MURCIA (EFE). Podría haber sido cualquier otra ciudad, pero las circunstancias y la logística se aliaron para que Joan Manuel Serrat iniciara este martes en Murcia, muy cerca de su querido Mediterráneo, la última expedición en concierto a los puertos y gentes de este mar que lo encumbraron como uno de sus grandes narradores.
Porque si bien es cierto que su voz no es la de antaño, que su frente antes poblada ahora clarea y que sus rodillas le doblegan la postura, también lo es que sus personajes siguen eternos y que donde no llega para cantar, llega para contarlos en un sencillo e intimista espectáculo de más de dos horas y unas dos decenas de canciones que, según ha dicho, hace tiempo dejaron de ser suyas para ser de todos los demás. "Se las han ganado", ha apostillado.
"He venido aquí a despedirme personalmente como corresponde. En caso de que no lleguemos al final porque las circunstancias fuesen esquivas, siempre podrán decir: 'Yo estuve ahí y lo vi caer'", ha dicho con sorna al inicio entre las risas cómplices de los 6.000 congregados en la plaza de toros de Murcia, su primera parada en España de este adiós.
Mucho se habló de su salud cuando la noticia de su retirada de los escenarios llegó por sorpresa hace medio año. En 2020 había vivido la grave caída de su amigo Joaquín Sabina en pleno "show" y luego la pandemia lo apartó de su público durante demasiado tiempo.
Fue entonces cuando pensó que sería él quien decidiría "la fecha de caducidad" de su vida artística y no cualquier otra fuerza externa, de ahí el "tour" que arrancó en abril en América para visitar puerta a puerta a todos los que habían celebrado su música en un periplo que en España le llevará a más de 50 citas (muchas con entradas agotadas) hasta el amarre definitivo en diciembre en su Barcelona natal.
Para su disfrute esta noche ha dado una única consigna: "Se prohíbe toda nostalgia porque todo es futuro", y así ha iniciado un viaje intemporal por sus orígenes en catalán con "Ara que tinc vint anys" (1967), su salto al castellano con "La paloma" (1969) y su acercamiento a la poesía de Miguel Hernández y Antonio Machado, también por parte de sus discos de los primeros años 80 y, de ahí, a su obra más reciente.
"Dale que dale que dale", ha empezado a corear desde los teclados José Más a las 22,10 horas en medio de esa introducción para el poema de Hernández que es como un azote armado con las aportaciones de otros seis músicos más, entre ellos Ricard Miralles al piano, su sempiterno colaborador y arreglista.
En ese momento ha saltado al escenario la estrella en un sobrio traje gris para volver a dar vida a historias que entre la fantasía y la realidad son historias de toda España: "Mi niñez", "El carrusel del Furo", "Romance de Curro el Palmo" o "Señora", entre hitos sentimentales de su carrera como "Lucía" o "No hago otra cosa que pensar en ti".
El escenario, apenas decorado con un cortinaje rojo de fondo, una mesa y una silla en la que ocasionalmente ha tomado asiento, se ha convertido en el cuarto íntimo por el que Serrat ha deambulado mientras compartía sus memorias y reflexiones con una voz que, tras un arranque ciertamente dubitativo, se ha ido haciendo más segura.
El primer gran aplauso ha llegado con las "Nanas de la cebolla" de Miguel Hernández, que apenas susurradas se convierten en uno de los momentos más conectados con la emoción y que aquí, como alegato, aparece coherentemente unido a un "Para la libertad" ilustrado con obras del siempre agudo grafitero británico Banksy.
En el repertorio predomina entonces cierto aire de ensoñación, como cuando el "noi de Poble Sec" recrea la canción de cuna con la que su madre lo dormía, "Canço de Bressol", también con "Es caprichoso el azar", "Los recuerdos" y "Aquellas pequeñas cosas", una infusión musical letárgica de la que se ha despertado el gentío al irrumpir "Hoy puede ser un gran día", "Tu nombre me sabe a yerba" o, claro, "Mediterráneo".
Han bastado esos primeros acordes para despertarle los sentidos a este pueblo nacido también al abrigo de ese azul al que Serrat, guitarra en mano, ha cantado entre imágenes que han ensalzado sus grandezas "de Algeciras a Estambul", pero que no ha olvidado tampoco sus miserias, las de las vallas y las pateras. "Muchas gracias", ha acertado a decir emocionado entre los vítores.
No muy lejos del agonizante Mar Menor ha cobrado después otro sentido ese "Pare" que compuso hace ya medio siglo alertado por el daño al medio ambiente y con el que ha denunciado la inacción política, un mensaje especialmente sensible en una región "donde tienen un problema histórico con el que conviven por tierra, por mar y por aire". "Les manifiesto mi solidaridad más absoluta", ha dicho.
"Golpe a golpe, verso a verso" ha llegado el remate, primero con la imprescindible "Cantares", luego con la celebración de "Fiesta" y una "Penélope" que, sentada aún en la estación con su vestido de domingo, ha hecho de su esperanza inextinguible la de todos. Y entonces, en respuesta, una madre y una hija se han puesto en pie con un escueto mensaje en su pancarta que lo decía todo: "Gracias, Serrat".