MURCIA. Hace ya veintitantos años, paseando en su carricoche a mi hijo tras una larga y desesperante noche de llantos a causa de los cólicos que padecía (mos), pasé por un bajo situado en Vista Alegre con un cartel que anunciaba cursos de Shiatsu. Qué casualidad, durante mi desvelo había puesto la tele y, mientras lo mecía, vi un documental que hablaba precisamente de que ese tipo de masajes aliviaban dicho problema. Como comprenderán, entré raudo al local.
Me recibió una guapa y amable mujer, con los pelos un tanto desaliñados recogidos con una cinta de color rosa y una amplia sonrisa, que con un dejo como a alemán, me explicó que efectivamente esa técnica podía ayudar en el cólico del lactante, pero cuando fuimos a coger el bebé de su cuna, resultó que estaba dormido. Y claro, con lo que me había costado dormirlo, cualquiera lo despertaba ahora, pobre de mí pensé. Así que, nos miramos a la cara y ella, tal vez al ver mis ojeras, y compadecerse de mí, o tal vez viendo en mí un posible cliente, me invitó con un ¿quieres probarlo tú? Dudé un momento, pensé erróneamente que tendría que desnudarme, la sala estaba en penumbra y olía a algún tipo de incienso hindú, de esos de los jipis, no había mobiliario si no tan sólo unas colchonetas en el suelo… Todo un poco extraño para mí por aquel entonces…pero ¿qué podía perder?
Y sucedió que aquel primer 'masaje' de shiatsu me hizo sentir en otra dimensión, como flotando, perdí la noción del tiempo, de mi propia autopercepción, de hecho, aunque al principio noté el primer contacto de su mano, al poco, ya no sabía si estaba tocándome o no, ni en qué parte, y me invadió una sensación placentera que parece ser se me notaba en la cara, porque al volver a casa me preguntó mi mujer qué me había chutado, que mi rostro aparecía radiante.
"la salud y el bienestar se alcanzan a través de la visión interna por nuestras experiencias"
Y, lógicamente, me enganché. Asistí durante tres años como alumno a un curso completo de terapeuta de shiatsu en aquella escuela que dirigía Rita Griesche. Una formación que me permitió adentrarme, más allá de la técnica de estos impropiamente llamados masajes, por la senda de lo oriental, el camino del Tao, la naturaleza recíproca del ying y el yang, la teoría del I Ching del cambio constante, los cinco elementos, los canales de energía o meridianos que recorren el cuerpo humano, la respiración consciente, o experimentar una verdadera sensación de vida al sentir realmente la naturaleza de manera holística…
Y como soy muy curioso, y mi mente occidental siempre quiere racionalizarlo todo, quise conocer los por qué, las bases científicas, físicas y fisiológicas, y leí algunos libros de maestros japoneses, entre los que quiero destacar a Ryokyu Endo, que me abrió los ojos a ver más allá de la simple técnica o, mejor dicho, no tan simple técnica, del shiatsu. Un método de medicina oriental que, como la acupuntura o la medicina basada en hierbas, cura la enfermedad guiando las energías internas de los pacientes, restableciendo su armonía.
Y cuento todo esto porque leyendo estos días el interesante libro de divulgación científica titulado La neurociencia del cuerpo de Nazareth Castellanos (Ed. kairós, 2022) se me han venido encima un montón de respuestas que, hace tan sólo veinte años, no se podían ni imaginar. Aunque no teman los lectores, para no abrumarlos (aburrirlos) me centraré tan sólo en una que a mi entender resulta crítica para comprender científicamente lo que pasa cuando recibes un shiatsu.
Explica la científica que el descubrimiento de Marcus Raichler, de que entre el 60 y el 80% del consumo energético del cerebro se usa en recursos neuronales que nada tienen que ver con lo que acontece en el exterior del cerebro, dinamitó por los aires la idea cartesiana del "pienso, luego existo", puesto que, si la mente desplegaba involuntariamente ante nosotros estados que no habían sido voluntariamente evocados, entonces podríamos afirmar (esto es mío) que "existo, luego pienso".
