Pasadas casi cuatro semanas desde el fatídico 29 de octubre, oídos y escuchados todos los relatos con sus interpretaciones más o menos interesadas, uno empieza a sacar conclusiones nada alentadoras sobre cómo han funcionado las instituciones en este país que se precia de ser uno de los más desarrollados del mundo. La principal es que la dejadez se ha juntado con la incompetencia, que todo ha funcionado muy mal antes, durante y después de la Dana que ya ha costado 221 vidas, 221 personas que murieron ahogadas.
El 'antes' son los años que han pasado, veintitrés y medio, desde que el Plan Hidrológico Nacional (PHN) de 2001 incluyó entre sus obras "de interés general", que debían ser ejecutadas entre los años 2001 y 2008, la "restitución y adaptación de los cauces naturales del barranco del Poyo". Un año hacía de la última inundación de la comarca de l'Horta Sud por fuertes lluvias barranco arriba, un aviso que se olvidó pronto en los despachos ministeriales y de la Confederación Hidrográfica del Júcar.
Teresa Ribera, seis años y medio en el Gobierno, es la última responsable de que no se hayan ejecutado las obras y, como tal, no debería haber sido nombrada comisaria de una Unión Europea en horas bajas. Tanto que nos gusta flagelarnos con que en "países de nuestro entorno" se habrían depurado responsabilidades y bla, bla, bla…, pues bien, esos países de nuestro entorno han considerado que esta catástrofe de la que Ribera es corresponsable no es motivo suficiente para cambiar de candidata a comisaria. Esperemos que tenga más acierto en su nuevo cometido.
Pero antes de Ribera y de Sánchez estuvo Rajoy, que guardó el proyecto en un cajón durante otros seis años y medio; y antes, Zapatero, quien en siete años y medio no pasó de hacer informes sobre una obra planificada en el anexo II del PHN de 2001 que, en contra de lo que dijo Aznar el otro día, nunca fue derogado. ZP derogó el trasvase del Ebro, pero no el plan para el barranco y otros muchos proyectos de interés general. Veintitrés años y medio de desidia.
Del 'durante' se ha contado con tanto detalle lo ocurrido esos días, que solo nos falta saber si Mazón pidió el café solo o cortado. Sería ocioso ocuparse aquí de desentrañar la verdad de los relatos contradictorios sobre lo ocurrido en aquel Cecopi que llegó tarde a todo, empezando por su propia constitución cuando ya había muertos en Utiel. Ya se ocuparán los jueces y la comisión de investigación de Les Corts, por la que tendrán que pasar quienes estaban allí, presencial y telemáticamente, y aún no han hablado.
Lo que a uno le ha quedado claro es que Mazón formó un Gobierno en el que el área de Emergencias era residual, igual que la Cultura. Algo sin importancia, que se podía dejar en manos de Vox. Y cuando Vox se marchó del Consell, aprovechó para sacar de Medio Ambiente, Infraestructuras y Territorio a su peor consellera, la que tenía todo paralizado, y premiarla con ese sillón más cómodo y menos expuesto. Salomé Pradas no sabía que existía el botón Es-Alert y Mazón no conocía la importancia de una alerta roja. Y así nos fue.
Y luego está el 'después', el inmediatamente después, el infame después, del que tenemos información de sobra con todo lo que se publicó en medios de comunicación y redes sociales durante la primera semana. Por si no era suficiente, Santiago Posteguillo ha puesto voz (no se lo pierdan) al estupor de decenas de miles de víctimas que se vieron abandonadas durante varios días por unos gobernantes que estaban más preocupados por salvarse ellos políticamente. Eso también provocó muertos.
Del antes, el durante y el después hay numerosos responsables políticos, unos más que otros, y algunos culpables. Responsables políticos que señalan a otros en lugar de mirarse al espejo a ver si encuentran un mínimo de dignidad. Responsables que han convertido la Dana en un arma política susceptible de ser arrojada al contrario como se lanzan aldamas, gürteles, begoñas…
Como todos tienen alguien a quien culpar, aquí no dimite nadie. El máximo responsable de esta calamidad ha decidido resistir, con apoyo, ahora sí, de Núñez Feijóo. Para ello, después de tres semanas, ha sacrificado a Salomé Pradas y a otra consellera que decidió dar la cara por su presidente y faltó al respeto a las familias de los fallecidos, pero que no es responsable de ninguna muerte. Al menos ella, Nuria Montes, sí pidió perdón.
He escrito que aquí no dimite nadie pero sí que tenemos una dimisión, solo una, la del director general de À Punt, Alfred Costa. Su renuncia deja en evidencia al resto, empezando por Mazón, porque Costa fue el único cargo de la administración autonómica que acertó el día de la Dana y los días posteriores. Hizo su trabajo con solvencia y ahora se va por dignidad. Si Mazón hubiese puesto el NTC Migdia el 29 de octubre, igual se habría marchado urgentemente a Utiel en lugar de irse a comer tranquilamente con una periodista para ofrecerle el puesto de Costa. O igual no, vete a saber.