Si mañana al abrir una bolsa de Pelotazos apareciera un genio y me concediera un deseo, no tendría que pensar la respuesta más de treinta segundos: el anhelo más profundo que late en las entretelas de mi alma es poder quedarme dormida a voluntad. Bueno, si el genio se mostrara generoso y ampliara a dos las posibles peticiones, suplicaría también que no se produzca una repetición de los comicios, pues mi frágil espíritu no se siente con fuerzas de soportar otra campaña electoral, con sus debates, sus chascarrillos trepidantes y sus múltiples intervenciones en actos y medios. Pero bueno, lo siento por mis conciudadanos: la capacidad de dejarme mecer por los brazos de Morfeo encabeza mi wishlist.
Desde que puedo recordar, he tenido problemas para conciliar el sueño. Preguntadle a mi madre, le encanta rememorar esa vivencia extrema de privación del sueño que le ofrecí en mis primeros años de vida. Ahora, con más de tres décadas de experiencia en el sector, me considero una especialista en desvelos varios. Y cultivo con fervor la primera norma del insomne: envidiar de forma sangrante a aquellos se quedan fritos nada más apoyar sus lindas cabecitas en la almohada.
Durante mi paso por este planeta he tenido oportunidad de degustar casi todas las fantasmagóricas categorías del no dormir. Sé lo que es habitar una vigila forzosa porque al día siguiente te espera un acontecimiento que te asusta y los nervios te comen la boca del estómago. O todo lo contrario, porque está a punto de llegar una jornada apasionante y la ilusión te mantiene demasiado activa (sí, algunos no conseguimos dejar atrás nunca el síndrome de la Noche de Reyes). Duermo fatal si he de madrugar para coger un avión, un tren, un coche, un ferry, un autobús, una bicicleta. Pocos horrores más escalofriantes que no poder dormir por miedo a no despertarte a tiempo. ¡No dormir por el temor de dormir(te), la broma definitiva de la condición humana! Obviamente, mi inventario de insomnios tiene reservado un lugar muy especial para esas noches de dormir mal a causa del estrés y la sobrecarga de estímulos que ululan en tus neuronas. ¡Porque el turbocapitalismo no iba a dejar esa parcelita de la existencia sin invadir, claro que no!
Transito a menudo el desvelo angustioso por el que van desfilando ante tus ojos todas y cada una de las decisiones equivocadas que has tomado a lo largo de tu vida. Todos los ridículos protagonizados, todas las meteduras de pata, todas las traiciones van desfilando danzarines ante tus ojos. ¡Sí, ese episodio patético de cuando tenías 15 años también! ¡Que sea bienvenido a la fiesta! Y aquel en el que, tras un día importante, vas desgranando cada milimétrico detalle acontecido. Otra de mis variedades preferidas: no poder conciliar el sueño porque en tu mente se van construyendo todo tipo de hipotéticas catástrofes (personales, familiares, colectivas, profesionales… ¡el límite es el cielo!). La ansiedad por las incertidumbres que conjura o podría conjurar el futuro. ¿Quién quiere dormir cuando puede sentir cómo la ansiedad le cierra la garganta pensando en las posibilidades de que su proyecto vital salga adelante? La parte positiva: si comienza una invasión zombie tengo muchísimas cosas pensadas, no os preocupéis. Nunca sabes cuántos escenarios pavorosos puede hilvanar tu imaginación hasta que dedicas un puñado de horas a recrearte en ellos.
Cierra el catálogo de mis insomnios más exitosos el que no tiene un motivo concreto. Tú, toda confiada, te metes en la cama, dejas caer los párpados y… ¡no sucede nada! Cero unidades de sueño acuden al rescate. Da igual lo cansada que estés, las ganas que tengas de dormir y la ausencia de preocupaciones concretas en esa jornada. Amiga, un ente superior ha decidido que a ti esa noche te toca pasarla en vela. Una pena, yo no hago las normas.
Durante esas sesiones nocturnas de soledad, me encantaría performar un insomnio bucólico, romántico, poético. De esos en los que una se pasea por la casa como un hada etérea, mira el paisaje adormecido tras la ventana, encuentra de pronto la inspiración y se pone a crear su obra maestra a la luz de una lamparilla… Ojalá, pero mis vigilias son mucho más prosaicas. Lirismo not found. Yo doy vueltas en la cama como si estuviese padeciendo un exorcismo, voy al baño cada siete minutos (por si tocar la superficie del lavabo tuviera propiedades narcóticas), me pongo a leer en un vano intento de apaciguar la cabezota y, en última instancia, me camino hacia el salón pensando que el cambio de escenario favorecerá que se produzca el hechizo de una puñetera vez. Y cuando esto no funciona (que suele ser a menudo), pues me pego una lloradita de impotencia y frustración. Hasta el momento no he tenido ninguna revelación existencial en esas noches en blanco, pero una chica no pierde nunca la esperanza.
Solo hay una cosa peor que intentar quedarte dormida y no conseguirlo: saber que al día siguiente vas a tener que sobrevivir como un animalillo somnoliento con un 15% de batería interna. ¡Y encima aparentando ser una humana funcional! Por eso me irritan tantísimo todos esos gurús de la productividad que desprecian el descanso y se pavonean de poder desarrollar una vida plena durmiendo cuatro horas. ¡Yo os maldigo, farsantes!
En cualquier caso, le estoy muy agradecida al cambio climático: con la multiplicación de las noches tórridas y asfixiantes, mucha más gente va a poder experimentar esa mágica sensación de encadenar veladas y veladas de desesperación insomne. ¡Otra desgracia compartida, qué ilusión!