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tribuna política / OPINIÓN

Prisioneras del silencio

27/04/2021 - 

MURCIA. Hoy les voy a hablar de tristeza, de ese tipo de tristeza que no se despega de la piel por mucha agua caliente que le caiga encima; de la que te araña con tanta fuerza en la boca del estómago que el dolor puede llegar a ser desgarrador; de la que te roba el aire o, lo que es peor, hasta las ganas de respirarlo; de esa tristeza amarga, diferente a cualquier otra y que solo se siente cuando pierdes a una parte de ti.

Hoy les voy a hablar sobre una realidad de las que no son bonitas ni agradables de contar, pero no por ello van a dejar de ser verdad y estar ocurriendo aquí, en nuestra querida Región de Murcia y en el que debiera ser el siglo XXI. Les voy a hablar de mujeres, con distintos nombres y apellidos, con distintas familias o sin ellas, con distintas caras y cuerpos, con distintas ideas y con distintas vidas, pero que todas ellas tienen en común el que sienten justamente esa misma tristeza y que lo hacen en el más absoluto silencio porque en esta tierra hay quienes las han obligado a vivir su pérdida como si hubiesen cometido un crimen o como si el drama de perder a un hijo muy deseado no fuese ya bastante castigo.

"el sms está imponiendo el aislamiento social y la soledad a todas las mujeres que deben pasar una interrupción forzosa de embarazo por criterios médicos"

Hoy les voy a hablar de que el Gobierno regional de Murcia, a través del Sistema Murciano de Salud, está imponiendo el aislamiento social y la soledad a todas las mujeres que deben pasar por el sufrimiento de una interrupción forzosa de embarazo por criterios médicos, como cuadros de malformaciones fetales u otros problemas muy graves de salud. Les voy a hablar de cómo, amparándose en bloque en la objeción de conciencia, se está expulsando de todos nuestros hospitales públicos a mujeres para derivarlas forzosamente a clínicas privadas sin ningún tipo de garantía o seguimiento durante el proceso. Centros de nuestra Comunidad Autónoma, si los problemas se detectan antes de la semana vigésima del embarazo, o de la Comunidad de Madrid, si han sobrepasado esa fecha.

Hoy les voy a hablar en nombre de Conchi, Claudia, Virginia, Sonia, María, Almudena, Cristina, Ana, Carmen María y de tantísimas otras mujeres que me han contado sus experiencias con la voz completamente quebrada o mediante mensajes escritos que he ido recibiendo a lo largo de estas semanas. Les voy a hablar de las que tuvieron que parir a un hijo sin vida sobre la taza de un wáter minúsculo; de las que pidieron a gritos un calmante para soportar el dolor pero nunca llegó; de las que se sintieron despreciadas por los profesionales que debían atenderlas en el peor momento de sus vidas; de las que no pudieron tener a nadie que las cogiera de la mano mientras perdían a lo que más querían; de las que tuvieron que montarse en un coche o en un autobús y viajar a cuatrocientos kilómetros de sus casas para dirigirse a una entidad de tercera teniendo todos los medios necesarios en los centros públicos de su tierra; de las que se durmieron y cuando abrieron los ojos y preguntaron por su bebé, ya había sido incinerado; de las que solicitaron ayuda psicológica, pero les contestaron que había mucha lista de espera y que podían tomar diazepam para intentar dormir; de las que tuvieron que caminar, sujetándose su propia placenta con las manos, mientras miraban como se llevaban a su hija muerta envuelta en una manta raída; de las que llamaron en mitad de la noche a la clínica donde las habían intervenido, muertas de miedo y de dolor, pero nadie les cogió el teléfono; de las que tuvieron que ser trasladadas en ambulancia desangrándose hasta un hospital público de Madrid; de las que fueron recibidas en el peor momento de sus vidas con carteles de bienvenida en los que las llamaban asesinas; de las que llevan años pidiendo que les contesten preguntas y nunca han recibido una sola respuesta o un palabra que pudiese calmar su agonía; de las que, además de sentir el desgarro de la perdida de un hijo, siguen sufriendo el dolor agudo de la culpa; de las que no se han sentido los suficientemente apoyadas por sus parejas o sus familias y han acabado aguantando este silencio aún más solas; de las que siguen tomando pastillas para poder cerrar los ojos cada noche y de las que lloran a escondidas o cuando nadie las mira.

"A veces es necesario hablar y hasta gritar para acabar con los silencios más injustos y vergonzosos"

A veces es necesario hablar y hasta gritar para acabar con los silencios más injustos y vergonzosos y, con ellos, con la culpabilización y la estigmatización que sobre estas mujeres y sus experiencias se sigue ejerciendo por parte de la sociedad y, en ocasiones, como ocurre en esta Región, incluso por quienes más deberían velar por protegerlas. Hablo de una cuestión que tiene que ver exclusivamente con su salud, física y emocional, con sus derechos más fundamentales y, también, por tanto, con el derecho a recibir una asistencia sanitaria digna y una protección en libertad y en democracia.

Lo que está ocurriendo en la Región de Murcia es violencia obstétrica, es una ilegalidad y debería estar penado porque es un claro maltrato institucional, consentido y silenciado por el Gobierno regional, por el Sistema Murciano de Salud y por una vicepresidenta y Consejera de Mujer que, no solo se ha convertido en cómplice de este vergonzoso silencio, sino que, además, mientras es capaz de blanquear y compartir sillones con quienes niegan las violencias machistas, se ha olvidado por completo de cuáles son sus competencias, sus obligaciones y los derechos que amparan la salud y la dignidad de todas las mujeres murcianas.

“La libertad es siempre libertad para quien piensa diferente”, Rosa Luxemburgo.


Lara Hernández Abellán

Diputada regional del PSRM-PSOE

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