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tribuna / OPINIÓN

¿Cómo podemos, usted y yo, evitar el dolor de otra guerra?

28/09/2020 - 

MURCIA.  Desde mi experiencia, hay dos factores cruciales, amen de otros muchos coadyuvantes, que disparan el conflicto entre las personas: la falta de diálogo y la información parcial o incorrecta recibida por una o por ambas partes.

Para evitarlo, los principales antídotos son dos: primero, aprender a conversar y dialogar y segundo, informarnos de los acontecimientos de forma equilibrada y lo más neutral posible.

La capacidad de conversar y dialogar, desde mi punto de vista, cualifica al ser humano y le sitúa en una liga diferente entre las especies animales. Una liga de seres colaboradores y cooperativos que por razones de inteligencia, que no necesariamente de bondad, usan en mayor grado la parte racional de su cerebro (prefrontal), para comprender la realidad, y en particular al otro.

En un mundo más primitivo el humano únicamente se puede permitir el lujo de atacar o huir, porque en cada momento se está jugando la vida. Esto ocurre hoy en día en diversos continentes, donde los seres tienen tener su cerebro reptiliano (el más antiguo) en continua alerta, para no caer presos en manos de cualquier animal peligroso, incluyendo a los miembros de las demás tribus. En ese escenario se gana o se muere, no hay muchas opciones.

En pleno siglo XXI, estamos observando como la habilidad de conversar racionalmente se ha ido perdiendo y deteriorando. La capacidad de entender primero, para ser comprendido. La capacidad de escuchar al otro hasta el final sus argumentos, de intentar ponernos en sus zapatos para comprender porqué dice lo que dice.

Tomamos la diversidad de puntos de vista, de experiencias y de opiniones como ataques personales que agreden nuestro sentido de la supervivencia. Este comportamiento parece ser contagioso. Evidentemente, las personas aprendemos por imitación. Los que más se asoman a la TV se encuentran con programas donde lo que se incita es al griterío y a los ataques recíprocos, típicos del circo romano en la antigüedad. Dos luchadores de cualquier género se enfrentan mediante la comunicación verbal y no verbal para ver quien despieza al otro antes o quien queda fuera de combate por knockout.

Con este tipo de programas damos rienda suelta a nuestra liberación de adrenalina, de rabia y de ira. Es algo que todos deberíamos reservar para momentos excepcionales donde nos jugamos nuestra vida o la del prójimo.

Así mismo, estos foros de lucha libre se replican en casi todos los estamentos sociales y lugares de nuestra geografía, privados y públicos. Algunos de hecho, estamos buscando cualquier excusa para saltar a la yugular del primer incauto que aparezca ante nosotros; aunque sea para “pegarle” con una mirada o con nuestro tono de voz, por no ponerse una mascarilla.

Ni siquiera los políticos, supuestos expertos en el diálogo y en la conversación con el fin de negociar, se libran de esta involución social que nos afecta a la sociedad española.  

Por este motivo, propongo de manera urgente e inmediata, crear talleres y escuelas virtuales para que aprendamos a conversar y dialogar como personas inteligentes. De esta destreza nos han dado buenas lecciones algunos de nuestros compatriotas, cuando lograron ponerse de acuerdo para firmar, ni más ni menos que un Pacto Constitucional que ha sido nuestra red de seguridad y que hoy que a duras penas perdura.

Quiero que se entienda bien mi punto de vista. Este no es un padecimiento exclusivo de los políticos. Por el contrario, tiene su origen en la sociedad civil de cada día. Como dice el refrán español, “de tal palo tal astilla”.

Para lograr la recuperación de una sociedad avanzada y sofisticada, es imperativo reaprender conversar como seres inteligentes. Para ello son necesarios los siguientes elementos:  

1. La intención de salir enriquecidos de la interacción.

2. Escuchar y repetir lo que nos está transmitiendo la otra parte, hasta que nos confirme que hemos comprendido el alcance y significado de su mensaje. Todos sabemos que esto no es ni obvio ni sencillo.

3. Creer con sencillez que la VERDAD no existe. Con la única excepción, seguramente, de las VERDADES para las personas que profesan una Fe religiosa concreta.

