TRIBUNA LIBRE / OPINIÓN

Una empresa no es una familia

16/05/2020 - 

Hay empresarios –yo los conozco- que afirman “Mi empresa es una familia”, plenamente convencidos y desde el corazón. Así los percibo yo, al menos, mostrando el agradecimiento que sienten hacia sus empleados porque mantienen viva su empresa al tiempo que reconocen los lazos afectivos que les unen, nacidos de compartir esfuerzos, sinsabores, incertidumbres y satisfacciones. Ya se sabe que “el roce hace el cariño”. Pero tal familiaridad procede también de asumir como una obligación responsable la continuidad de la empresa con el afán de proteger a las familias que “viven de ella”, argumento utilizado además para exigir como contrapartida la lealtad incondicional, la dedicación exclusiva –desde abrir la persiana hasta cerrarla, nunca antes de marcharse el jefe, y lo más logrado, incluso en su ausencia-, y las manifestaciones de orgullo de pertenencia corporativa, consolidando la idea de que la empresa “es de todos”, siendo esto una falacia que trata de emular los naturales vínculos de la familia, tan poco acertado a día de hoy como demostraré a continuación.

Tres razones ofrezco, entre otras,  para argumentar que una empresa no es una familia, ni tan siquiera de carácter “virtual”. La primera es muy evidente, pues los lazos que definen la unidad familiar se basan la pertenencia genética por un lado, y en el reconocimiento social desde que se nos inscribe en el Registro Civil, por otro, en tanto que las relaciones profesionales se asientan en la capacidad autónoma de mutua conveniencia y libre decisión.  La segunda se basa en la diferente responsabilidad funcional de cada rol, pues en la familia los hijos dependen de los padres, y éstos, biológicos o adoptivos, están obligados a aportarles cuanto necesitan para su crecimiento y desarrollo desde la entrega incondicional; en la empresa sin embargo, empleador y empleado, aun siendo familiares, establecen la relación en reciprocidad –tú me das y yo te correspondo-, y ambos valoran el equilibrio entre lo aportado y lo contraprestado actuando en consecuencia.

La tercera razón se refiere a la durabilidad de tales relaciones, pues en la consanguinidad uno es hijo de alguien durante toda su vida e incluso post mortem, mientras que dejar la relación laboral es inminente a la toma de tal decisión, si no conviene sostenerla a alguna de las dos partes.

En conclusión, una empresa es un grupo de personas que tratan de resolver sus mutuas necesidades aportando cada uno lo que se espera de su desempeño, y dado que nuestra sociedad actual no tolera “paternalismos” ni liderazgos autocráticos propios de culturas anteriores, no parece tener mucho sentido anclarse en actuaciones tipo “yo soy el jefe y se hace lo que yo digo”, sino más bien ejercer dinámicas colaborativas en las que el líder tiene como principal misión movilizar los recursos personales de los miembros del equipo que coordina, a modo del “primus inter pares” que es, como como Arturo en su Tabla Redonda lo fue.

Además, haciendo un guiño a mi amigo el Dtr. Pedro Juan Martínez, acabó la Era de Piscis, la de los grandes líderes carismáticos, y estamos ya en la de Acuario, caracterizada por los colectivos y movimientos grupales. ¡No vamos ahora a desentonar yendo en contra de las estrellas!... ¿No?

Diego Yepes es psicólogo-coach

Linkedin: Diego Yepes