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Toni Hill: "Cada lugar tiene su liturgia"

Uno de los autores en mayúsculas de la novela negra regresa a las librerías con La hora del lobo (Grijalbo, 2024)

27/08/2024 - 

MURCIA. El aclamado autor de novela negra Toni Hill regresa con La hora del lobo, una inquietante historia que nos transporta al corazón de los Pirineos, donde la criminóloga Lena Mayoral se enfrenta a un nuevo y perturbador caso. En esta segunda entrega de la trilogía iniciada con El último verdugo, Hill explora los límites de la lealtad y la oscuridad que acecha en cada uno de nosotros.  El autor desgrana para Plaza los secretos detrás de su nueva obra y la evolución de sus personajes.

Dijiste que la idea de la trilogía surgió al acabar la novela. ¿Cómo fue ese momento?

No fue una iluminación. Al terminar El último verdugo sentí que podía contar más sobre el verdugo y Elena. Ambos personajes me daban juego. La novela funcionó muy bien y fue el thriller del verano. Pensé que podría haber una segunda y el concepto de trilogía en novela negra funciona bien, estamos acostumbrados a ello.

Han pasado siete meses en la trama, ¿qué le ha pasado a Elena?

Han pasado siete meses y claro, Elena terminó mal: le dejamos el hospital al final del libro anterior. Le pasan muchas cosas. Independientemente de todo, hay algo que le gusta pero también tiene dudas porque lleva muchos años sola. Profesionalmente está en la cresta de la ola, atrapó al verdugo y tiene nuevo libro. Pero personalmente no está bien. Es como un accidente: aunque digas que no pasa nada, algo queda. En su caso, además es algo sobrevenido, no es propiamente suyo: empieza a tener síntomas y angustias, ansiedad, fobias. No es su mejor momento mentalmente.

Te quería preguntar por la relación de Elena con El Verdugo, que es diferente en este libro. Me parece interesante que sin compartir espacio, sea un runrún constante.

En esta novela no se ven físicamente. No tienen convivencia, pero ella no se ha olvidado, incluso aparece en sus pesadillas Este señor le quiso matar y ella tiene curiosidad sobre él. Es un bárbaro, le quiso matar y lo odia. Pero también se plantea escribir un libro sobre él y se autocastiga para seguir con él porque se supone que es el libro que solo ella puede escribir. 

Por otra parte, El Verdugo tiene una relación ambigua con Elena: no es solo odio, sino una mezcla de admiración, rencor y querer demostrarle que es buena persona. Es como un niño que quiere ganarse a la madrastra.

Te preguntan mucho por el espacio narrativo, el Valle de Boí, pero también están los diferentes lugares dentro de la historia: la casa, la cárcel,… ¿Cómo ha influido el espacio en la escritura?

Cada espacio tiene su liturgia. Son espacios que, sin ser del todo consciente al principio de la escritura, acaban siendo claustrofóbicos. El valle, aunque precioso y abierto, encierra un mal. Y la casa concretamente, no es que sea de un terror sobrenatural, pero no la han ventilado, sigue teniendo mal rollo. 

Me gustan los espacios y me cuestan mucho. La casa me la tengo que dibujar, la barandilla, la distribución... Los pasillos de la cárcel también. En esta novela era importante que cada personaje tuviera su espacio.

¿Entonces el espacio ha sido determinante en la escritura?

Sí, afecta. Hay una simbiosis entre el dónde y el cómo están los personajes, entre el dónde y el por qué sucede todo. Esos pueblos son preciosos, pero si vas en invierno, fuera de temporada de esquí, a las seis de la tarde, ya es de noche y hay un silencio absoluto, al contrario al ruido constante de la ciudad. Allí, de repente, puedes no oír nada. Y cualquier pequeño ruido puede parecer una amenaza.

Lo sobrenatural coquetea con la novela negra pero nunca llega a nada. Me interesa mucho esa relación como casi de amor-odio. Háblame de esa relación.

Los autores de novela negra somos un poco irrespetuosos con los siglos de tradición del terror al hacer thrillers. Me gusta lo sobrenatural, aunque en mis novelas anteriores siempre había una explicación racional o algo que el lector no creyente podía atar. Me gustaría explorar más ese terreno, aunque el decálogo de la novela negra diga que no debe haber nada sobrenatural. Yo intento  que al final todo tenga una explicación racional, pero lo sobrenatural es interesante y crea ambiente. En esta novela, es interesante que estos fenómenos estén llevados por adolescentes, que son quienes aún creen o tienen esa ingenuidad. Y aunque no soy creyente, te puedo decir que hay lugares y cosas que, aunque seguro tienen explicación, cuesta encontrarla.

Las sectas son otro caramelo para la novela negra, porque el culpable es un ente abstracto en vez de un criminal.

Las sectas son atractivas para la novela negra porque representan un mal abstracto e incontrolable. En esta novela, contrastan con el mal personalizado del verdugo, que es localizable y encerrable. El mal de la secta es difuso e inidentificable, como una pandemia que puede surgir en cualquier lugar. Esto complejiza el trabajo policial, ya que no hay un victimario claro. Incluso si se descubre al líder, el resto de la secta no desaparece, como una plaga.

Prácticamente en cada capítulo hay un giro de guion. ¿qué supone eso como escritor y cómo lector? Empezamos por el lector.

Como lector, aunque la novela se presente como sencilla, requiere atención. Está planteada de forma lógica y las sorpresas, aunque dosificadas, enganchan. Los giros argumentales, tanto relacionados con el crimen como con los personajes y sus pasados, exigen atención pero son gratificantes. La novela se convierte en un juego entre lector y autor, donde el lector intenta adivinar lo que sucederá y se emociona al ser sorprendido.

¿Y cómo escritor?

El final de una novela siempre es un reto, incluso en relatos. Es un mecanismo exigente que no permite jugar. Llegas agotado por los giros previos y dudas de si es el final adecuado. En el último tercio, cuando las cartas están sobre la mesa, se vuelve complicado. Tras ocho novelas, te confieso que casi sale solo.

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