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ESCAPADAS HEDONISTAS

Un palacio con vistas al Cantábrico 

Lo dejamos todo y nos vamos a Getxo, a conocer el nuevo emblema hotelero de la zona, el Palacio Arriluce.

16/03/2024 - 

MURCIA. ¿Es mi sensación o el año ya empieza a pesar? Vale, que estamos a principios de marzo, pero llevamos una de acontecimientos y cosas encima, que me da la sensación de que ha pasado mucho más tiempo. No puc mes, se podría decir. Y eso que tenemos las Fallas a la vuelta de la esquina. Sabemos que algunos sois acérrimos, otros no tanto y siempre buscáis donde escaparos de tanto foc i flama.

Pues bien, hace apenas unas semanas encontré el lugar. ¿A quién no le gustaría dormir en un palacio? Y no en uno de esos que da miedo por la noche, sino en uno que ha vuelto a la vida, convertido en el último adalid del lujo de la cosa vasca. En Getxo, a apenas unos minutos de la siempre apetecible Bilbao, se alza el Palacio Arriluce, el nuevo hotel definitivo. 

La cosa es que si uno se da un paseo por Getxo, por el barrio de las Arenas, Neguri o por toda la zona de la costa, se da cuenta al instante de que está ante una de las zonas residenciales más exclusivas de todo el País Vasco, llena de casas señoriales y pequeños -y no tan pequeños- palacios que miran al mar. Algunas eran residencias de verano, otras, siguen en activo, pero todas impresionan, mostrando el opulento legado arquitectónico de las familias más poderosas de finales del XIX y principios del XX.

Hasta ahora, las mirábamos con ganas de saber cómo eran por dentro, de escudriñar eso tan privado como es la casa de alguien. Hasta ahora. Porque uno de esos palacios, levantado en 1912, se ha convertido en hotel. Fue el Marqués de Arriluce el que mandó levantar este portento, un edificio de sillería con vistas al mar, con toques de medievalismo neogótico, para convertirlo en su residencia. Ahora, vuelve de la mano de Leading Hotels of The World, convertido en hotel de lujo, uno de esos de los que no apetece casi ni salir, porque dentro, lo tiene todo en plena bahía del Abra. 


El momento en que llegas y se abre la valla que da acceso al parking, ya te da vibras de meterte en otra época. A la vista aparece el impresionante edificio con dos torres esquineras, que por cierto, no son simétricas y cada una es de un estilo y un verde campo que lo precede. Es un campo de croquet. Sí, lo mismo a lo que juegan en Downton Abbey o los Bridgerton. Así te vas haciendo idea de ese allure de principios de XX.

Al traspasar la puerta, la sorpresa. El estudio encargado de la renovación ha tardado tres años en tenerlo todo a punto, pero lo han hecho de la mejor forma posible, conservando esa sensación de hogar y de casa con estancias, con todo lo que el palacio tenía en origen, como la escalera noble original, la claraboya sobre la recepción o muchos muebles que se han restaurado y que ahora forman parte de la decoración.

Son 49 las habitaciones y suites de esta nueva etapa, 16 de ellas fuera del palacio en la zona de la pérgola, un edificio aledaño que utilizaban para pasear cuando llovía. Y dentro de todas ellas, nos espera la elegancia, el saber hacer, la sofisticación... Cada una diferente, pero con todo lujo de detalles, desde una cama que te abraza a balcones para divisar la bahía y el puerto bajo nuestros pies, pasando por baños de mármol, cortinas de terciopelo o terrazas privadas. Y el arte que da sentido a todo, porque otros de los compromisos del Palacio Arriluce es con la cultura. Litografías de František Kupka, grabados de Chillida o piezas de Diego Canogar como 'Arriluce abraza', una escultura que literalmente, abraza una de las baldosas originales del edificio.


Si sales de la habitación, seguirás quedando obnubilado con el resto de espacios comunes. En el piso -1, el spa Neguri, con circuito de aguas termales, piscina interior, hammam y cabinas de tratamientos. El masaje de tejido profundo, aquí es obligatorio, para salir tocando el cielo. 

Si subimos de nuevo a la planta calle, la de la recepción, la vista se nos irá directamente a Kupka, un espacio a medio camino entre biblioteca y coctelería, rodeado de suelo a techo por libros -que puedes leer-, inspirado en los antiguos bares ingleses, con su zona incluso ceremoniosa, en la que fuera la antigua capilla del palacio, rodeada de vidrieras de mil colores. Y lo mejor, es que tiene una vidilla que invita a pasar allí la tarde, rodeado de otros huéspedes y locales que vienen a conocerlo. Tienen cócteles clásicos como un gin fizz o el whisky sour y una carta de picoteo con entrantes fríos, además de sándwiches -su versión del club merece la pena-, ensaladas y platos principales.

La otra joya de la corona es Delaunay, su restaurante, dedicado a Sonia Delaunay, otra de las artistas capitales que viste las paredes del palacio. Aquí sirven los desayunos, que tienen una parte buffet con bollería, ibéricos y frutas y un menú caliente con una opción de huevos especiales a las que hincar el diente. Con bogavante y salsa bearnesa, con caviar, trufados, benedict... Y opciones como los huevos basque mex, que sirven en un talo con pisto, alubias de Gernika, jalapeños y torrezno o los mediterráneos, con salsa de yogur, hummus, tomate seco, cebolla y pan de pita. 


Los mediodías y noches, la propuesta del chef Beñat Ormaetxea es la que se lleva la palma. Y es que une producto, con platos de la zona y clásicos de hotel. Propone empezar con anchoas del Cantábrico, foie micuit con emulsión de piñones, bacalao en láminas con espuma de su brandada o con unas verduras ecológicas la huerta Ibarra baserria, sobre crema de patatas. Seguir con pescado del día, para el que trabajan con lonjas cercanas o con alguno de sus platos de carne, que van de pichón de Bresse asado y reposado a platos de caza, como el ciervo en civet con ciruelas y orejones o el corzo asado al carbón con puré de castañas. Todo pensado para disfrutar, como el mismo chef natural de Amorebita dice, “del placer de comer”.

Cuando lleguen la primavera y el buen tiempo, será el turno de su pool bar La Ría. Porque este palacio tiene hasta su piscina infinity con vistas a la bahía, en una terraza situada en los jardines exteriores de la fachada principal, donde asumimos, que los atardeceres, copa de burbujas en mano, serán inolvidables.

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