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viento de lebeche / OPINIÓN

Pongamos que hablo de Madrid

4/10/2020 - 

MURCIA. Estos últimos días no deja de estar en candelero la situación de Madrid con motivo de las medidas que se han de tomar como consecuencia del impacto de la crisis sanitaria en la capital y en la propia Comunidad Autónoma. Me produce tristeza el modo en que se está tratando este tema por parte de los políticos que padecemos. Además de tristeza me genera una gran nostalgia por el hecho de haber vivido en ella durante años. No sólo por el tiempo pasado, sino por cómo eran las cosas en ese tiempo. Y toda aquella época ha venido a mi cabeza ahora que tanto se habla de mi querida ciudad en la  que tan buenos momentos viví.  Será porque pasé la mayor parte de mi juventud en la capital del Reino, coincidiendo con la gran apertura de España a la democracia.

Llegué a Madrid nada más celebrarse las primeras elecciones democráticas de 1977 y allí estaba cuando se aprobó la Constitución de 1978 que ha supuesto y debería seguir suponiendo el mejor periodo de nuestra historia, homologándonos a las mejores democracias del mundo.

"nuestra recién estrenada libertad era eso: Poder decir cada uno lo que pensara sin que nadie le insultara ni le agrediera"

En Madrid seguía cuando el profesor que impartía la asignatura de Estadística tuvo que interrumpir la clase y mandarnos a casa en la tarde del 23 de febrero de 1981, cuando el fallido intento de Golpe de Estado. Y estuve en la explanada de la Ciudad Universitaria en el mitin de cierre de campaña del PSOE en octubre de 1982, previo al arrollador triunfo de Felipe González (al que algunos adanistas charlatanes llaman ahora "facha". Manda huevos), que supo movilizar a la sociedad en torno a un proyecto de cambio y modernidad y que supuso la consolidación del sistema. He de decir, llegados a este punto, que en aquella gloriosa época íbamos a varios mítines de distintos partidos. Así estuvimos en los multitudinarios del PSOE, en los más reducidos de la UCD, en los de la AP de Fraga, que casi siempre eran en cines o teatros, o los festivos en la Casa de Campo del PCE. Todos tan distintos, como distintos en ideas éramos los amigos que formábamos el grupo en el que discutíamos de política, sin acaloramientos, con respeto, contrastando pareceres. Entendíamos que nuestra recién estrenada libertad era eso. Poder decir cada uno lo que pensara sin que por ello nadie le insultara ni le agrediera. Podíamos argumentar, razonar, llegar a conclusiones. Teníamos una ventaja. No existían Twitter ni Facebook, elementos que considero altamente nocivos para la política, simplemente porque no permiten el razonamiento ni la estructuración de las ideas o el pensamiento que uno quiera trasmitir. Su limitación sólo permite la consigna y el eslogan vacío, cuando no el insulto y la descalificación. Entonces no. Entonces, afortunadamente, nos sentábamos a hablar horas y horas y se exponían argumentos y razonamientos.

Les propondría a los lectores, sobre todo a los jóvenes, que quieran comprobar lo que digo que se descarguen, por ejemplo, cualquier debate sobre algún tema político de un programa de televisión de aquella época que se llamaba La clave. Hay varios de ellos en Youtube. Comparen el fondo y las formas de esos debates, por muy alejados ideológicamente que estuvieran los participantes, con cualquier tertulia política de la televisión de hoy, en donde sólo caben el grito y la consigna.

"me produce tristeza y melancolía ver cómo mi querida Madrid se utiliza para batallas en medio de una crisis sin precedentes"

O si lo prefieren, en los archivos en la red de televisión española hay resúmenes de los debates en el Congreso de los Diputados que dieron lugar a la aprobación de la Constitución. Observen, en primer lugar, la calidad y la oratoria de cualquiera de los diputados que intervienen y su manera de razonar sus propuestas y conclusiones y, sobre todo, la manera de dirigirse a los oponentes, con argumentos y razones, pero nunca descalificando ni mucho menos insultando.

También estaba yo en Madrid en plena explosión de la Movida Madrileña, esa explosión de libertad y creatividad, a veces exagerada, pero que colocó a la ciudad y España en el mapa de las ciudades más vanguardistas y libres del mundo libre.

Será porque viví todo eso, o porque lo viví siendo joven, que me produce tremenda tristeza y cierta melancolía el ver cómo mi querida ciudad de Madrid se está utilizando para batallas políticas en medio de una crisis sanitaria y económica sin precedentes. Con unos políticos incapaces de ponerse de acuerdo en nada. Viendo en quién se pueden cargar las culpas de la situación. Con una estrechez de miras absolutamente lamentable. Sin dejarse asesorar nada más que por especialistas en marketing. Con debates que sólo llevan a la descalificación y al insulto y, lo que es peor, en el plano nacional, a cuestionar por algunos este periodo de nuestra historia que es y ha sido la historia de un éxito. La historia de nuestro mayor éxito colectivo como pueblo.

Perdonen los lectores este ejercicio de nostalgia. Tenía previsto escribir de otro asunto, pero uno no puede abstraerse a la actualidad, sobre todo cuando ésta le toca las fibras más sensibles.

Al inicio de la  novela de Vargas Llosa, Conversación en la Catedral, el personaje de la misma se pregunta: "¿Cuándo se jodió Perú?" Sólo espero que algún día, de seguir así así las cosas con este ambiente de confrontación y radicalización irrespirable, no tengamos que preguntarnos como el personaje de la novela: ¿Cuándo se jodió Madrid? ¿Cuándo se jodió España?

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