Y explica la científica divulgadora, con el ejemplo de los pensamientos parásitos recurrentes que todos hemos experimentado -esos que no podemos sacar de nuestra cabeza-, que cuando quisieron parametrizar esta actividad frenética incontrolada del cerebro, se dieron cuenta de que no podían sólo fijándose en el cerebro, lo que llevó a los neurocientíficos a incorporar más vísceras al mapa de la mente.
Y a hablar de dos nuevos sentidos, que sumar a los ya conocidos de vista, gusto, tacto, olfato y oído, la interocepción y la propiocepción. Entendiendo por interocepción, "el proceso por el cual el sistema nervioso detecta, interpreta e integra las señales que se originan en el organismo, con el fin de generar un mapa interno constante y dinámico, consciente e inconsciente” y por propiocepción “la recogida e integración de las sensaciones corporales en el cerebro que dan lugar a las emociones".
"el cuerpo sabe aquello de lo que la mente no se ha dado cuenta aún"
Sirva de botón de muestra de estos conceptos el ya clásico experimento realizado en 1988 por los investigadores Strack, Martin y Stepper , en el que dividieron una clase de alumnos en dos grupos y se les pidió que valorasen la gracia que les hacía unas viñetas que les mostraron. Un grupo lo tenía que hacerlo sujetando un lápiz con los dientes (por tanto, con una mueca sonriente) y, el otro, sujetándolo entre el labio superior y la nariz (como enfadados). El resultado fue que los que lo sujetaban entre los dientes valoraron como más graciosos los dibujos, en apoyo de la hipótesis de retroalimentación facial.
Gracias a los estudios apuntados y a otros muchos, hoy se empieza a dar mayor importancia al papel de las sensaciones corporales sobre las emociones. Podríamos decir que las sensaciones llevan a las emociones y estas a las decisiones que "se fraguan en las estructuras subcorticales, sobre todo límbicas, durante unos segundos antes de coronar la cima de la corteza y ser expresadas en el comportamiento". O dicho de otra manera más sencilla por Nazareth Castellanos: el cuerpo sabe aquello de lo que la mente no se ha dado cuenta aún.
Y en este punto de la lectura del citado libro no pude si no recordar las sesiones de shiatsu a las que asistí, y en las que pude constatar algunos casos de evidente mejoría cuando, tras una somera observación del cuerpo de un paciente tumbado vestido sobre el futón, Rita Griesche, sin haber hablado previamente y de manera exploratoria con el paciente (en lo que se conoce como la anamnesis en la medina occidental), era capaz de diagnosticar lo que denominaba "bloqueos" y aplicarse en tratar especialmente aquellas partes del cuerpo (denominados meridianos en medicina china) que, a su entender, mejor podían restablecer el equilibrio energético perdido.
Resulta evidente que ante un infarto de miocardio a nadie en su sano juicio se le ocurriría buscar un terapeuta de shiatsu, o un maestro de yoga, para que le salvase la vida. Pero igualmente sucede que determinadas patologías, normalmente de carácter crónico, como el asma o las enfermedades neurológicas, que no responden satisfactoriamente a los tratamientos alopáticos, han sido tratadas con éxito con las denominadas medicinas orientales.
Según Ryoku Endo apuntaba hace años, la salud y el bienestar deben alcanzarse a través de la visión interna obtenida por nuestros propios esfuerzos y experiencias personales. Hoy, gracias a los últimos avances en neurociencia, ¿podríamos decir a través del desarrollo de los sentidos de interocepción y propiocepción?.
Echo la vista atrás y veo con claridad que lo más valioso que me aportaron aquellos años de shiatsu fue el hacerme más consciente de mi cuerpo, el enseñarme a escuchar su discreto susurro y el de los demás y, por extensión, sentirme parte de la naturaleza, junto a los animales y las plantas y, si sigo así, pronto también de las piedras, de los minerales.
La catedrática y directora del Laboratorio de Psicología Experimental de la Universidad de Deusto presenta "Nuestra mente nos engaña" (Shackleton Books)