¿Qué nos empuja a llegar a Ítaca? ¿Qué empuja a una persona a cruzar el Mediterráneo en una barcaza para entrar en un continente castigado por la pandemia de la covid-19? ¿Qué dejaban atrás los 425 hombres y mujeres procedentes del África subsahariana que arribaron al puerto de La Valeta para no temer ni tan siquiera a un virus que mata? Ocurrió hace una semana, cuando un bote abarrotado de refugiados africanos llegaba a Malta y se encontraba con la negativa de las autoridades portuarias a dejarles atracar.
Ocurrió a escasos días de que el mundo entero celebre el Día Mundial de los Refugiados, como si hubiera algo que celebrar, como si hubieran partido hacia Ítaca.
No han sido los únicos. Pese a la pandemia y las fronteras cerradas dentro y fuera de la Unión Europea, las pateras han seguido llegando a nuestras costas ante la incomprensión, el asombro o la indiferencia de los que estamos al otro lado, al nuestro. Los refugiados que llegaron a Malta han tenido suerte esta vez. La Unión Europea se aprestó a buscarles un lugar de acogida bajo su nueva política de realojamiento en Portugal, Francia y Luxemburgo, países que se ofrecieron voluntariamente a acogerlos.
Digo que han tenido suerte, relativa, porque no forman parte de la cifra de más de mil refugiados que desde 2019 yacen en la fosa común en que se ha convertido nuestro mar, el Mediterráneo. La cifra real, si echamos la vista atrás nunca la sabremos. Y han tenido suerte, relativa, porque formarán parte de las políticas europeas de ayuda al refugiado, las que facilitarán un pasaporte temporal de vida a estos hombres y mujeres que huyen de sus países sin miedo a la muerte, ni siquiera al coronavirus.
Como el viaje a Ítaca, el camino será largo, lleno de aventuras y lleno de experiencias. En el camino habrán encontrado lestrigones y cíclopes. Tal vez aún les quede por encontrarse con el temible Poseidón. Como los 11.200 refugiados en Lesbos a los que el Gobierno griego acaba de reconocerles su estatus y que, por ello, son expulsados en menos de un mes de sus viviendas sociales para que se integren en la sociedad, en la nueva normalidad post-covid.
Mientras Europa se pierde entre la pandemia, la nueva normalidad les obliga a hacerles sitio a otros 32.500 refugiados que esperan en el limbo jurídico del solicitante de asilo, cifra referida solo a Grecia. O pugnar con otros 120.000 refugiados, asilados, retornados o apátridas que esperan poder salir de las islas griegas, de sus particulares Ítacas.
No es suficiente con los proyectos de ayuda de emergencia de la Comisión Europea que, desde 2017, ayudan con 209 millones de euros a los refugiados en Grecia para alquilar viviendas y satisfacer sus necesidades básicas de alimentos, medicamentos y transporte público.
El sueño europeo de refugiados sirios, de exiliados iraquíes y de inmigrantes africanos que huyen de sus propias pandemias se ha truncado con las políticas de puertas cerradas que emprende el mundo. Se ha dado de bruces con la excusa del coronavirus, de la nueva crisis que se avecina y con el resurgimiento de los nacionalismos.
Ahora, la Unión Europea invierte 222.000 millones en África, a través de sus programas financieros plurianuales, para que se queden en casa. Europa se blinda ante el mundo con políticas de emergencia, de millones y millones de euros que se pierden por el camino, entre gobiernos corruptos y traficantes de seres humanos.
Si no se pueden evitar las guerras, al menos que cambien las políticas de control de la cooperación internacional. ¿Qué habría sido de los 425 hombres y mujeres que atravesaron el desierto y cruzaron el mar si algún euro de todo ese dinero hubiese llegado hasta su escuela o su hospital, a su campo o a su ciudad?
Ahora, como los héroes que emprendieron el viaje a Ítaca, su odisea será la de sobrevivir durante todo el camino en un mundo de odio hacia el diferente, de indiferencia hacia el extranjero, en una Europa de blancos. Fundación por la justicia quiere acompañar en ese viaje. El odio nos embrutece, la diferencia nos emociona. Pero, rememorando al poeta griego Kavafis, “aunque la encuentres pobre, Ítaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Ítacas”.
Regina Laguna es patrona de la Fundación por la Justicia