Los mupis están diseñados por el arquitecto Norman Foster. La publicidad es de la Fundación Ingenio, la imagen gráfica una mano sosteniendo verticalmente una rosquilla cruzada en diagonal por una anchoa, el texto, el siguiente: “Este 22 de julio… la solución no es destruir nuestra agricultura. ¿Qué pasará con las marineras murcianas?”. Añado, ¿y con las bicicletas?, ¿y con los marineros? Hay que ser muy de la tierra para entender el mensaje, también para conocer que el 22 de julio la Asamblea Regional de Murcia vota las enmiendas para convalidar como ley el Decreto-Ley 2/2019, de 26 de diciembre, de Protección Integral del Mar Menor.
La Fundación Ingenio se presenta como formada “por más de 10.000 agricultores y 45 empresas del Campo de Cartagena”, estando “enraizados con la tierra, comprometidos con sus gentes y con un medio rural que defendemos como modo de vida ancestral y sostenible, para las familias de hoy y las generaciones futuras”. No es necesario apostillar que la agricultura que se practica actualmente en el Campo de Cartagena ni es tradicional, salvo excepciones, ni la forma de vida de los agricultores es ancestral. Que quede bonito para presentarse en sociedad es otra cosa, loable sin duda, pero no debe llevarnos a engaños. Tampoco se prejuzga en este artículo si es mejor un tipo u otro de agricultura, un tipo u otro modo de vida, aunque la apelación a las bondades de las prácticas y vivencias del pasado, que se quieren mantener, al menos eso parece dar a entender la Fundación Ingenio, indican no tanto lo que lo que debería ser sino lo que la sociedad quiere oír.
El escritor e intelectual marxista inglés Jhon Berger nos legó, a los que queremos entender, conocer y disfrutar, un gran fresco literario sobre los cambios del mundo rural, la trilogía “De sus fatigas” (Puerca tierra, Érase una vez en Europa y Lila y Flag). A los que se sientan ahuyentados por el marxismo de Berger, decir que en muchas ocasiones las fobias o filias ideológicas no tienen su correlato literario. Que se lo pregunten a los lectores de Vargas Llosa o de García Márquez, sin profundizar en exceso. Después del último relato de “Puerca tierra”, Berger esboza un epílogo histórico en el que nos deja perlas como “la tierra muestra a quienes valen y a quienes no sirven para nada” o nos acercar al “conservadurismo” del campesino o agricultor, que sueña con volver a una vida sin hándicaps. Está decidido a transmitir a sus hijos los medios para sobrevivir (y, de ser posible, más seguros en comparación con los que él heredó). Sus ideales se sitúan en el pasado; sus obligaciones son para con un futuro que él mismo no vivirá para ver. Tras su muerte, no será transportado al futuro. Su noción de inmortalidad es diferente: volverá al pasado”. Seguramente este es el tipo de agricultor al que se refiere la Fundación Ingenio cuando afirma defender un modo de vida ancestral que ya no existe ni se le espera. Como sigue escribiendo Berger, “la modernización entraña la desaparición de los pequeños campesinos (la mayoría) y la transformación de la minoría restante en unos seres totalmente diferentes desde el punto de vista social y económico. El desembolso de capital con vistas a una mecanización y fertilización intensiva, el tamaño necesario de la granja que ha de producir exclusivamente para el mercado, la especialización en diferentes productos de las zonas agrícolas, todo ello significa que la familia campesina deja de ser una unidad productiva y que, en su lugar, el campesino pasa a depender de los intereses que le financian y le compran la producción”.
“Puerca tierra” fue publicado por primera vez en 1979, año en el que llegaron a la cuenca hidrográfica del Segura las primeras aguas procedentes del río Tajo. La trilogía “De sus fatigas” es de una inmensa belleza literaria. Acaso su lectura nos señale lo que fuimos y lo que pudimos ser, y nos desvele que, en 2020, no somos ni lo que fuimos ni lo que pudimos ser, y que la Fundación Ingenio se sustenta en un mundo pasado con el que no guardamos relación alguna más allá de superponernos en el mismo espacio geográfico.
Y llegados a este punto, en el que podemos intuir que la Fundación Ingenio erige un entorno de ficción, el mundo de nuestros ancestros a los que le debemos recuerdo y fidelidad, para velar a la sociedad determinados intereses, sería deseable que miráramos a nuestro alrededor, a ese inmenso y querido Campo de Cartagena que refleja sus enfermedades en las aguas serenas del Mar Menor. Porque la llanura de Cartagena está enferma aunque sus síntomas se observen en un mar moribundo, y seguramente su recuperación, el de la laguna y el de las tierras que la rodean, no esté en la destrucción de la agricultura pero sí en su transformación radical. Pero para eso hay que tener valentía y voluntad para actuar, atributos ambos casi ausentes en el Decreto-Ley 2/2019, de 26 de diciembre, de Protección Integral del Mar Menor y totalmente ausentes en los decretos-ley de mitigación del impacto socioeconómico de la covid-19 en el Área de Medio Ambiente y para mitigar el impacto socieconómico de la covid-19 en materia de infraestructura y vivienda y sus convalidaciones como ley.
Debemos hacer un esfuerzo de memoria gráfica y literaria de lo que fue el Campo de Cartagena y el Mar Menor no hace más de 50 0 60 años y preguntarnos cómo hemos podido producir tal modificación del territorio hasta llevarlo al borde del desastre medioambiental. Sobre la cuestión, los grupos de nostalgia del pasado abundan en las redes sociales con el intercambio de fotografías antiguas del entorno del Mar Menor, y literatura de ficción o científicotécnica tenemos suficiente. Tal vez alguna vez los grupos de presión no se arroguen la representación de 10.000 o más agricultores, y que estos o una parte de estos, aunque sea ínfima, pueda mirar a su alrededor y preguntarse cómo se puede arreglar este desastre, con qué herramientas cuentan y cómo preparar el futuro, antes de volver a un pasado de supervivientes en un mundo en el que la agricultura puede existir sin agricultores.