Y llegó el coronavirus y con él el confinamiento. ¡Oh my good! Mi mundo boca abajo. La chica que cuida de mis hijos ya no puede venir a casa, yo en teletrabajo, mi jefe programando tres Skypes al día, mis hijos en modo vacaciones no hay quien los siente a hacer deberes. El whatsapp echando humo ofreciéndome todo tipo de tutoriales para hacer bizcochos, yoga, papiroflexia, un tablón de los logros, mindfullnes para niños, deporte en casa, cose mascarillas, teje para relajarte, cómo limpiar el baño, cómo limpiar el coche, cómo limpiar… ya se imaginan. Zoom, Skype, Meet, Duo, Teams… ¿de verdad que toda esta parafernalia existía antes del 14 de marzo?
¡Stop! Que se pare el mundo que yo me bajo aquí. Y así soy yo, ¡me bajé! Desoí todas las indicaciones que esas madres dedicadas y sobreprotectoras se empeñaban en darme, me puse el mundo por montera y tracé mi propia planificación del confinamiento.
Mis hijos han adoptado rutinas, pero no pasan por desayunar a las 8 y ponerse delante del aula virtual a las 9 de la mañana para después dibujar arcoíris y cantar en el karaoke “Resistiré”. Yo los dejo dormir hasta que Morfeo se cansa de tenerlos en brazos, casi a media mañana, para después abstraerse en ese juego diabólico, Fortnite, del que quiero auto convencerme que es el Risk del siglo XXI para no sentirme tan mal. Están en pijama hasta la hora de la comida, porque eso sí es sagrado y a las 7 p.m. nos sentamos a hacer los deberes. Entonces nos entra la desesperación, llantos, pucheros…, es tarde y están cansados. Además, la carga de tareas es desproporcionada a la situación, mi situación por supuesto.
De esos millones de impactos que me llegan al día, he hecho mía la lectura de una psicóloga infantil que dice que es más importante hacer fuertes a los niños ante esta situación nueva y de incertidumbre a que aprendan las sumas con llevada. Les puedo asegurar que los míos van a salir de aquí siendo Hulk.
No hemos hecho bizcochos, ni les he cosido mascarillas, no hemos terminado todas las tareas del colegio, ni hemos meditado juntos, no le hemos pedido al señor Sánchez que nos deje salir a pasear, ni hemos practicado juegos de mesa. ¿Y saben qué? Que mis hijos me quieren igual, sin reproches ni malas caras, con amor incondicional y sincero. Aún me dicen que soy la mejor madre del mundo y a mí se me cae el alma a los pies de remordimientos y culpabilidad.
Esté tranquilo querido lector porque sus hijos no son muy diferentes de los míos. En medio de este caos que nos ha venido encima todos nos hemos auto gestionado como mejor hemos sabido. Lo bueno es que los niños todavía son almas puras no contaminadas por el rencor, los prejuicios y el qué dirán. Así que hago una invitación a todos los reposteros, cocineros, costureras y profesoras particulares: relájese y cruce un rato al lado oscuro, porque su hijo es Luke Skywalker.
Gracias por su lectura y Feliz día de la madre.
Trinidad Guía Sánchez es Licenciada en Ciencias Económicas, Máster en Dirección y Administración de Empresas y Experta en Ventas.
@GuiaTrinidad Linkedin: Trinidad Guía