MURCIA. Priscilla Beaulieu era una adolescente de 14 años cuando en 1959 conoció a Elvis Presley en la base estadounidense de Wiesbaden (Alemania), donde su padre estaba destinado como oficial de las Fuerzas Áreas. Allí también estaba destinado para cumplir el servicio militar obligatorio el “Rey del Rock”, que, para entonces, con 24 años, ya era toda una leyenda internacional con éxitos como Jailhouse Rock. En una de las fiestas que solía celebrar en su casa, fascinado por su belleza aniñada, Elvis no tardó en enamorarse de ella. “Cilla”, como comenzó a llamarla, representaba todo lo que el cantante y actor estadounidense buscaba y añoraba en la vida: la tierra natal y el amor familiar perdido con la muerte de su madre un año antes. Poco después, en 1960, se la llevaría a vivir con él y su familia a Graceland (en Memphis), la impresionante mansión de donde Priscilla no saldría hasta muchos años después, tras casi 15 de relación, un matrimonio y una hija en común.
Protagonizada por una magnética y sensual Cailee Spaeny y basada en las memorias de la propia Priscilla Presley (Elvis and Me, escritas junto a Sandra Harmon), quien también ejerce de productora ejecutiva del filme, esta es la historia que cuenta Priscilla, la nueva película de Sofia Coppola, presentada en la Sección Oficial del Festival de Venecia, donde Spaeny se alzó con la Copa Volpi a Mejor actriz, y que acaba de llegar a los cines españoles. Centrada en los años de noviazgo y de matrimonio de la famosa pareja (con un Elvis interpretado por Jacob Elordi), la película narra el auge y la caída de la conocida relación, desde la seducción inicial por parte de ambos hasta un declive marcado por la drogadicción de él, y, sobre todo, por el abuso psicológico y físico y la condena a la alienación que sufrió Priscilla. Precisamente, ahí reside uno de las aspectos más interesantes e inquietantes del filme, en cómo, sutilmente, Coppola narra esa historia de amor que progresivamente se va convirtiendo en una de terror, de los momentos de fascinación, ternura y magia del principio a todos esos hechos cotidianos (desde cuando le pide que no trabaje para estar disponible para él, empieza a dictarle el color del pelo que debe llevar, cómo vestir o cómo moverse a hechos más explícitos como sus ataques de ira o una agresión sexual que no acaba de salir en pantalla) que veladamente terminan conformando un relato verdaderamente escalofriante sobre la vida de una pareja.
Con ello, otro de los puntos más sugerentes y atrevidos de la película reside en el punto de vista desde el que Coppola decide narrar esta parte de la vida de Priscilla. La directora que debutó con Las vírgenes suicidas (un filme que conecta con el actual por su oscuro retrato de la adolescencia) cuenta la historia de Priscilla con Elvis desde la mirada de ella (no es casual el enfoque constante en la mirada de Spaeny, de su dulzura inicial a su silenciosa transformación en algo profundamente dolido y melancólico), sin juzgarla ni mostrarla de forma tendenciosa o sensacionalista como una víctima, sino desde la indagación en su ambivalente intimidad, en sus momentos de alegría e ilusión y en los de honda tristeza, angustia y soledad, en cómo y por qué logró que su amor permaneciera a lo largo del tiempo y en cómo, a pesar de esa debilidad que sentía por él, terminó dándose cuenta de su sumisión.
La también directora de Lost in Traslation y María Antonieta pone toda su sensibilidad y su característico ejercicio de estilo -muy deudor del imaginario estadounidense, entre lo pop, lo aparentemente naif y una belleza sombría- al servicio del retrato de su protagonista y su perturbador cuento de hadas. Un singular estilo autoral que ya se revela en las primeras imágenes de la película (en los planos-detalle de las uñas pintadas de rojo de Priscilla o de esa mirada inocente en contraste con la imposición de unas pestañas postizas), en la arrolladora y minuciosa puesta en escena (el detalle en los espacios interiores, los objetos, la decoración, el maquillaje, el vestuario), en la fotografía de Philippe Le Sourd, que da a la película ese aire fantasmal que la atraviesa, y en los temas musicales que la acompañan, desde el mítico Baby, I Love You de Ramones que la abre al conmovedor final con el I Will Always Love You de Dolly Parton (cuya historia dice mucho del fondo de la película).
“Era una muñeca viviente que moldeaba a su antojo”, escribió Priscilla Presley en sus memorias. En Priscilla, Sofia Coppola cuenta con sutileza, sensualidad y misterio el doloroso viaje de liberación y empoderamiento de la protagonista hasta ser consciente y asumir lo que fue su experiencia con el famoso cantante. Una película tan oscura como emocionante sobre la normalización del abuso y la distancia entre la fantasía y la realidad de lo que vivimos.