El libro ‘¿Así es la muerte?’ recoge 38 dudas de menores entre 5 y 15 años en torno a lápidas, esqueletos y todo aquello que rodea a eso de tener fecha de caducidad
MURCIA. ¿Yo me moriré? ¿Adónde vamos cuando morimos? Cuando te mueres, ¿se te quita el pensamiento? ¿Hay algún destino peor que la muerte? ¿Qué sentido tiene la vida si vamos a morir? No, no se trata de las premisas de un curso sobre existencialismo, sino de algunos de los interrogantes que conforman ¿Así es la muerte?, un libro con 38 preguntas y respuestas acerca de eso de ‘estirar la pata’ formuladas por menores de distintos países. Editado por Wonder Ponder, el volumen cuenta con los textos de Ellen Duthie y Anna Juan Cantavella y las ilustraciones de Andrea Antinori.
En un mundo tan acelerado como el nuestro, en el que siempre hay un imprevisto que atajar, una novedad que tener en cuenta, una obligación pendiente que cabalgar, puede parecer antiintuitivo eso de pararse a reflexionar sobre nuestra finitud. ¡Con todas las cosas urgentísimas que tenemos cada día! Y, sin embargo, para Duthie, es esencial encontrar tiempo no ya para darle una vuelta a eso de la caducidad de nuestras vidas “sino para simplemente pararse. Cuando nos paramos, es más fácil que nos pongamos a pensar. Y cuando pensamos, es casi inevitable que nos surjan cuestiones relacionadas con nuestra mortalidad. Quizás por eso nos da tanto miedo parar. Pero si no tenemos en cuenta nuestra mortalidad, ¿dónde queda nuestra humanidad? Una parte importante de ser un humano tiene que ver con ser conscientes de nuestra propia mortalidad. Ir por la vida haciendo como si no lo fuéramos atenta contra nuestra propia humanidad. ¿Qué cosa más humana podemos hacer que pararnos a pensar acerca de la mortalidad que nos une?”.
El siguiente peldaño es trasladar ese esquema a los lares infantiles: “a los niños les interesa la muerte no solo cuando fallece alguien cercano, sino que empiezan a hacerse preguntas desde que descubren que son mortales. Algunas dudas provienen de la curiosidad científica, otras de ver ritos familiares… Es algo que tienen presente, pues es un tema muy poliédrico. Por ello, considerábamos esencial dejar claro que este no era un libro sobre el duelo (o, al menos, no solo sobre eso), sino una manera de abordar charlas alrededor de la muerte”, señala Anna Juan Cantavella.
Este compendio sobre ‘irse al otro barrio’ incluye consultas de menores de 5 a 15 años y residentes en países como España, México, Argentina, Turquía, Finlandia, Alemania, Reino Unido o Francia. Y surge, como es habitual en el proyecto Wonder Ponder, de unos cuantos talleres previos: “nuestros libros, normalmente, lanzan interrogantes sin incluir respuestas. Aquí decidimos que fuese al revés: los niños y niñas nos dan preguntas y las contestamos. Necesitábamos dudas reales, así que realizábamos actividades como confeccionar una lista con todo lo que sabían acerca de la muerte. O llevaba un cráneo o un esqueleto dibujado muy grande y les hacíamos preguntas”, explica Juan Cantavella.
Respecto a la diversidad de edades y orígenes que recorre el libro no ha sido aleatoria ni caprichosa. “Queríamos saber si las reflexiones variaban mucho entre países. No es un estudio sociológico, pero deseábamos asomarnos y mirar”, apunta Duthie. Y precisamente lo que encontraron es que la parca plantea curiosidades similares sin importar demasiado las coordenadas geográficas desde las que se respire: “en México nos llamó la atención que parecía haber un concepto de la muerte como un mundo, como un lugar al que uno va, que tiene suelo, que se pisa, y donde vas y estás de una manera física. En el resto de países, en la muerte se flotaba más, por así decirlo. Pero tampoco hemos notado enormes variaciones. Es bonito constatar que la mayoría de preguntas sobre la muerte son universales más allá de nuestro contexto”. En cuanto al rango de vejez, buscaban que la chavalada de 15 años lea las consultas de los 5 y viceversa, pues “a menudo tienen las mismas dudas. En Wonder Ponder siempre buscamos el diálogo intergeneracional, no solo entre adultos y niños, sino entre infantes de distintas edades”, señala.
