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Crónica desde dentro

Un tsunami en Blanca

18/08/2020 - 

MURCIA. Miras al cielo para ver cómo empieza a caer agua sin parar. Tardas más de un momento en darte cuenta de lo que está pasando, de que por encima del muro de hormigón de seis metros de altura está comenzando lo que bien puede desencadenar una desgracia.

La rotura en una tubería de abastecimiento de riego es más que suficiente para dejar a un grupo de jóvenes boquiabiertos, sin saber cómo reaccionar ante el agua que no deja de brotar. Unos segundos son más que suficientes para darse cuenta de que aquello no va a parar, sino que pretende continuar cada vez con más potencia como si de tsunami se tratara.

En ese momento, el instinto de supervivencia entra en juego y cada uno busca salvar lo que le resulta más preciado: ¡Los móviles! ¡Hay que sacar los coches!, y demás gritos que quedaron camuflados por el ruido de la corriente. Sin embargo, tu mente solo tiene sitio para una idea: hay que salvar a los perros.

Corres a las perreras para comprobar que todo esté bien mientras temes lo peor, por suerte ves que el agua está saliendo por la valla y los perros, aunque mojados y asustados, se encuentran bien en su recinto. La presión del agua no es tan fuerte como para hacerles daño. Pero espera, falta uno de los perros, falta la pequeña, ¿Dónde está la pequeña?, comienzas a gritar mientras corres hacia la puerta que habían abierto para sacar los coches antes de que los arrollase el agua.

 

Por suerte o por desgracia, compruebas que tenías razón. La perrita era la única que estaba suelta y la corriente habría hecho con ella lo que hubiese querido, en concreto, la había empujado por debajo de la valla en un agujero cortesía de unos troncos que habían sido arrastrados previamente.

En ese momento las chanclas empiezan a pesar por culpa del agua, las tiras y sigues corriendo. Al fin y al cabo, la adrenalina hace su trabajo y no eres capaz de notar las piedras sobre las que te tienes que moverte para encontrar a un grupo de vecinos en corro mirando hacia el barranco con indiferencia.

Al asomarte al barranco, ves a la pequeña Ada rodeada por un torrente que baja con fiereza, apoyada únicamente en unas matas. Un pequeño arbusto era todo lo que impedía que la perrita se precipitara corriente abajo.

Sin dudarlo un momento, te lanzas a por ella. En unos instantes que se hacen eternos, consigues sostenerla en los brazos y, mientras tiembla, agradeces que ni la corriente fuera tan fuerte ni ella estuviera tan lejos.

 

Llega la calma, o lo parece, ahora todo lo que importa está a salvo. En el momento en el que le confías a tu novia la perrita para que la envuelva en una toalla y la lleve a casa parece que todo está bien. Ha sido solo un gigantesco susto.

Por supuesto, aún queda mucho por hacer. Media casa está inundada y temes que haya podido llegar agua a las baterías, lo único que mantiene la electricidad en la finca. Ahora queda por delante una odisea de seguros, limpieza, agobio y estrés que se prolongará durante varios días, si no semanas.

No obstante, no todo es negativo. Aún te quedan buenas personas que te ayudarán a hacerlo todo más ameno. Gracias a Álvaro; tanto Ruíz como Cánovas, a Adri, a Lola, a Miriam y, en especial, a María. Sin vosotros este desastre habría sido una completa pesadilla.

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