Me encanta viajar en familia, oiga usted, es que esto es de un relajado y ¡qué bonito!, no me lo negará, ese momentazo en el que le dices a tus hijos preadolescentes: -Nos vamos a la playa- y como si fueran la niña del exorcista empieza a darles vueltas la cabeza y echar espuma por la boca y todo porque en la playa no hay wifi. ¡Wifi!, como si usted a su edad lo hubiera necesitado, que se pasaba las horas muertas en los recreativos jugando al futbolín y a los marcianitos. Es que esta juventud de hoy día no sabe lo que es divertirse.
Cualquier viaje a la playa empieza desde la serenidad, que para eso te has tragado los mil ciento cincuenta y siete programas de Supernanny, para saber cómo exorcizar a ese demonio que tu hijo lleva dentro. Como eres tú la que quiere lucir bronceado a lo Jennifer López para ser la envidia de la oficina el lunes, pues te la amocas.
Hacer las maletas es de lo más emocionante: me llevo este vestidito que nunca me ha cerrado pero ¡es tan mono! y este jerseicito por si refresca por la noche y este blusoncito para el chiringuito de la tarde y esta fajita para la cena, porque habéis quedado con Pitita y Borja Mari y ya se sabe, y este… Y cuando terminas de hacer la maleta ni David Copperfield sería capaz de adivinar si te vas al desierto del Serengueti o al Círculo Polar Ártico. Bueno, pues ya está todo, cuatro maletas y un trolley lleno de zapatos y tu Antonio te pregunta ¿todo esto para un fin de semana? ¡Uf! Otro poniendo problemas. ¡Que hubiese hecho él las maletas! Como la última vez, que se olvidó meter los calzoncillos y aquello era allegro ma non troppo, vamos que le colgaba el badajo, me entienden ahora ¿no?
Al fin llegamos al coche y mira qué ideal echar media horita jugando al tetris para cerrar el maletero. -Antoñito, deja el móvil que te estás quedando retrasado, ¡pero de la azotea hijo!- Empieza el viaje, ese maravilloso viaje donde tus hijos hacen alarde de su profundo amor fraternal arrancándose los ojos, eso sí, desde el cariño. Estás para tomar un camino, pero te has propuesto que nada ni nadie te fastidie este maravilloso primer fin de semana de playa, quintos y chiringuito con el que llevas soñando desde el confinamiento.
Los niños no paran de gritar y no ves el momento de llegar. La carretera se hace eterna y terminas pensando que este viaje se está convirtiendo en el camino hacia Mordor, ese lugar donde nadie que estuviese en sus cabales desearía ir. Así que cuando llegas al apartamento besas el suelo y terminas pensando si merecía la pena.
Claro que la merece, siempre la merece. Un fin de semana con la familia donde cada uno está enganchado a su propio dispositivo electrónico y que para decirle a tu hijo que coja la sombrilla es más eficaz mandarle un whatsapp que repetírselo cinco veces en la oreja, es un recuerdo inolvidable de esta estampa costumbrista de cualquier familia de hoy en día. Pero por fin ahí estas tú en el chiringuito con tu quinto fresquito y tu Antonio, y piensas: esto es lo que le habría hecho falta a Frodo, un buen quinto y mi Antonio, que es más salao que las pesetas con badajo colgando y todo.
Gracias por su lectura.
Trinidad Guía Sánchez es Licenciada en Ciencias Económicas, Máster en Dirección y Administración de Empresas y Experta en Ventas.
@GuiaTrinidad Linkedin: Trinidad Guía