De todas las demandas recibidas, las autoras seleccionaron 38 a las que replicar (el resto pueden leerse en las guardas del volumen). A la hora de contestar a cualquier reflexión, explica Duthie, “conviene ‘desempacarla’, es decir, plantearse qué preocupaciones o intereses hay detrás. A partir de ahí, descubrimos varias direcciones en las que ir. Optar por el formato epistolar fue una liberación porque nos permitió dar respuestas parciales: es una carta a un niño concreto de unas autoras concretas”.
El libro entremezcla humor, ternura, rigor científico (adaptado a un público jovencísimo), amabilidad y consideraciones filosóficas. No hay espacio para lo sombrío, pero tampoco para la ñoñez o la cursilería. Los receptores son bajitos, no tontos. Esa búsqueda del equilibrio y el tono ideal fue, para Duthie, “lo más difícil del proceso. De nuevo, contestar directamente a quien preguntaba, nos ayudó, pero también apostar por la ligereza en cuestiones aparentemente profundas y por la profundidad en otras aparentemente ligeras; eso nos permitió alternar pasajes algo duros con algunos más reconfortantes. Además, era muy importante que fuera una lectura en voz alta gozosa”. Aquí Juan Cantavella introduce otra derivada: escapar de “respuestas dogmáticas y, en su lugar, abrir caminos”.
De hecho, en muchas ocasiones el volumen no ofrece soluciones cerradas y unívocas, sino que propone a los lectores construir sus propias conclusiones o plantearse otros interrogantes relacionados. Late en esas páginas el deseo de hablar a la infancia de igual a igual, de reconocer a ese chaval como interlocutor válido y admitir que muchas de sus consultas son compartidas por esos seres extraños llamados ‘adultos’. Entre en escena un enemigo a abatir: la condescendencia. “Me preocupa mucho no infantilizar a la infancia. Pienso que se la infantiliza demasiado, tenemos muy poca confianza en ellos y creemos que no van a entender muchos asuntos – defiende Juan Cantavella–. Pero sus preguntas demuestran una inteligencia enorme y te impactan. Se permiten plantearse a sí mismos cuestiones que los adultos evitamos. Ante esas dudas, solo tenemos incertidumbre, pero creemos que es importante acompañarles en esa incertidumbre. Y nos interesaba que entendiesen que hay temas que no tienen una única respuesta”.
“Los niños y niñas tienen una capacidad de interpretación y de construir desde el no saber mucho mayor que la nuestra. Son mucho más inteligentes de lo que pensamos y están muy abiertos a que los adultos exploremos con ellos, a descubrir juntos lo que desconocemos”. “Tomarse una pregunta en serio e indagar en sus posibilidades es una manera de hablar sobre la muerte más satisfactoria que dar una contestación aparentemente clara y tranquilizadora para cerrar la conversación y no abordar más el asunto”, coincide Duthie.
