La teoría de los socialistas, inicialmente, decía que habían perdido Andalucía en 2018 por accidente, por un adelanto electoral poco meditado y por una candidata, Susana Díaz, sin carisma ni empuje. Todo se solucionaría cuando el carisma y el empuje del nuevo candidato andaluz-sanchista, Juan Espadas (inmortalizado en La Paella Rusa como "Señor Socialista Random Número 4"), arrebataran la Junta de Andalucía a la derechona.
Por desgracia para el PSOE, las encuestas no parecían certificar esta eventualidad, así que el discurso cambió rápidamente a "Juanma Moreno no logrará sumar más que la izquierda", y de ahí a "Juanma Moreno necesitará a Vox para gobernar, y eso será el fin del PP". Vox contribuyó a esta última visión de las cosas diciendo que, si a Moreno le faltaba un escaño, Vox exigiría entrar en el Gobierno a cambio.
Pues bien: a Moreno no le van a hacer falta los escaños de Vox. El éxito, mayúsculo, lo tiene todo: consigue la mayoría absoluta; certifica la desaparición de Ciudadanos y el estancamiento electoral de Vox, y con ello logra la indiscutible hegemonía en el campo de la derecha; casi dobla en votos y en escaños al PSOE en la comunidad autónoma que ha sido durante 40 años el principal granero electoral de los socialistas; y, en fin, marca la pauta en la que a partir de ahora nos vamos a ver, con un PP previsiblemente muy por delante del PSOE en las encuestas y un Gobierno acosado por los problemas económicos (que son, y serán, de primera magnitud durante los próximos meses, quién sabe si años).
Sólo han pasado unos meses desde que Núñez Feijóo tomó las riendas del PP, pero la suerte electoral le sonríe. Con la victoria en Andalucía, el PP ha vencido en los tres últimos comicios autonómicos que se han convocado: Madrid, Castilla y León y Andalucía. La suma de estas tres comunidades autónomas es más o menos la mitad de la población española. Andalucía, con todo, es mucho más importante que los otros dos foros, donde el PP ya contaba históricamente con muy buenos resultados desde hace décadas (Madrid) o desde siempre (Castilla y León). Ganar en Andalucía, y ganar así, supone la base de una hegemonía que puede durar muchos años tanto en esta comunidad autónoma como en el conjunto de España. Si el PP logra mantener los apoyos que obtuvo ayer Juanma Moreno en las Elecciones Generales, será virtualmente imposible que las pierda.
En todos estos comicios el PP ha quedado, además, a mucha distancia de Vox, y en Andalucía ni siquiera los necesitará para la investidura. Vox, que en algunas encuestas aparecía de forma amenazante y daba la sensación de que podía superar el PP, ahora se va a convertir en una molesta muleta, ya veremos por cuánto tiempo, pero que claramente ni está en condiciones de superar al PP ni de condicionar significativamente su mensaje (como sí que lo hacía, en cambio, en época de Pablo Casado).
La dimensión de la victoria en Andalucía es tal que, de hecho, el PP se puede permitir soñar con un resultado electoral que le acerque a la mayoría absoluta en España, o a lograr la investidura sin necesidad de Vox, apoyándose en el inevitable PNV y algunos partidos pequeños que no le hagan ascos a pactar con un PP más moderado que el de los últimos años. El escenario que se abre supera todas las líneas rojas del PSOE, que se basaban en la creencia de que el PP y Vox nunca lograrían sumar 176 escaños.
El problema es enorme para el Gobierno y no se atisba una solución fácil. Adelantar elecciones, en estos momentos, con el viento de cola del resultado andaluz, casi garantiza perder La Moncloa. Y eso ni por asomo debe estar ahora en los pensamientos de Pedro Sánchez, mandatario que, como recordarán, encargó escribir un libro titulado "Manual de Resistencia", lo que viene a significar Manual de cómo mantener el poder contra viento y marea (si Mariano Rajoy y él escribieran un manual a cuatro manos, o se lo encargaran a otras cuatro manos, tal vez se harían de oro).
El impulso de Sánchez será, sin duda, ganar tiempo, en la esperanza de que algún milagro dé un vuelco a las expectativas que ahora se abren para lo que resta de legislatura (en teoría, un año y cinco meses, hasta noviembre de 2023, que podría alargarse un poco más, hasta poco antes de Navidades de ese año). Que acabe pronto la guerra de Ucrania y se limiten los daños al suministro energético y de otras materias primas; que la inflación se reduzca drásticamente y con ayuda de los fondos europeos se pueda dar un impulso al crecimiento económico; que aparezcan problemas en el PP o algún cadáver en el armario de Núñez Feijóo; etc. Y aunque no pase ninguna de estas cosas, o no sirvan para cambiar la dinámica de fondo de la opinión pública, muy claramente decantada a favor de un cambio en el Gobierno, mientras tanto Sánchez seguiría siendo presidente: que le quiten lo 'bailao'.
Una estrategia un poco perversa de Sánchez podría ser adelantar elecciones para después del verano, asumiendo que probablemente se pierdan, pero con la esperanza de que al PP no le quede otro remedio que pactar con Vox y que después las negras perspectivas de los próximos años (crisis, inflación, destrucción de empleo, etc.) se llevaran por delante a ese Gobierno y... ¿adivinan quién habría estado pacientemente esperando cuatro largos años, al frente de la secretaría general del PSOE, "resistiendo"? En fin: no pasará. Una vez se abandona el poder, al menos en España, ya no se recupera. El sillón del consejo de administración del Ibex-35, o del Consejo de Estado, o ambos, es el destino que aguarda a los expresidentes.
Este tipo de razonamientos, precisamente, son los que juegan en contra de un eventual adelanto electoral en la Comunidad Valenciana, pues ha sido tan clara y apabullante la victoria del PP que, en estos momentos, y con las graves dificultades que atraviesa el Botànic, y sobre todo su vicepresidenta Mónica Oltra, un adelanto electoral muy probablemente daría como resultado la victoria del PP y su vuelta al poder siete años después de abandonarlo por la puerta de atrás.
Además, con el verano ya a la vuelta de la esquina (vivimos temperaturas tórridas desde hace días, pero técnicamente el verano comienza el martes), una convocatoria electoral tendría que celebrarse como pronto en septiembre, con lo que el control de los tiempos políticos sería todavía menos preciso. Posiblemente Ximo Puig quiera esperar al menos a ver qué sucede con la declaración ante el juez de Mónica Oltra el 6 de julio antes de tomar una decisión al respecto (de su permanencia en el Gobierno valenciano, de la permanencia del Gobierno en sí y de adelantar o no las elecciones).
Por último, la noche electoral andaluza también deja una nueva nota a pie de página sobre el nuevo fracaso del espacio de la izquierda a la izquierda del PSOE. Este espacio concurrió dividido a las elecciones, lo cual es, en sí, un fracaso del proyecto de la vicepresidenta Yolanda Díaz, que como recordarán se basa en que los distintos partidos y grupúsculos que componen dicho espacio se reúnan en torno a ella para... para... para que ella sea cabeza de cartel electoral, y después ya veremos. En las elecciones de ayer, la confluencia de izquierdas auspiciada por Díaz obtuvo cinco escaños, diez menos que los que logró Unidas Podemos en 2018. Da la sensación de que la ilusión que genera la plataforma de Díaz es mucho mayor entre analistas y opinadores afines que entre los votantes, al menos por ahora.