Ante una Europa que cruje, desorientada e inoperante nos salta una luz de esperanza desde el pasado 24 de diciembre, en y desde Italia, donde se abría la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. La vía della Conciliazione se ha convertido en una pasarela multitudinaria de gentes de todos los continentes, quedando así inaugurado oficialmente el Año Santo. El número de peregrinos venidos hasta la fecha anda rozando los 30 millones de personas, pero no todo queda aquí. Entre otros: desde el 16 al 18 de febrero vinieron artistas y el mundo de la cultura. El mundo del deporte giraba en torno al 14 y 15 de junio y, como tantas más, del 24 de julio al 3 de agosto, en pleno verano tórrido, la explosión de la Jornada de la Juventud. El pasado 7 de septiembre, una tromba espectacular con las canonizaciones de Carlos Acutis y Piergiorgio Frassati.
Los doctos en la materia nos comentan que esto pasa casa 25 años. En general, tal como se ve, hasta el próximo 6 de enero ello será un gran baile de Navidad tanto para el Vaticano, como para Roma y, sobre todo, no les quepa duda, para los comercios que andan cercanos. A todo este esplendor se sumaba el anuncio que el mundo tenía un nuevo Papa: León XIV. La llamada al centro de la Cristiandad mejor…imposible.
Tal es así que el Santo Padre, por si fuese poco, nos anunciaba el pasado 31 de agosto que confirmaba el dictamen favorable donde se confería ser Doctor de la Iglesia a San John Henry Newman el próximo 1 de noviembre. Todo un converso pasará a ser Doctor de la Iglesia Universal y no solo por su paso del anglicanismo al catolicismo, sino porque toda su vida fue una búsqueda continua hacia la verdad. Me alegra constatar que los sabios de estos menesteres me comentan que, su grandeza teológica radica en que su reflexión está marcadamente unida a su vida, lo que le confiere un valor singular y una autenticidad difícil de igualar. Sus ideas sobre la fe, la conciencia, relación fe y razón, desarrollo doctrinal y el papel de la Iglesia en el mundo no son meras especulaciones académicas, sino el fruto maduro de un itinerario personal en el que el estudio fue siempre una forma de búsqueda de la verdad. El Santo Padre no ha dudado en situarlo “en la estela de las Confesiones de San Agustín”.

- San John Henry Newman. -
- Foto: EP / VATICAN MEDIA
La objeción de conciencia que brota de la sabiduría de este calvinista juvenil y, más tarde, católico de pelo en pecho, vendría de lo que él atisbaba en sus estudios de la Antigüedad, el panorama de una Iglesia viva, entre emperadores integrantes, obispos herejes, cristianos zarandeados, un San Antonio en el desierto, Arrio y sus secuaces embaucando a la plebe de corte pop. Resistiría como hoy al liberalismo religioso, donde no existe una verdad positiva sino que cualquier credo es tan bueno como otro cualquiera. Hacerse católico en pleno victorianismo era un acto de demencia y una condena al ostracismo. La fidelidad a su conciencia hizo posible que otros muchos, entonces y más tarde, descubrieran como él la única Iglesia, así: Chescherton o Graham Greene.
El mundo de la conciencia de Newman tiene mucho que ver con la objeción de conciencia de hoy, la que ha conseguido cambiar las leyes para hacer mejores las sociedades demócratas. Martin Luther King o Nelson Mandela son claros ejemplos. El objetor es hoy considerado como una amenaza. Tiende a verse como un impedimento para el ejercicio de otros derechos. El mismo Parlamento Europeo lamenta que, en ocasiones, la práctica común en los estados miembros permita a los médicos u otros, negarse a prestar ciertos servicios y, no se puede cargar al objetor con la responsabilidad de ser garante de un derecho.
El garante ha de ser siempre el Estado que, si ha legislado para reconocer nuevos derechos, deberá también blindar a los objetores de conciencia que no deseen participar en prácticas que considerándose democráticas harían bien en proteger a sus ciudadanos que no desean destruir el sistema, pero tampoco dejarse aplastar por él.
Algunos jueces europeos, desde hace algunos años empiezan a citar la posición de Newman en los Tribunales de Derechos Humanos al justificar su defensa de la objeción de conciencia. Y es que, la posición del próximo Doctor de la Iglesia ha traspasado las fronteras de la moral para ser acogida dentro del mundo del derecho. Para ellos, los jueces, una genuina objeción de conciencia no solamente interpela a la conciencia del sujeto, sino que obliga a las propias autoridades a tutelarla.
Newman, en su carta al Duque de Norlfok, recordaba a sus paisanos y a los de hoy día que, no hemos de ver la conciencia en sentido subjetivista. La conciencia no tiene solo derechos, también deberes. Guiarse por la conciencia constituye una obligación moral, aunque implica asegurarse de su recta formación. Por ello, nada más lejos de seguir la conciencia que esa actitud despreocupada de quien la transforma en un imperativo del deseo. La actitud desafiante de Ayuso a Núñez Feijóo al negarse a crear un registro público de objetores de conciencia es todo un sabio propósito. Isabel Ayuso está resultando ser una buena deportista del slackine, donde se entrena con perspicacia la mente y el equilibrio.
Si Paris bien vale una misa, el 1 de noviembre, por supuesto, bien vale un billete de ida y vuelta a Roma. Newman se lo merece.