Un esqueleto que juega a las cartas bajo tierra con topos y lombrices, otro que tiende al sol su propia piel, unos ratones que construyen lápidas… Surcar las páginas de ¿Así es la muerte? supone atravesar un imaginario repleto de humor gamberro, complicidad y animales simpatiquísimos. Un conjuro contra las visiones tétricas y lúgubres sobre el campo semántico de la defunción. “Me parecía esencial incluir en estas ilustraciones la ironía, generar imágenes que hicieran el libro más ligero. Tenía las preguntas, pero ninguna respuesta, así que me pude poner en el papel de los pequeños. Desarrollé una relación personal con cada duda hasta que acabé creando mi historia a partir de mi mundo interior. En cierta manera, me situaba entre las autoras y los niños”, apunta Antinori. Además, para el creador supuso una oportunidad de trabajar alrededor de un tema “que casi nunca se afronta en el libro infantil o se hace de manera más solemne o tangencial. Por ejemplo, en Cuando morimos, ¿se muere todo el cuerpo de golpe?, incluí la decapitación de María Antonieta con su cabeza huyendo en patinete, algo que no creo que pueda hacer en muchos proyectos jajaja”,
Eso sí, aterrizar 38 interrogantes acerca de ‘doblar la servilleta’ en imágenes precisas, impactantes, originales, divertidas y cohesionadas no parece una tarea especialmente sencilla. Entre las consultas más complejas de ilustrar, Antinori destaca
¿Por qué hay gente que se suicida?: “resultó un proceso muy largo, había que tener en cuenta que algunos de los lectores habrían tenido algún caso así a su alrededor, por lo que resultaba muy delicado de ilustrar desde el humor. Hablando con Ellen surgió la idea del vampiro que se suicida tomando el sol en la playa. Fue perfecto porque no hay nadie que haya muerto así”. Paradójicamente, también se desvelaron como dificultosas las cuestiones muy genéricas, por ejemplo, ¿Da miedo la muerte?: “era tan extenso que me costó mucho plasmarlo en un dibujo específico”. Y aquí un truco creativo: en muchas ocasiones, la solución es un perro. En concreto, el de Antinori: “lo convertí en un personaje más del libro”. Así que si te planteas quién cuidará de tu consola cuando mueras o quién cuidará a unos menores si sus progenitores fallecen, el veredicto es: un perrete adorable.
De entre los centenares de dudas recibidas, resulta imposible no encontrar alguna que ocupe un lugar privilegiado en tu corazoncito. Así, a Duthie le encanta Cuando te mueres, ¿se te quita el pensamiento?, “desde que la oí me entraron ganas de cantarla por seguiriyas”. También ¿Cuántas veces me tengo que portar mal para ir al infierno?: “me parece muy graciosa porque la niña quiere poder calcular cuántas ocasiones le quedan para evitar condenarse”. Aquí su compañera indica que le “explotó la cabeza” con ¿Antes de nacer dónde estaba, estaba muerta? y con ¿Puedes pedirle a alguien que no te mueras?: “me fascinó esa mentalidad, plantearse si hay una persona o un teléfono para solicitarlo”. Por su parte, Antinori elige ¿En el futuro existirán máquinas para revivir a la gente?: “lo primero en lo que pensé es que si pudiese revivir a alguien de la nada, se podía resucitar, por ejemplo, a Dante Alighieri y llevarle a la Feria del Libro a firmar ejemplares. Me sentí muy identificado con ¿Cuando me duermo cómo sé que no he muerto?, porque de niño probablemente me pregunté lo mismo”.
Dedicar tantísimo tiempo (y palabras) a reflexionar sobre el fallecimiento y sus periferias ha cambiado la visión de la muerte (y la vida) de ambas autoras.“Hay algo incluso más radical: me ha obligado a tener una visión – confiesa Ellen Duthie–. Es fácil pensar que tienes una visión general de la muerte: antes podría haber dicho que mi visión se reducía a que morimos y ya está, pero enfrentarte a responder a curiosidades concretas te hace desarrollar una visión más completa y compleja. Al buscar el tono de escritura, he encontrado el tono en el que me apetece hablarme a mí misma de este tema”. Para Anna Juan Cantavella, esa evolución comenzó en los talleres: “los participantes lanzaban cuestiones que nunca me había planteado. Estas exploraciones me han acercado a mundos que desconocía, me han abierto la mirada”.
¿Por qué se entierra a los muertos? ¿Qué sientes cuando te envenenan? Si se muere alguien a quien quieres, ¿cuánto tiempo estás triste?¿Es importante morir? ¿Por qué se dice descanse en paz, y no descanse divertido?