MURCIA. “Es que ese es de la acera de enfrente”, dijo un señor en una comida que fui un poco de rebote. En pleno siglo veintiuno. No era de mi círculo, pero todos los que sí que lo eran esperaban que saltara como prende una colilla una bolsa de basura. Pero los años me han confirmado que hay mentes tan simples –que no sencillas, adoro la sencillez– que no merecen la pena y la pérdida de tiempo con ellas es algo que no voy a invertir. Otro me dijo que era un fiel defensor de los derechos del colectivo LGTBIQ+ por llevar un móvil con la funda de color violeta. No le dije nada. Una noche de fiesta, un tío me dijo que le diera un beso y así todas las mujeres del local querrían acercarse a él. Tres personas de diferentes edades se reunían en lo mismo: la intolerancia. Un saludo a todos desde aquí.
Ya no tengo paciencia para algunas cosas, no porque me haya vuelto arrogante, sino simplemente porque he llegado a un punto de mi vida en el que no me apetece perder más tiempo con aquello que me desagrada o hiere. No tengo paciencia para el cinismo, envidias, críticas malintencionadas y exigencias de cualquier naturaleza. He perdido la voluntad de agradar a quién no lo hago, de amar a quién no me ama y de sonreír para quién no quiere sonreírme.
Ya no pierdo tiempo con quien me miente o quiere manipularme. Decidí hace muchísimo que no iba a convivir con la pretensión, lo superficial, la deshonestidad y los elogios baratos. Me aburre muchísimo la MET Gala. No lo voy a negar. Me da completamente igual una pasarela de mujeres que serán juzgadas por lo que llevan puesto. Los hombres nunca serán cuestionados, solo ellas. En ese contexto en el que Estados Unidos homenajeaba a Karl Lagerfeld –el kaiser de la moda– y la nueva exposición que el Metropolitan Museum de Nueva York le ha dedicado, el Vogue México nos sorprendía.
En su portada no había una modelo profesional jovencísima que como hubiera dicho Gabriel García Márquez “no parecería mortal” como nos tiene acostumbrados. Había una mujer madura, sapientísima, con el pelo blanco, arrugas de expresión “que no piensa ocultar porque cada año vivido y cada arruga cuentan su historia”, una elegancia que le viene dada de forma innata y que a sus ochenta años nos sigue sorprendiendo cada vez que vuelve al ruedo. “Ella es Isabel” decía la publicación para hablar de Isabel Allende. Vestida por los mejores profesionales del sector –desde Óscar de la Renta a Carolina Herrera–, Vogue nos regala una de las entrevistas más sinceras con la autora que espero que no pase desapercibida entre tanto ruido.
Cuesta mucho ser auténtico señoras y señores y no caer en una seguida y constante búsqueda de la tendencia. La moda dista mucho de eso. Porque Allende lleva relacionándose con la moda desde que hace cuarenta años nos regaló La Casa de los Espíritus. Es una voz. O su desgarrador relato dedicado a Paula, su hija, escrito durante el tiempo que esta pasó en coma, en el que una madre le cuenta a su hija la historia de su familia y la plasma para el futuro. Una moda que permanece inerte al paso del tiempo. No seré yo quien desmerezca uno de los eventos más importantes del mundo de la moda, pero me gusta encontrar otros motivos para girar el foco de atención. No soporto conflictos ni comparaciones.
Nadie se atrevió a decir que Allende no merecía su puesto en la portada de Vogue. Ni un comentario de una lista eterna –la portada ya se ha convertido en una de las referencias cuando pensamos en la cabecera– era negativo. “Soy feminista desde el kindergarten, mucho antes de que ese término se conociera en mi familia. […] En mi juventud bregaba por la igualdad, quería participar en el juego de los hombres, pero en la madurez comprendí que ese juego es una locura, está destruyendo el planeta y el tejido moral de la humanidad. […] No es lo que tenemos entre las piernas, sino entre las orejas. Es una postura filosófica y una sublevación contra la autoridad del hombre. Es una manera de entender las relaciones humanas y de ver el mundo, una apuesta por la justicia, una lucha por la emancipación de mujeres, gais, lesbianas, queer (LGTBIQ+), todos los oprimidos por el sistema y los demás que deseen sumarse”.
Creo en un mundo de opuestos, en el que poder ser. “A mí me cae fatal aquel, pero me cae bien este que a ti no te termina. Se trata de ver entre todos qué sitio es el nuestro, dónde encajamos” me dijo una modelo española. Y por ello siempre evito a las personas con carácter rígido que no dan su brazo a torcer. Las exageraciones me aburren y no me llevo nada bien con quienes no saben elogiar o incentivar a las personas a perseguir sus metas. Hay veces que en pleno siglo XXI no llego a creerme que tenga que seguir peleando por lo que lo hago. Y encima de todo, ya no tengo paciencia ninguna para quién no merece mi paciencia.
Y así, sin más, perdí la paciencia.