Las acciones del sector salud pueden evocar la imagen de ensayos clínicos, medicamentos superventas y enormes campañas de marketing. Sin embargo, se trata de una visión parcial de este sector dinámico y de rápido crecimiento, y fijarse solo en esos aspectos es una forma arriesgada de invertir. Para aquellos inversores que no quieran muchas aventuras, recomendamos un enfoque diferente que consiste en evaluar a las empresas por su visión de negocio y no por sus medicamentos en desarrollo.
Los grandes avances farmacéuticos acaparan mucha atención por una buena razón. Por ejemplo, en el momento crítico de la pandemia comenzó la carrera para desarrollar una vacuna contra la COVID-19 capaz de salvar vidas y acelerar el regreso a la normalidad. También se ha desarrollado un fármaco para tratar la diabetes tipo 2 que además ayuda a perder peso. Si los medicamentos GLP-1 son tan populares es por algo. ¿Y quién no quiere invertir en la cura del cáncer, el Alzheimer u otras enfermedades devastadoras?
Por desgracia para los inversores, es harto difícil predecir los resultados de un medicamento, ya que debe superar las distintas etapas del proceso de desarrollo. De hecho, solo hay un 10% de probabilidad de que un medicamento en la fase de ensayo con humanos consiga pasar de la Fase I a la autorización definitiva por parte de la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) (Gráfico). Dicho de otro modo, la tasa de fracaso en el desarrollo de un medicamento es del 90%, un porcentaje que no incluye el largo proceso previo a los ensayos que es necesario superar para que el medicamento consiga pasar a la Fase I. Teniendo esto en cuenta, la propuesta de inversión es cuando menos difícil.
Veamos un caso concreto. En noviembre de 2020, cuando Pfizer y Moderna anunciaron sus innovadoras vacunas contra la COVID-19, había 236 vacunas para esta enfermedad en distintas fases de desarrollo. Solo tres obtuvieron la autorización de la FDA para su uso en Estados Unidos. Más del 90% de las vacunas en desarrollo no consiguieron el respaldo de la autoridad.
Esto no quiere decir que los ensayos con fármacos no merezcan la atención de los inversores. Los avances farmacéuticos tienen la capacidad de cambiar la vida de las personas y generar beneficios enormes para las empresas y sus accionistas. Sin embargo, los resultados son sumamente impredecibles. Lo ideal sería que los fármacos en desarrollo ofrecieran una opcionalidad —la posibilidad de aprovechar futuras oportunidades—, pero no deberían suponer un motivo fundamental para invertir en una empresa.
¿En qué deberían fijarse los inversores entonces? Las empresas del sector salud con modelos de negocio sólidos y sostenibles tienen las mismas características que las compañías de otros sectores. Entre ellas figuran unos balances saneados, rentabilidades del capital elevadas —o que van en aumento— y altas tasas de reinversión. Nuestro análisis indica que cuando una empresa obtiene beneficios superiores al coste del capital y posteriormente los reinvierte, es más probable que tenga poder de permanencia.
Otro aspecto fundamental es realizar un seguimiento de las valoraciones y de los factores que influyen en ellas. Los inversores no deberían pagar una prima por unos fármacos en desarrollo que podrían no ver nunca la luz. Cuando la inversión no se basa en las expectativas de los fármacos en desarrollo, los resultados positivos en los ensayos clínicos pueden, de todos modos, impulsar el precio de las acciones de una empresa. Eso es la opcionalidad. Ahora bien, los efectos de unos resultados decepcionantes deberían ser menores, ya que, para empezar, las expectativas para esos fármacos nunca se habían tenido en cuenta en el precio. Por el contrario, las valoraciones de las acciones estrechamente ligadas a los fármacos en desarrollo pueden sufrir volatilidad si no se obtienen los resultados clínicos previstos.
Creemos que actualmente hay varias compañías farmacéuticas que merece la pena considerar. Una de ellas desarrolla tratamientos para la fibrosis quística, una enfermedad hereditaria letal que puede provocar graves daños en los pulmones, el sistema digestivo y otros órganos. Otra empresa está desarrollando un tratamiento líder en el mercado para tratar la hipertensión arterial pulmonar. El atractivo de estas dos compañías no está ligado al potencial que presentan esos nuevos productos. Ambas cuentan con negocios principales sólidos y el éxito de los ensayos clínicos no determina las perspectivas de inversión de ninguna de ellas.
Evidentemente, el sector salud abarca muchos más campos aparte del desarrollo de fármacos. Vemos oportunidades en el área de diagnósticos, un ámbito que se está acelerando ante el fuerte impulso de la secuenciación del genoma humano. Asimismo, las terapias mínimamente invasivas y la robótica ayudan a los hospitales a aumentar la rotación de pacientes y controlar los costes. La telemedicina también ha recibido un fuerte impulso, ya que cada vez son más los pacientes que desean realizar consultas médicas virtuales. Las empresas que operan en esas áreas de crecimiento permiten invertir en tecnologías prometedoras sin los riesgos inherentes de tratar de estimar las perspectivas de fármacos novedosos.
Como siempre, creemos que la mejor manera de acceder al sector salud es a través de la gestión activa. Con el análisis fundamental, un gestor competente es capaz de identificar empresas con unas probabilidades superiores a la media de conseguir buenos resultados clínicos, pero sin depender de ellos. Asimismo, una evaluación de los equipos directivos de las empresas permite a los gestores activos detectar compañías con un sólido historial de I+D y una trayectoria de innovación y rentabilidad.
Evidentemente, un gran avance farmacológico puede ser una oportunidad para los inversores. No obstante, si los propios científicos tienen dificultades para predecir el éxito en el desarrollo de un medicamento, no hay motivos para pensar que los inversores puedan hacerlo mejor. A largo plazo, lo que más cuenta es el negocio en sí, no los medicamentos en desarrollo.