MURCIA. Se acabaron las clases. Los alumnos, maestros y profesores están de vacaciones. Eso tiene un reflejo en las familias y la administración, pero las vacaciones escolares son directamente de quienes están en las aulas enseñando o aprendiendo.
Porque vacaciones es eso: dejar de hacer lo que se estaba haciendo, para descansar. Al parecer, nuestra palabra viene de la latina vacans (que da también "vacante"), que tiene que ver con vacuum (vacío). De modo que "vacaciones", en un sentido, tiene que ver con el vacío, la des-ocupación, el no ocuparse ya de lo que se venía haciendo. Y es ahí donde las vacaciones tienen ese aspecto negativo que a veces pesa a los padres.
"Cuando llegan las vacaciones, nos damos cuenta de que el día tiene muchas horas y ahora hay que inventar qué hacer"
Porque mientras los hijos se ocupan de ir al colegio, mientras el tiempo está lleno de las rutinas escolares (asistencia a clase, estudio, etc), las cosas están controladas. Pero cuando llegan las vacaciones y esas rutinas desaparecen, entonces ocurre que nos damos cuenta de que el día tiene muchas horas y ahora hay que inventar qué hacer. Pero esto, insisto, deriva de esa dimensión negativa que tienen las vacaciones. Dimensión real de la que, como cualquier familia sabe, hay que estar pendiente.
Porque algo hay que hacer, claro. Y cuando hablamos de niños de Infantil y Primaria, la organización de su tiempo está en manos de sus padres. Si no se hace nada, la inercia les apoltronará en manos de la tele, la tablet, el móvil o cualquier otro dispositivo electrónico que les irá habituando (educando) a una visión del mundo y un estilo de pensamiento de mente saltarina (que salta continuamente de un estímulo a otro, con dificultad de controlar la atención).
Las vacaciones laborales (de los padres) no siempre coinciden con las vacaciones escolares (de los hijos) y ahí surge un problema. Porque lo que necesitan los hijos es, fundamentalmente, estar con sus padres: estar, pasar tiempo juntos, con-vivir, compartir vivencias. Conozco padres que solicitan un mes sin sueldo, lo comparten entre ellos, y así se pueden ocupar de sus hijos durante más tiempo. No siempre se puede, claro porque la organización del mundo moderno no facilita lo que ahora se llama conciliación de la vida familiar y laboral.
Las escuelas de verano y actividades deportivas ayudan a llenar ese vacío que son las vacaciones.
A los maestros nos gusta aconsejar que los alumnos no desconecten totalmente de lo que han aprendido a lo largo del curso. El día es muy largo y es cuestión de buscar tiempo para la lectura. Y para la escritura: llevar un diario es una aventura fascinante, un ejercicio de autoconocimiento, de reflexión y creatividad.
Es verdad que los latinos pensaron las vacaciones como vacío, cese de actividad y, en definitiva, como algo negativo. Pero no es menos cierto que para referirse a las vacaciones (en plural, para hacerlas más grandes, más largas) usaba la expresión dies festos, días festivos. Porque las vacaciones son una fiesta, un disfrute, un periodo para desplegar libremente los aspectos de nuestra vida que más nos llenen, que más nos gusten.
Como ocurre en las fiestas, para que todos disfruten, alguien tiene que preparar la fiesta. Es una experiencia obvia: para que los niños celebren un cumpleaños, los padres tienen que ocuparse de todo; podría decirse que para que los hijos disfruten las vacaciones y construyan unos estupendos recuerdos, unas bases sólidas para una vida adulta sana, los padres tienen que estar ahí. Es un esfuerzo, un reto, cuesta, supone un esfuerzo… pero también tiene su recompensa. En cualquier caso, ser padres era esto.
Con mis mejores deseos para estas vacaciones. Nos vemos en septiembre.
Isabel Carpena
Maestra jubilada y miembro del grupo de Enseñanza de Vox