Popular no aceptó la derrota electoral, pues consideró que se había dado en condiciones excepcionales, y buscó explicaciones paulatinamente más excéntricas y absurdas, teorías de la conspiración insostenibles, con dos propósitos: exculpar al Gobierno de Aznar por su gestión de la información durante la crisis, por un lado, e inculpar a la entonces oposición nada menos que de connivencia con los atentados y sus supuestos autores reales.
"la teoría de la conspiración ha tenido un éxito parcial Y También ha conseguido polarizar la vida política española durante años"
Veinte años después, puede decirse que los partidarios de la teoría de la conspiración han tenido un éxito parcial. Aunque nadie puede pensar seriamente que el PSOE montase los atentados o tuviera algo que ver con ellos o con sus autores, sí que es cierto que el constante griterío sobre el 11M y su génesis ha conseguido, al final, evitar que el PP tuviera que dar explicaciones sobre su obsesión con la autoría de ETA en aquellos días, que promocionó y postuló por todas las vías posibles hasta que éstas se agotaron ante los hechos. También ha conseguido polarizar la vida política española durante años, en lo que fue un preludio de la actual situación de enfrentamiento de bloques. Y lo fue no sólo en el choque frontal entre la derecha española, por un lado, y la izquierda y los nacionalismos periféricos, por otro, sino también en el papel que tuvieron las redes de comunicación interpersonal existentes entonces (el email, el teléfono móvil y sus mensajes SMS, los sitios web) en difundir informaciones de todo tipo (también falsas) y mover a la movilización de la población. Un papel de potenciación y redifusión del debate público mucho más complejo y variado de lo que se nos quiere hacer ver ahora, cuando a veces da la sensación de que todo lo que se genera en Internet, a ojos de ciertos intelectuales de campanillas, no son más que falacias.
La situación política que vivimos en las pasadas elecciones generales guarda algunos paralelismos con la que desembocó en las elecciones del 14M, con un PP muy fuerte, pero muy solo, y un PSOE aparentemente debilitado, pero con sorprendente resiliencia y capacidad para pactar con unos y con otros. Veinte años de griterío, inoperancia y reparto de carnets de españolidad han servido para enajenarse mutuamente apoyos (tanto, que incluso acabaron por generar, crisis económica mediante, diversas formaciones políticas alternativas que aspiraron o aspiran a ocupar parte del espacio electoral del bipartidismo), para difuminar el mensaje del PSOE en virtud de sus continuos vaivenes para satisfacer a unos apoyos u otros (de Ciudadanos a ERC y JuntsxCat), y para dejar al PP en la tesitura de obtener mayoría absoluta con Vox o quedarse en la oposición. Un empeño que sólo logró una vez, en 2011, merced precisamente a la crisis económica, y en el que ya se ha dio de bruces en las recientes elecciones de julio, cuando la cosa parecía hecha.