MURCIA. Empecemos fuerte: una noche de sueños húmedos (no sé cuáles son los suyos, pero en mi caso son aquellos en los que me cae el hilillo de baba por la comisura de la boca y luego amanezco con la almohada empapada al más puro estilo Homer Simpson) me sonó el despertador en ese preciso instante que todos odiamos… cuando estás en lo más interesante del sueño. Esto no es nuevo, seguro que a usted también le ha pasado. Lo importante son las conclusiones a las que esta ensoñación en sí me llevó. Procedamos.
"SON sitios sagrados para nosotras, baluarte de nuestra intimidaD: AHÍ estamos seguras"
Ahí estaba yo, saliendo del ascensor en el último piso de un edificio en el corazón de Manhattan acompañada por mi admirador incondicional Simon Baker, que estaba perdidamente enamorado de mí. Me puso delante de la puerta de lo que a priori parecía un apartamento. Cuál fue mi sorpresa cuando descubro al girar la llave, que ese loft donde dejaba de alcanzarme la vista era ¡un vestidor! ¡Todo el piso era un vestidor para llenarlo hasta arriba! ¿Entiende ahora por qué babeaba? En ese momento me giro hacia él y me dispongo a… Y aquí es cuando suena el despertador ¡Nooooo!
Después de contarles este sueño tan íntimo, podrá imaginar que mi armario se acerca más al bolsillo de Doraemon que a un armario de cuatro cuerpos, por lo que no hace falta ser Sigmund Freud para intuir cuáles son mis deseos y añoranzas: por supuesto, que daría la vida por un vestidor… y mi alma por tirarme a Simon Baker. Con o sin Givenchy.
Cuando conseguí recuperarme del tremendo trauma que me supuso este coitus interruptus y que me ocupó varias de las semanas de tratamiento con mi psicóloga, llegué a la conclusión de que en la vida de una mujer hay dos espacios vitales fundamentales y en contra de lo que se pueda creer, ninguno de ellos es el corazón de un hombre. Sí, caballero, siento que tenga que enterarse por mí, pero así es.
Estos sitios sagrados para nosotras, baluarte de nuestra intimidad son el vestidor y el cuarto de baño. No sé qué tienen estos metros cuadrados pero son 'casa'. Cuando estamos ahí estamos seguras. Nada te puede pasar. Si no encuentra en su casa a su mujer, búsquela en el baño. Es el refugio al que acudimos cuando no podemos más con el día, cuando necesitamos cinco minutos para estar con nosotras mismas y descansar de las exigencias del entorno (de los niños, vaya). La razón es ese pestillo sagrado que consigue mantener al infierno alejado de ti por unos minutos y poder leer al menos tres WhatsApp seguidos. No hay mayor gozo cuando tu hijo te busca para cualquier ocurrencia insulsa y tú contestas:
—¡Estoy en el baño! —y con las mismas te sale esa sonrisa maliciosa de satisfacción por haberle dado esquinazo.
Lo del vestidor me imagino que responde a esa evocación de la princesa que llevamos dentro, al cuento de hadas: espacio y caprichos sin límite. Poder. Es un sentimiento análogo a cómo se sienten los hombres con un refrigerador lleno de cerveza. Respecto al tiempo en el baño, sospecho que los motivos son de diferente naturaleza.
Así que, si quieren conquistar nuestro corazón o vendernos un piso, pónganos un vestidor y un baño como una plaza de toros. Si además están conectados, habrán robado nuestro corazón para siempre y la humedad de nuestros sueños también.