CARTAGENA. Hoy, en el Día Grande de los 'quitapellejeros' y 'quitapellejeras', nada es lo que parece; esta maldita pandemia ha borrado cualquier atisbo de sonrisa entre sus cerca de tres mil habitantes. Este día de la Concepción de 2020, cuando la Virgen debería salir como cada año en procesión por sus calles y sus vecinos se congregarían en casa de amigos y parientes o junto al local social para festejar el 8 de diciembre, sus calles y plazas andan sordas, inmóviles y más tristes que de costumbre.
Como si de una fotografía de mediados del pasado siglo se tratara, cuando este humilde barrio lucía con todo su esplendor: niños correteando por la calle Mayor, vecinos acompañando al párroco el día de la patrona a llevarle la comunión a los enfermos del barrio, jóvenes ataviadas con el traje de Cartagenera, o cuando los mayores del asilo de ancianos esperaban con impaciencia que los portapasos les llevaran a la Purísima para rezarle y cantarle, Quitapellejos se ha convertido en esta época que nos ha tocado vivir, en una imagen congelada en la memoria de los que habitan aquí y de los que se fueron, los nostálgicos y los que aún conservan aquí su casa, su familia o su infancia.
El barrio se despereza en una época en la que trata de mantener su identidad, la que lo convertió en uno de los barrios más populares y arraigados a la ciudad portuaria. Bazaneros y militares lo transformaron en un perfecto lugar para vivir al otro lado de la Rambla de Benipila y a tiro de piedra de la calle del Carmen.
Sus vecinos mantienen ahora otras ‘cuitas’ pendientes con su presente: luchan contra la negligencia, el abandono y la pereza de los que deciden y de aquellos empresarios que, por acción u omisión, han arrinconado a su barrio para beneficio propio.
La lucha vecinal no ha dejado de mantener viva la llama reivindicativa de sus habitantes. Jóvenes y no tanto lo han demostrado, con sus protestas para que el barrio no quedara ahogado por las obras que lo alejan un poco más del centro de la ciudad.
Viky y Encarni, dos vecinas nacidas en el barrio, repasan, mientras las abordo en la puerta del edificio de las Hermanitas de los Pobres, estos errores de bulto que a las administraciones que gobiernan se les ‘escapan’ de vez en cuando: una vía (la calle Dalia) colapsada de coches estacionados por gente que aprovecha la zona de aparcamiento gratuito para hacer sus gestiones en el centro y que bloquea el trasiego habitual de sus habitantes; aquel solar del que nadie sabe el dueño y que permanece lleno de vegetación, suciedad y no sé cuántos animales que corretean reivindicando su propiedad; una rampa de vértigo que ocasiona más de un quebradero de cabeza a la gente mayor; un socavón junto al paso de los Elefantes por el que se ven las entrañas de la Rambla y por el que aparecen los roedores en busca de comida; unas aceras liliputienses no aptas para cochecitos de bebés, sillas de ruedas o personas con dificultades para caminar o un parque infantil ahora cerrado pero que parece sacado de la serie ‘Cuéntame cómo pasó’ por su dejadez y falta de cuidado.
Las dos me cuentan, mientras paseamos por las calles del barrio, las alegrías y las tristezas de los que han vivido y viven en Quitapellejos. "Es una zona muy cómoda para vivir", comenta Encarni mientras saluda a una vecina. "Tememos el centro de Cartagena aquí al lado, al cruzar el puente, por lo que comprarse una casa aquí es ahora mismo un chollo", añade Viky.
Eso sí, la mayoría de sus habitantes son de los de toda la vida, si bien algunos jóvenes han visto la posibilidad que ofrece la zona para adquirir alguna de estas viviendas, antes ocupadas de operarios de Bazán, militares o artesanos. El barrio fue planificado por Víctor Beltrí: casas baratas promovido por la cooperativa ‘La Conciliación’ –inicialmente para marinos- y que estaba formado por 163 casas de estilo modernista, de las que podo queda ya.
Viviendas cerradas, algunas de ellas tapiadas para evitar ser ocupadas y unas cuantas con el cartel de ‘se vende’, establecimientos con la persiana echada y poco trasiego -a excepción de la concurridísima calle Peroniño- salpican sus estrechas vías, propias de un pueblecito, pero es que, en realidad como se sienten los ‘quitapellejeros’, miembros de una comunidad más propia de una pequeña villa que de una ciudad.
Pocos negocios quedan en pie de los de antes. Pilar Sevilla resiste a capa y espada al pie de su negocio, heredado de su abuelo José Sevilla, fundador del Estanco Sevilla allá por la década de los sesenta. Tiene prensa, hace quinielas, vende productos de limpieza, es punto de recogida de paquetería y realiza gestiones administrativas a quien así lo requiere. "Si fuera por la venta de periódicos, habría cerrado hace mucho", añade Pili, como la conocen sus clientes, quien añade que el Estanco Sevilla "es conocido en toda Cartagena, debemos de ser de los más antiguos de la ciudad", apostilla. Eso sí, para aparcar junto a su negocio hay que hacer piruetas.
Al acercarnos a la zona del centro de Salud, las dos acompañantes de la asociación de vecinos nos explican el panorama que vemos ante nuestros ojos. Grúas, obreros, excavadoras, topógrafos, curiosos y una ‘majestuosa’ carretera de dos carriles para ambos sentidos construida en estas últimas semanas y que ‘aísla’ al barrio, según denuncian sus vecinos. "Lejos de abrir nuestro barrio a Cartagena, nos están apartando con una carretera que parece una autovía. Además, con esta solución que parece improvisada, cuando llueva se nos van a inundar las calles", protesta Viky. "Han encajonado nuestro Centro de Salud. Para venir en coche o en el caso de urgencia de una ambulancia, nos lo han puesto complicadísimo", añade.
Los vecinos han protestado y el constructor, Tomás Olivo, y las autoridades municipales han tratado de calmar los ánimos. Han tomado nota de sus quejas, han mostrado las soluciones y ahora todos aguardan al próximo día 20 de diciembre, para ver los resultados.
Tan cerca del centro de la ciudad, de ese mar que otean desde la Atalaya, pero a la vez tan lejos para ser escuchados, entendidos y reconocidos. La reivindicación de los habitantes de la Concepción mantiene viva la llama de un barrio que hoy, en la jornada más importante de todo el año, el de la Purísima que le ha puesto nombre, pelea para que nadie lo olvide, reclama su identidad, su historia, su sello en la ciudad, que le ha hecho único y acreedor de la autenticidad de uno de los barrios históricos y con más raíces de Cartagena.