MURCIA. El 9 de noviembre de 1974, el personaje de Pippi Langstrumpf llegó a los salones de todos los españoles que entonces tenían televisión. Aterrizó en plena programación de sobremesa del sábado, un año antes de que la dictadura muriera por causas naturales. Nadie se esperaba a un personaje como el de aquella niña pelirroja y colorista —que pasó a ser uno de los grandes atractivos de la recién llegada televisión en color— de trenzas tiesas y actitud desafiante hacia todo aquello que pudiera ser visto como una forma de autoridad adulta. No está muy claro en qué pensaban los directores de programación y censores, que solamente alteraron algunos elementos nimios cuando podían haber prohibido de principio a fin la serie. Se limitaron a cambiar el título original del libro de Astrid Lindgren que la editorial Juventud había publicado con el título de Pippa Mediaslargas.
Por lo visto, algún antepasado ideológico de Olona entendió que aquellas medias infantiles podían causar el mismo efecto mesmerizante que las de Silvia Pinal en Viridiana. Por si acaso, la serie fue presentada a la prensa como Pippa Calzaslargas, aunque finalmente se estrenó con el nombre de Pippi, evitando así cualquier interpretación perversa. Todo esto no son más que minucias comparado con lo que traía bajo el brazo aquel personaje irreverente que se hizo terriblemente popular entre la juventud de entonces. El estreno de Pippi Calzaslargas fue casi un acto revolucionario, un pequeño buen prólogo para el fin de una etapa siniestra en España.
Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Langstrumpf es una niña de nueve años que se instala en Villa Kunterbunt. Vive sin la compañía de adultos. Es huérfana de madre y según nos cuenta ella misma, su padre es el rey de la isla de Tuca Tuca, que está como prisionero por unos piratas que quieren saber dónde esconde su tesoro. Dicho tesoro es un arcón lleno de monedas que Pippi lleva consigo y usa para comprar golosinas sin tener que preocuparse por nada. Su única compañía son dos mascotas, un caballo moteado llamado Pequeño Tío y un mono apodado Señor Nilsson.
Los hijos de sus nuevos vecinos, Tommy y Annika, caen rendidos ante aquel huracán infantil nada más conocerla. Pippi no es una amiga cualquiera. Ni siquiera es una niña cualquiera. Pippi desafía a cualquier forma de autoridad. Se ríe de los dos cacos que quieren robarle el cofre, pero también de Klin y Klan, la pareja de policías. La señora Praselius, una metomentodo que quiere meterla en un orfanato, tampoco se libra de sus tretas y bromas. Pippi se ríe de todos con un descaro envidiable. Tiene una fuerza descomunal y fuma en pipa. Es generosa y rebelde, contestataria, valiente. Ama la naturaleza y a los animales y detesta el abuso de poder.