MURCIA. Ver Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón (1980) hoy en día provoca, entre otros, dos pensamientos. El primero es la constatación de que, como él mismo dice, Pedro Almódovar no tenía ni idea de hacer cine cuando la realizó. Está mal hecha, sí. Y el segundo es que qué más da: la película tiene tanta energía, es tan visceral y apasionada, tiene tantas ideas y, sobre todo, es tal el ejercicio de libertad que supone en la España de los 80, recién salida de la dictadura y en plena Transición, que no importa lo más mínimo que su director no supiera dónde poner la cámara. Esto es el punk y el do it yourself cañí y Franco estaba muerto y todos eran muy jóvenes y sexodrogasyrock’n’roll.
Con motivo del estreno de Madres paralelas, en las entrevistas de promoción que está ofreciendo ahora el cineasta le están preguntando por estas cuestiones, dado que la memoria histórica es uno de los temas de su último film. Almodóvar ha comentado, por ejemplo en la revista Academia, que la ausencia del dictador en sus primeras películas: “era algo deliberado por mi parte: eran películas que no reconocían ni la sombra de Franco, eran mi modo de vengarme de su existencia”. Es muy cierto. Las ves e, ipso facto, piensas: el dictador ha muerto de verdad. (Sí, ya sabemos que, aunque muerto, sigue muy presente y que el “atado y bien atado” no es un mito, pero vamos a esa dejar eso para otro día).
Justamente sobre Pepi, Luci y Bom… dice también Almodóvar en la misma entrevista: “Yo estaba en Telefónica y ya nos habíamos enfrentado a los jefes, habíamos hecho la primera huelga de su historia en el año 76… Yo tenía conciencia del franquismo. Pero el resto de la gente de la Movida tenían 14, 15 y 16 años. No tenían fantasmas. Así que fue una apuesta absoluta por el placer, el hedonismo y la libertad en todos los aspectos. Y allí estaba yo, aprovechando todo eso”.
Y es que, como recuerda en eldiario.es: “Bernardo Bonezzi tenía trece cuando escribió Groenlandia con Los Zombies. Olvido –Alaska–, tenía catorce y estaba con Kaka de Luxe vendiendo fanzines en el rastro. Y no tenían fantasmas franquistas”.
Les cuento una batallita que viene al pelo. En mis clases de Historia del cine español en la universidad pongo los 15 minutos iniciales de la película y disfruto del modo en que impacta (ojos como platos, risas nerviosas, codazos, sorpresa) en mis estudiantes de veintipocos: la presencia de las drogas, el retrato del policía facha, Carmen Maura masturbándose en el canto de una esquina de la calle, ¡la lluvia dorada de Alaska sobre Eva Siva!, la estridencia, la estética, la mezcla de tonos y referentes culturales, las pintas. Bastantes de ellos y ellas han visto las películas recientes de Almodóvar, sus melodramas altamente estilizados, su poderío plástico y escenográfico, su retrato de las grandes pasiones humanas, pero nada les ha preparado para su cine de los ochenta y su capacidad de provocación.
Y es que ver ahora Pepi, Luci i Bom… (1980), Laberinto de pasiones (1982), Entre tinieblas (1983), ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) o La ley del deseo (1987) no solo pone en evidencia eso que he dicho en el primer párrafo del ejercicio de libertad que supuso en su momento, también es una revelación hoy en día: esa libertad creativa sigue asombrando. Aparte de constatar el modo asombroso en que aprendió sobre la marcha a hacer cine y ¡de qué manera! (el salto cualitativo entre Pepi, Luci y Bom y Entre tinieblas es espectacular), es dudoso que parte del público que ahora admira al cineasta y espera impaciente su siguiente película mantuviera su entusiasmo ante todo lo que se ve y se cuenta en los títulos citados, especialmente en los primeros.
Seguimos con algunas de las declaraciones de Almodóvar (hay que ver qué buenas entrevistas da este hombre), porque clarifica la razón de que sus primeras películas sigan tan jóvenes y provocadoras como en plena Transición. Esta es de Vanity Fair: “por juventud te corresponde tanto ser un gilipollas e irte de botellón sin pensar en tus padres, tíos y abuelos, como ser más arriesgado que nadie a la hora de hablar de la realidad. Porque no tienes ningún compromiso con nada, ni nada que perder. Y si eres cineasta te corresponde ser muy escandaloso y hacer cosas que los demás no hayan hecho”.
Esta forma de entender la juventud como un espacio de libertad y de experimentación tiene muy poco que ver con la forma en la que la entienden los miles de anuncios publicitarios que muestran a jóvenes riendo, corriendo y disfrutando del placer de consumir unos vaqueros, un móvil o un coche. No es lo mismo, no. Hay algo en estos primeros films de Almodóvar que transmite verdad, autenticidad, y está vinculado tanto a lo que se dice cómo a la forma en que se dice. A la estética. Incluso a esa imperfección del cineasta que está haciéndose a sí mismo y que comenzó su primer largometraje sin saber cómo colocar la cámara. Se perciben las ganas de contar lo que se está contando, de ejercer esa libertad hasta el final, de desafiar todo lo establecido, de reírse de toda autoridad. Por eso, con todo lo que ha llovido y a pesar de la revisión de aquella Transición más bien defectuosa, su cine de la época sigue provocando y desafiándonos.
El periodista publica Almodóvar. Una retrospectiva (Blume), un viaje por la filmografía del manchego con material inédito y la colaboración de Antonio Banderas y Cecilia Roth
Defiende en su discurso el derecho a la eutanasia, pidiéndose "a los practicantes de cualquier credo que respeten"