El tiempo, la ciencia y la experiencia nos lo han demostrado hasta la saciedad. Cuando creemos que hemos alcanzado la verdad absoluta acerca de cualquier tema, viene la pertinaz realidad y nos la cambia. Ahí quedan tantos miles de ejemplos, entre ellos cuando creíamos que la tierra era plana, y luego redonda, y ahora es sin embargo es un “esferoide oblato”.

Y la física cuántica se une, desde lo científico a nuestra afirmación, ya que demuestra que, en el mundo infinitesimalmente pequeño, la materia sólida tal y como la reconocen nuestros sentidos, no existe. Además, la realidad queda alterada por el observador. Es decir, las cosas en ese plano son o no son, dependiendo del observador.

Desde una perspectiva más común, ¿ha contrastado usted con algún acompañante de viaje su experiencia, contándosela a un tercero? ¿Ha habido alguna coincidencia en los recuerdos vividos? Si es así estará de enhorabuena y quizás pueda solicitar su registro en el libro Guinness de los records.

La verdad no existe, y sin embargo divide. Genera una brecha infinita, insoportable e inevitable. Pone fin a miles de matrimonios, parejas, amigos y compañeros.

4. Dedicar tiempo a recapitular al final de la conversación para ver qué hemos aprendido y como se ha ampliado nuestra infinitesimalmente pequeña visión del asunto entre manos.

Es como si ambas partes hubiesen traído los ingredientes para hacer una tarta juntos.  Garantizado que ninguno de ellos se acordó de todos. No siempre por olvido, si no muchas veces por desconocimiento o indiferencia.

El objetivo será crear una tarta mucho mejor con todos los ingredientes. Y no solo eso, si no, sobre todo, en la que ambos aportemos, disfrutemos y participemos.

¿Tras una experiencia de conversación así, alguien cree que se puede desatar una guerra o un conflicto? Lo lógico es que acaben tomando un café con leche para disfrutar de la tarta que juntos han cocinado.

El segundo factor crucial para evitar un cruento final, es el contrastar las fuentes de información cuando ocurre cualquier acontecimiento. Todos sabemos lo fácil que resulta manipular la información con solo omitir algún detalle. Es importante, una vez más, que, en vez de creernos todo lo que nos llega “vomitado” de manera incesante por los medios de comunicación antiguos y modernos, lo pongamos en solfa. Sugiero evitar la reacción impulsiva e inmediata, que hoy en día suele ser la siguiente:

1. Me lo creo sin duda alguna

2. Lo reenvío a diestro y siniestro con la vocación de verdad absoluta o de información completa.

Las redes sociales, el mail, son sin duda, las nuevas armas de guerra del sXXI. Se pueden matar personas, prestigios, carreras profesionales, empresas, partidos, países, con solo una campaña bien orquestada de comunicación masiva.

Señores, si no queremos ser cómplices de la tercera guerra mundial digital, y mucho menos autores materiales de los miles de muertos, parados, enfermos, enloquecidos etc, sigamos la siguiente receta, antes de disparar nuestro cañón virtual:

1. Busco la fuente de información: Cuál es la fuente de esta información. ¿Quién la ha generado? Muy distinto a decir quién me la envía. Este último solo está disparando con su cañón como ya he comentado. ¿Qué crédito merece en nuestra sociedad actual esa fuente?

2. Contrasto con al menos dos fuentes que tengan credibilidad contrastada antes de interiorizar la información.

3. Me pregunto si enviarla aporta beneficios o perjuicios y a quienes, y valoro cuales podrían ser las consecuencias.

4. Decido enviarlo o no tras ese análisis. Conviene que sea mínimamente largo. Solo lo envío a determinadas personas y evito “disparar” a todos mis contactos para no saturar innecesariamente.

5. Ante la duda me abstengo.

6. Si acabo enviando la información a mis contactos, añado la fuente o fuentes con las que he contrastado la información para ahorrarles parte del trabajo de análisis y contraste de fuentes.

En conclusión, este es un llamamiento a todos los ciudadanos españoles para que pongamos en marcha la parte mas inteligente y racional de nuestro cerebro, para aprender a conversar y a filtrar la información masiva que nos llega, para evitar catástrofes mayores.

Como puede comprobar esto no va de políticos, ni de unos pocos, si no de usted y yo.

Carolina Caparrós Álvarez

Abogada, consultora y emprendedora digital.


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