VALENCIA. Una joven atlética practica running en un frondoso parque, con jadeo incesante y pisadas decididas, dispuesta a batir la marca previamente establecida. Al llegar a su meta, se inclina sobre sus rodillas, abre una lata de refresco y toma un generoso trago. Has visto en cientos de ocasiones este anuncio, o puede que se tratara de una película, pero debes saber que la escenografía construida por la publicidad no se corresponde con la realidad. Ahora imagina a ese hombre entrado en carnes que se zampa una hamburguesa en un restaurante fast food, mientras bebe de un vaso de plástico con pajita, cuyo continente no resulta complicado de averiguar. Ese (sí, ese) es el auténtico consumidor.
Las bebidas gaseosas azucaradas son perjudiciales para la salud. Lo dicen todos los estudios, pero para la ocasión le preguntamos a Ramón Cangas, dietista-nutricionista que goza de popularidad gracias a su web, y también forma parte de la Fundación Española de estos profesionales (CTA-FEDN). Sin ánimo de asustar, el experto indica que los refrescos “se asocian con un mayor riesgo de enfermedades cardiometabólicas, de accidente cerebrovascular y con una elevación en los niveles de enzimas hepáticas”. Además, un estudio publicado este mismo año concluyó que el consumo frecuente de bebidas azucaradas, también lights o zumos de fruta, eleva la tendencia al síndrome metabólico. Otros datos lo ponen en relación con la artritis reumatoide y la bronquitis crónica.
Ahí es nada, y eso que todavía ni hemos mencionado la obesidad, o la diabetes tipo 2 en la que deriva. Algunos países ya han tomado cartas en el asunto y han decidido limitar el consumo de los refrescos, empezando por las restricciones en publicidad y venta. En marzo de este mismo año, el gobierno británico (el mismo del ‘Brexit) decidió aplicar un impuesto especial a los refrescos, sin incluir los zumos de fruta y los batidos lácteos. Países como Finlandia o Francia también han emprendido el mismo camino, este último prohibiendo las “barras libres”. Por el contrario, Estados Unidos es el último reducto de la cultura ‘refrescante’, donde el intento de prohibir los tamaños XL fue paralizado al llegar a los tribunales y la Coca-Cola mantiene intacto su reinado empresarial. Este mismo año se descubría su financiación secreta a la Global Energy Balance Network.
“No soy partidario de prohibir, personalmente prefiero gravar. Todo se puede consumir en su justa medida, pero hay productos que deben tomarse de forma ocasional”, argumenta Cangas, quien añade: “El método más oportuno para favorecerlo es haciendo que sean más caros, o bien premiando fiscalmente las alternativas saludables, o ambas cosas a la vez”. Ahora bien, ¿qué hacemos con su visibilidad? ¿Los eliminamos los de las máquinas expendedoras? ¿Los vetamos en los medios? ¿Aceptamos el mensaje de que moviendo el culo te salvarás de los efectos nocivos de un trago azucarado? ¿O lo silenciamos del todo?
Dudas razonables
¿Son todos los refrescos igual de malos o algunos se salvan? Depende de lo que entiendas por refresco. Las infusiones sin leche y sin azúcar añadido (y si es posible, sin edulcorar) pueden ser una buena opción, además de una alternativa libre de calorías y fuente de antioxidantes. Dale duro al té, al hinojo, la menta, el poleo… y no temas al café. “Siempre recordando que el agua es la mejor opción, pueden suponer una alternativa”, dice Cangas, incidiendo en limitar aquellas que aportan más cafeína. En cuanto a las bebidas energéticas, el experto recuerda que aportan una elevada dosis de azúcares simples y sustancias estimulantes, por lo cual no son una buena idea para el consumo habitual.
¿Sirve de algo que sean ‘light’ o ‘zero’? “Es razonable pensar que una reducción gradual de azúcares libres en los refrescos azucarados sería beneficioso”, afirma el dietista. Precisamente esta hipótesis es la que ha planteado un estudio británico, publicado en el 2016, que propone una reducción gradual del azúcar hasta alcanzar un 40% menos al cabo de 5 años. Según los autores, disminuiría la ingesta calórica hasta dejar el porcentaje de personas con sobrepeso en un 1% y el de personas con obesidad en un 2,1%.