VALENCIA. Valencia era una ciudad tremendamente divertida a mediados de los años 80. Lo cuentan todos aquellos que tuvieron algo que ver con la liberación de la ciudad en un sentido ideológico, creativo, pero también industrial. Un siglo y medio antes, Valencia flirteaba con la vanguardia del diseño gráfico, aunque el término apareciera décadas más tarde, y poco antes de sumirse en un largo desierto de posibilidades visuales, Josep Renau, Pérez Contel, Vicente Vila Gimeno, Manuel Monleón o Arturo Ballester hicieron del cartel algo magistral.
Pero no fue, en efecto, hasta que la ciudad se sacudió en obra y pensamiento del pacato sistema industrial y comercial que encorsetaba la comunicación durante el franquismo cuando surgió el precedente único de un oficio llamado a arraigarse en toda la región: La Nave. Era sólo un centro más de trabajo, aunque plagado de apellidos que acabarían siendo Premio Nacional del Diseño. Surgía la marca del Nou Disseny Valencià y las instituciones, por alejado que resulte, no articulaban sus decisiones y sus estrategias en torno a ciclos electorales.
Paco Bascuñán, Dani Nebot, Nacho Lavernia, Pepe Gimeno, Eduardo Albors o José Juan Belda iniciaban con algo de ingenuidad y mucho oficio el germen de tres décadas de diseño en la Comunitat. El extinto Impiva, integrado ahora en el Instituto Valenciano de Competitividad Empresarial (Ivace) puso herramientas y recursos en favor del valor añadido que el diseño, gráfi co y de producto, tenía que aportar a toda una región. Y surgió la industria, que no la magia: muebles, textiles, marcas, vinilos, vajillas, libros, catálogos, lámparas y un etcétera con vinculaciones al packaging y el entorno digital mucho más presentes.
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