Mientras España se derrite desde el pasado fin de semana, en la Región venimos sufriendo altas, altísimas en algún momento, temperaturas que no dan respiro o, mejor dicho, que no permiten coger oxígeno. Arrancada como está esta semana ya de julio, las previsiones son casi para no mirar o como diría el entrenador del Atlético de Madrid ir ‘partido a partido’ día a día, hora a hora y no desalentarnos por lo que está por venir todavía.
La Dirección General de Seguridad Ciudadana y Emergencias mantiene en fase de preemergencia el Plan Territorial de la Región de Murcia por altas temperaturas (PLATEMUR) y ha informado a los ayuntamientos afectados. La decisión se ha tomado por la alertas meteorológicas activas en la Región de Murcia. Este lunes se avisaba de 40 grados en la Vega del Segura; hasta 39 en el Altiplano y hasta 38 en el interior del Valle del Guadalentín, Lorca y Águilas.
Cada verano se repite la escena: las temperaturas suben sin tregua, el asfalto respira fuego y el aire se vuelve espeso, difícil de tragar. Para algunos, el calor es solo una incomodidad. Para otros, es una amenaza real.
Porque no se trata solo de sudar un poco más o de dormir mal por las noches. Hablamos de cuerpos que no aguantan. De piel ardiente, de mareos súbitos, de pulsos desbocados. De personas que caen sin entender qué les está pasando. Y en los casos más graves, de fiebre que supera los 40 grados, de alucinaciones, de desmayos. A veces, ni siquiera hay tiempo para pedir ayuda.
Mientras tanto, lo que queda es prevenir. Aunque cueste. Aunque parezca exagerado. Beber agua incluso sin tener sed. Comer ligero. Evitar salir en las horas más sofocantes, cuando el sol parte la calle en dos y las aceras queman. Buscar sombra como si fuera refugio. Usar ropa que no apriete, que permita respirar. Mojarse la piel, aunque solo sea con un paño fresco.
Porque hay cuerpos que no soportan este calor. Cuerpos que no tienen cómo defenderse. Personas mayores que viven solas en casas imposibles de enfriar. Niños pequeños. Embarazadas. Quienes trabajan a pleno sol. Quienes arrastran enfermedades o toman medicamentos que los deshidratan sin avisar. Y también quienes no tienen con quién hablar, con quién compartir siquiera el malestar.
A esas personas conviene no perderles el rastro. A veces, un gesto mínimo -una visita rápida, una llamada, un vaso de agua ofrecido sin preguntar- puede evitar una tragedia. Y es que la mayoría de las veces, el calor no llega como un incendio. Llega despacio, sin ruido.
Es importante conocer los síntomas: dolor de cabeza, náuseas, debilidad, piel pálida y fría, sudor excesivo, confusión. Si duran más de una hora o empeoran, no hay que dudar: hace falta ayuda médica. Y si hay fiebre alta, respiración agitada o pérdida de conciencia, es imprescindible actuar sin esperar.
La verdad es que el calor extremo ya no es una excepción de agosto. Es una realidad que se instala cada año con más fuerza. Y ante eso, no basta con cerrar las ventanas. Hace falta estar alerta.