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Yū Miri, parada fantasmal en 'Tokio, estación de Ueno'

MURCIA. El mundo humano es un fenómeno difícil de defender: sobrevivir es, cuanto menos, terriblemente cansado. Cuanto más, y en el peor de los casos, una auténtica pesadilla. Puede parecer exagerado, gris, incluso fúnebre: hay días en que el ánimo y las circunstancias no dan para más. En realidad, es mucho más sencillo: el mundo humano es un generador de procesos y eventos que no cesa, y en ese motor incansable de acontecimientos se gesta cualquier vivencia que pueda ser producto de nuestro amplio espectro de emociones, pasiones y voluntades. Habitualmente lo perverso acaba teniendo una mayor promoción y por eso suele parecer que todo lo que sucede es malo. Sin duda no es así, hay mucho bueno, y no solo bueno, maravilloso, esperanzador, ocurriendo ahora mismo y luego después, y más tarde; es solo que este tipo de hechos no generan la adicción y la necesidad de seguir tirando del hilo que sí generan las catástrofes y tragedias, y los medios de comunicación, nuestra fuente tradicional de novedades, lo saben. 

Las redes sociales no funcionan igual, porque —en teoría— no hay una edición detrás. Sin embargo, el resultado acaba siendo muy parecido, porque en las redes cada usuario, convertido en un repetidor, en un nodo amplificador de la red, expande las noticias que considera oportuno, y esto suele tener que ver con el impacto que le han generado, con la reacción emocional que le han provocado, y en este terreno gana lo que agrede, ofende o asusta, de tal manera que lo más probable es que lo desagradable se propague con mayor facilidad. Cuando decimos lo desagradable decimos atrocidades cotidianas, polémicas cualesquiera, diferencias ideológicas, toxicidades parlamentarias, corrupciones comunes, crímenes espantosos, predicciones tremendistas, calumnias interesadas, insultos o amenazas. El día a día en Twitter, vaya.

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