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Opuwo (Namibia) puerta de entrada para conocer la cultura himba y herero 

MURCIA. Atrás dejo el Parque Nacional de Namib-Naukluft, con sus dunas inmensas y las enigmáticas acacias de Deadvlei; la escalofriante Costa de los Esqueletos, con los barcos encallados y ese ambiente gris y ventoso, solo roto por la colonia de lobos marinos —ya te contaré más sobre esta zona de Namibia—, o, cómo olvidarme, los flamencos de Walvis Bay. Y me parece sorprendente cómo, en este punto del viaje, me sigue hechizando este paisaje: kilómetros y kilómetros de carretera que se adentran hacia lo que parece ser la nada aunque, de vez en cuando, el horizonte lo rompe un baobab, una gacela Thomson o un avestruz. También un bar que bien podría ser de Texas y alguna persona caminando por la polvorienta carretera, algo que me resulta inquietante por esa sensación de estar en medio de la nada. Alguna historia inventamos en el vehículo, donde las complicidades en el grupo crecen en cuestión de segundos. 

A pesar de ser el país con menor densidad de población de África, Namibia conserva una decena de grupos étnicos diferentes, entre los que destacan los san, los ovatue, los ovatjimba, los herero o los himba. No soy consciente de este hecho hasta que pongo un pie en Opuwo, la ciudad más al norte a la que llegamos en nuestro viaje fotográfico con Artisal. Un lugar bullicioso, en el que los niños juegan en cualquier rincón, los carros de la construcción sirven para llevar alimentos y las mujeres cocinan, sobre el suelo polvoriento, algo que parecen buñuelos, mientras conversan con un viejo móvil. Otros intentan venderte collares y pulseras, pero mi vista se va hacia una mujer que, pese al calor que hace, lleva un voluminoso y pomposo vestido de color azul intenso y sobre su cabeza lleva un sombrero con una forma que representa las astas de una res (se conoce con el nombre de oshikaiva). Es una mujer herero, que en el siglo XX fueron obligadas a vestir al estilo europeo porque los misioneros y los colonizadores se avergonzaron con su desnudez tribal. Hoy, en ese paisaje polvoriento, brillan con luz propia, con esas enaguas, mangas abultadas y colores llamativos. Hoy, ese pasado las hace presente y con una personalidad asombrosa que me eclipsa.  

El mercado de Opuwo 

Un bullicio que me enamora y del que quiero conocer más, de ahí que me acerque hasta el mercado. Esa es la África que me atrae, la de los puestos de mercados que se sostienen por cuatro palos de madera, con toldos hechos a retazos de telas y las frutas y verduras sobre cajas. Un lugar en el que la vida fluye y cada uno sigue con sus quehaceres: un hombre arregla zapatos, una mujer corta un animal que cuelga del techo y que es difícil de adivinar, porque apenas quedan los huesos, un chico espera en su bar-ber shop, en el que las maquinillas cuelgan sobre una mesa repleta de móviles viejos cargándose y cajas… Y, mientras tanto, himbas y herero compran los productos que necesitan mezcladas entre otras gentes y turistas. Por cierto, las himba se reconocen por sus peinados —cambia según su estatus en la tribu—, por ese tono rojizo de su piel y los adornos que llevan, que cubren sus cuerpos desnudos.

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